Delante de Sofía, Miguel hablaba con su amigo sobre el regreso de Clara. —¿Y qué harás con tu esposa si Clara vuelve? —¿Ella? No es más que una herramienta para despertar los celos de Clara. Nunca la he amado. Con tono desdeñoso, pero esbozando una sonrisa tierna hacia Sofía, Miguel jamás imaginó que su esposa ya había recuperado el oído. Al descubrir que el hombre al que cuidó con tanto esmero nunca la amó, Sofía quedó destrozada... pero pronto tomó una decisión: se marcharía, dispuesta a dejar libre a Miguel para que fuera feliz con su hermana. Lo que no esperaba Miguel era que esa despedida dejaría en su corazón una herida imborrable. Cinco años después, en una isla paradisíaca, Miguel por fin la encuentra. Sofía sonríe mientras siembra flores, tomada de la mano de un pequeño que guarda un asombroso parecido con él. Cuando Miguel, arrepentido, intenta recuperar su relación con Sofía, descubre que a su lado no solo está un famoso piloto de carreras internacional… sino también su mejor amigo.
Leer más—Clara vuelve mañana —anunció Martín con una sonrisa. La había echado mucho de menos.
Sofía estaba sentada entre Miguel y la ventana, con una copa intacta entre las manos, sintió que la mano de Miguel, que le acariciaba el cabello, se detuvo por un instante.
—¿Sola? —preguntó él.
—Sola.
Miguel soltó un bufido desdeñoso.
—Parece que su príncipe azul la ha abandonado.
Una punzada atravesó el corazón de Sofía. Claramente, estaban hablando de su hermana, esa mujer que se ganó el corazón de Miguel, su esposo. Esa que desde el comienzo lo enamoró, desde la primera vez que se vieron.
Miguel estaba centrado en la conversación. Seguía acariciando el cabello de Sofía con movimientos suaves y delicados. Convencido de que ella no estaba escuchando nada, ni siquiera el sonido de sus respiraciones, pues estaba sin sus audífonos.
Pero no sabía que hacía un mes que había recuperado la audición, pero no lo había contado. Ni a él, ni a nadie. Había mantenido ese secreto para darle una sorpresa. Pero la noche en que ella recuperó la audición, Miguel estaba borracho. La besó con locura, le quitó la ropa capa por capa y la acarició con dulzura, susurrando el nombre de Clara entre besos apasionados.
—¿Pero qué pasará con «ella» cuando Clara regrese? —preguntó Martín, lanzando una mirada significativa a Sofía.
—Ella… —susurró mientras acariciaba su cabello y le apartaba un mechón detrás de la oreja. La miraba con ternura, aunque sus palabras decían todo lo contrario.— Ella es la hermana de Clara, por lo tanto, también es mi hermanita. Me casé con ella solo para que Clara supiera que incluso una sorda es mejor esposa que ella. Se arrepentirá de haberse escapado con su exnovio.
Después de cinco años de matrimonio, ese era su lugar en el corazón de Miguel: su hermanita, la hermana de esa mujer a la que él amó con locura, y, aun así, decidió abandonarlo. Quizá, era un premio de consuelo, la manera de hacerle ver a Clara que estuvo muy equivocada al abandonarlo.
Años atrás, él se iba a casar con Clara, pero su hermana escapó antes de la boda por su exnovio, por lo que, Sofía, para mantener el honor de su familia intacto, terminó casándose en lugar de su hermana.
A pesar de eso, ya llevaba mucho tiempo enamorada de Miguel, esa fue una oportunidad que no podría desaprovechar. Luego de su matrimonio, Miguel la cuidó con una dedicación impresionante, incluso aprendió el lenguaje de señas exclusivamente por ella. El tratamiento de la sordera fue largo y doloroso; gracias al apoyo de Miguel, ella logró superar aquellos tiempos difíciles.
Ella, al ver todo eso, se convenció de que él se estaba enamorando de ella. Que había logrado derribar sus murallas y hacer que olvidara a su hermana. Se llenó de ilusiones, creyendo que el corazón de su esposo, finalmente, le pertenecía a ella.
Después de aquella noche de pasión, cuando él se unió a ella en medio de su ebriedad, ella pasó mucho tiempo sola, tratando de calmarse, hasta que por fin comprendió una cosa: Miguel nunca se enamoraría de alguien como ella.
Y era que Miguel era brillante…
¿Cómo podría amar a una mujer sorda? ¿Incompleta? ¿Defectuosa?
Sacudió su cabeza sin ser notada, intentaba sacar esas ideas de su mente y no dejar que se notara su tristeza. Miguel la observó por unos segundos, mientras Sofía le sonrió, fingiendo estar cansada.
»Estoy agotada, iré a descansar —anunció con lenguaje de señas.
Miguel la miró con un poco de preocupación. No era normal que ella los abandonara en medio de una reunión. Ella se habituaba a estar con él todo el tiempo que pudiera. Como si él fuera su polo a tierra.
»Está bien, cariño. Cuida tu salud, ¿entendido? —le respondió él de la misma manera.
Cuando Sofía desapareció de la sala, Martín la observó con preocupación.
—¿No te preocupa que ella recupere en algún momento la audición? —cuestionó sin despegar su mirada de la puerta—. Su sordera no era irreversible, después de todo.
—Por supuesto que no me preocupa. El médico me ha dicho que Sofía no muestra señales de mejora. No soy tan imprudente, lo último que quiero hacer es dañarla.
Sofía, ya en su cuarto, sacó el móvil y revisó el boleto de avión que había comprado hacía tres semanas, con fecha de salida dentro de un mes. Tomó esa decisión una semana después de recuperar la audición.
Miguel era la única persona que la respetaba y cuidaba, por eso ella estaba dispuesta a ayudar a su esposo a cumplir su deseo: interpretar perfectamente el papel de una esposa enamorada, provocar los celos de Clara y hacer que ella quisiera volver con él.
Entonces, una vez que fuera testigo de su felicidad, se marcharía. Se iría a otro país, abriría una floristería y viviría la vida tranquila que siempre había soñado.
Viviría ella sola, sin nadie al rededor, sin nada que le recordara su pasado, el hecho de haber sido una mujer incompleta, defectuosa. Pues, ni siquiera el hombre al que amaba, había podido fijarse en ella.
—Eso es, me iré apenas termine con todo esto…
Sebastián había alcanzado a avanzar algunas calles cuando llevó su mano al bolsillo y se dio cuenta de que había dejado las llaves atrás. Se detuvo de repente y soltó un largo suspiro. A pesar de que refunfuñó en voz baja por su descuido, decidió regresar antes de que Sofía cerrara la tienda. Sin embargo, al llegar, la campanilla permanecía en silencio y el interior estaba a oscuras.Llamó su nombre varias veces, primero con calma y luego con creciente desesperación, pero no hubo respuesta. Sacó su teléfono con manos temblorosas, intentó comunicarse una y otra vez, sin obtener señal alguna de ella.Fue entonces cuando, en medio de la confusión, notó un brillo en el suelo.Se inclinó y reconoció su propio llavero, caído entre el polvo y las piedras de la acera. Su respiración se agitó al instante. El frío del metal en su palma confirmó lo que su mente no quería aceptar: Sofía había salido de allí y algo le había sucedido. El aire le pesaba en los pulmones, como si cada bocanada se nega
Sofía había encontrado su pasión, esa razón que la motivaba a levantarse de la cama cada día, incluso cuando su panza ya estaba tan crecido que le dificultaba hacer la mayoría de las cosas. Simplemente no podría quedarse sentada sin hacer nada, a pesar de las continuas sugerencias preocupadas de Sebastián.—Deberías sentarte por lo menos un rato —sugirió su amigo, llegando apenas a la floristería.Su vida actual era muy distinta a la anterior, antes no tenía ninguna motivación, ahora, su hijo y su trabajo lo eran todo. No haría las cosas diferentes. Observó a su amigo por un par de segundos.—Necesito terminar de arreglar algunas plantas —afirmó con una pequeña sonrisa.Ella sabía que debía descansar, la presión constante de su hijo, junto con el dolor en las piernas y el peso que, a esa altura del embarazo, solo incrementaba, la limitaba en muchos de sus movimientos; sin embargo, no quería rendirse.Su trabajo era su pasión y ese escudo para evitar pensar en su pasado, en lo que deci
Meses después, Miguel acompañó a Clara a uno de sus chequeos regulares; caminaba junto a su prometida, sosteniéndole el bolso y la carpeta con sus exámenes. Había aprendido a acomodarse en ese papel, el de acompañarla sin quejarse, el de estar siempre disponible para sus citas médicas, para sus antojos repentinos. Era un ejercicio constante de paciencia y de disciplina, como si la vida le hubiese impuesto un papel que no había ensayado, pero que debía interpretar sin titubear frente al público.Clara, con la barriga ya pronunciada, caminaba más despacio. Miguel le ofreció su brazo, y ella lo aceptó con una sonrisa que parecía agradecerle el gesto y a la vez reclamarle su obligación. Se habían acostumbrado a esa dinámica: ella necesitaba apoyo, y él se lo daba, aunque dentro de sí mismo se preguntara cada día cuánto de ese apoyo nacía del amor y cuánto de la inercia.—¿Estás nervioso? —preguntó Clara en un susurro mientras esperaban en la sala de consultas. —No —respondió él, con una
El rostro de Sofía se frunció una vez más, recordando las últimas palabras de Sebastián. Su enojo se amplificó.—No tienes por qué preocuparte —sentenció con brusquedad, retomando sus palabras anteriores—. Solo quería probar un sorbo, nada más. Tú no eres nadie para decidir lo que hago. ¿Recuerdas? Se supone que cada uno debe seguir con su propia vida y no interferir en la vida del otro. Ni siquiera somos amigos —soltó con severidad.Esas mismas palabras fueron las que salieron de los labios de Sebastián la última vez que se vieron, cuando él le contó la historia detrás de lo que pasó con su amigo, su accidente y su cicatriz. El recuerdo le golpeó como un eco incómodo, como si el destino quisiera ponerle un espejo frente a la cara.Él la miró incrédulo, con la mandíbula apretada. Claro que se acordaba de lo que le dijo, cómo no hacerlo si esas frases le habían pesado desde entonces, clavándose como una verdad a medias en su memoria.Pero ahora era distinto. Ella también se había entro
Al recibir la noticia, Miguel experimentó sentimientos encontrados; no sintió sorpresa ni alegría, sino una sensación de pérdida de control a medida que sentía que Sofía se alejaba cada vez más de él. Finalmente, guardó el teléfono, fingió una expresión de sorpresa y tomó la mano de Clara mientras se dirigían al lugar de la ceremonia.—Hoy empieza una nueva etapa para nosotros, mi amor —dijo ella en voz baja, buscando su mirada con una sonrisa que parecía más forzada que emocionada—. Nuestro hijo crecerá viendo cómo sus padres se aman y construyen una vida juntos. No hay nada más importante que eso.Sus palabras lo atravesaron con un peso extraño. Miguel se obligó a devolverle una pequeña sonrisa en un gesto de asentimiento, aunque por dentro la frase solo hacía que sus pensamientos regresaran a Sofía. Un hijo. La idea se le clavaba en el pecho, no como un motivo de alegría, sino como una trampa de la que no podía salir.Clara, caminaba a su lado sin soltar su mano, se inclinó un poco
Clara observó los documentos y los sostuvo como si estos tuvieran en poder de quemarla. Sus manos temblaban.—Está embarazada —dijo en un hilo de voz, uno que ni siquiera ella fue capaz de escuchar. De manera instintiva llevó sus ojos a la puerta, asegurándose de que no hubiera nadie y que Miguel siguiera en su despacho, terminando lo que tenía entre manos.Sus ojos regresaron a los documentos, temía que esa noticia se conociera y todo su plan se fuera al carajo. Como siempre, Sofía tenía la capacidad de poner todos sus planes en riesgo, incluso en su ausencia. En un destello de ira los rasgó, convirtiéndolos cada vez en trizas más y más pequeñas.Los guardó en una bolsa y fue al jardín en una zona algo lejana para pasar desapercibida y ahí mismo los quemó hasta convertirlos en cenizas.No podía darse el lujo de que esos documentos llegaran a manos de Miguel. ¿Qué pasaría si él se daba cuenta de que tenía un hijo con Sofía? Lo más seguro era que tirara todo el compromiso a la basura y
Último capítulo