El teléfono de Sofía sonó con una insistencia que parecía querer taladrarle los tímpanos. Reconoció el número de Larissa de inmediato y un profundo cansancio se apoderó de ella. Con un suspiro resignado, deslizó el dedo para contestar.
—¿Sofía? ¡Gracias a Dios! —la voz de Larissa era un torbellino de histeria y desesperación—. Es Clara, ¡está en el hospital! Hubo un accidente terrible, está… está muy mal. Necesito que vengas, eres su hermana, por favor…
Sofía escuchó el dramático relato con una calma que a ella misma le sorprendió. Cuando Larissa terminó, dejando escapar un sollozo al otro lado de la línea, Sofía respondió con una frialdad que cortaba como cuchillo.
—¿Ahora te acuerdas de que tienes otra hija? —preguntó, su tono estaba tan cargado de una ironía amarga—. Debo advertirte, madre, que el drama de Clara no tiene nada que ver conmigo. Absolutamente nada.
—¡Pero es tu hermana! —suplicó Larissa, su voz quebrándose—. ¡No puede moverse, Sofía! ¡Los doctores dicen que quizás nun