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Capítulo 02 «El peso de comenzar de nuevo»

La luz tenue de la lámpara de noche proyectaba sombras suaves en la habitación, mientras Miguel y Sofía organizaban en silencio las cosas para la revisión médica del día siguiente.

Miguel revisaba los frascos de medicamentos y una carpeta con los informes médicos de Sofía, lo hacía con una dedicación que demostraba que conocía cada detalle de la rutina de su esposa. De vez en cuando, levantaba la vista para mirarla, sus manos se movían con precisión en el lenguaje de señas:

»No olvides las indicaciones del doctor. Los ejercicios son importantes, aunque te incomoden. Prométeme que no los dejarás.

Sofía asentía, con una sonrisa frágil que apenas alcanzaba sus ojos, y esa sonrisa fue rápida y cálidamente correspondida, provocando un calor que crecía en el pecho de Sofía.

El teléfono de Miguel vibró sobre la mesa, rompiendo la quietud. Él frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla, pero contestó con un tono seco.

—Martín, ¿qué pasa ahora? —dijo, mientras se alejaba unos pasos de Sofía, como si previera lo que estaba a unto de decir su amigo y quisiera protegerla de la conversación.

Sin embargo, ella captó cada palabra.

—¿Vas a ir al aeropuerto mañana a recibir a Clara? —preguntó Martín al otro lado de la línea, con un tono serio—. Me dijo que está arrepentida, Miguel. Te echa de menos. Quiere hablar contigo, arreglar las cosas.

El nombre de Clara atravesó a Sofía como una corriente eléctrica. Miguel se quedó en silencio, su rostro se endureció por un instante, como si el resentimiento aún quemara en su interior. Pero luego, sus ojos se desviaron hacia Sofía, y su expresión se volvió un tanto dubitativa. Sofía notó su duda y, en el momento justo, fingió un bostezo, se quitó lentamente el audífono y, luego sacudir su mano, se acostó dándole la espalda.

Miguel vaciló un momento, salió de la habitación para continuar la llamada. La puerta se cerró tras él, Sy Sofíasuspiró suavemente.

«Arrepentida. Te echa de menos». Las palabras de Martín resonaban en su mente, confirmando lo que ya sabía: Clara siempre sería la sombra que eclipsaría su existencia. 

A la mañana siguiente, el aire era fresco, con un sol pálido que apenas calentaba las calles. Miguel, vestido con un traje impecable, se despidió de Sofía en la entrada de la casa.

»Surgió algo urgente en el trabajo —le explicó en lenguaje de señas, con algo de arrepentimiento en el rostro—. No podré acompañarte al hospital. El mayordomo irá contigo.

Sofía negó con la cabeza, y mostró una sonrisa comprensiva. 

»Puedo ir sola —respondió con señas rápidas.

Miguel dudó, con sus ojos analizándola. Pero finalmente asintió, aunque la preocupación seguía grabada en su rostro.

»Cuídate —le dijo, antes de subir a su coche y desaparecer por la avenida.

Sofía no fue al hospital. En lugar de eso, tomó un taxi hacia el centro de la ciudad, donde la esperaba una agencia de inmigración internacional. Hace unos días, en cuanto sus padres se enteraron de que Clara iba a regresar, le dieron una suma de dinero y, de manera sutil, pero fría, le pidieron que se marchara y cediera su lugar a su hermana, como si ella fuera un mueble que podía ser reemplazado sin remordimientos. Las palabras habían dolido, pero ese dinero sería su boleto hacia la libertad.

En la agencia, Sofía finalizó los trámites para su nueva vida. Había elegido un pequeño pueblo costero en otro país, donde ya había seleccionado un local para su florería. Dejó el depósito, firmando los papeles con manos que apenas temblaban.

Al salir, el sol bañaba las calles, y, por un momento, sintió una chispa de ilusión. Podía imaginarlo: el aroma de las flores frescas, el sonido del mar a lo lejos, una vida tranquila donde nadie conocería su pasado. Caminaba por la acera, perdida en sus pensamientos, cuando un mareo repentino la obligó a detenerse. El mundo giró a su alrededor, y una náusea intensa le revolvió el estómago. Apoyándose contra una pared, respiró hondo, intentando calmarse.

«¿Es una secuela de la sordera?» Se preguntó, con el corazón acelerado.

No podía arriesgarse. Cambió de rumbo y se dirigió al hospital.

En la sala de espera, el tiempo se arrastraba con una lentitud insoportable. Finalmente, la llamaron. El médico, un hombre de mediana edad con expresión amable, revisó sus síntomas y ordenó algunos análisis.

Cuando regresó con los resultados, su rostro era serio pero cálido.

—Sofía, no hay nada relacionado con tu audición —dijo, y ella sintió un alivio momentáneo, hasta que él continuó—. Estás embarazada. De unas seis semanas, aproximadamente.

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