Capítulo 07 «Un bebé»

Desde que regresó, Clara notó el cambio. Era sutil, pero imposible de ignorar. Miguel ya no la miraba como antes. No se trataba de la distancia de los años ni de la incomodidad del reencuentro, sino de algo más profundo, más afilado.

Cuando intentó abrazarlo en el aeropuerto, se alejó y su cuerpo permaneció rígido, como si cada contacto suyo le provocara rechazo. Aquel gesto, tan pequeño, había plantado una semilla de inquietud que no dejaba de crecer.

Al principio creyó que era culpa del tiempo. Luego pensó que tal vez él aún no la había perdonado por haber huido justo antes del matrimonio. Pero a medida que avanzaban los días, algo más comenzó a hacerse evidente.

Miguel ya no estaba solo.

No en un sentido físico, sino emocional. Cada vez que ella hablaba, él desviaba la mirada hacia Sofía. Cada vez que entraba en una habitación, la primera persona a la que buscaban sus ojos era su esposa. Cada que sonreía, la veía a ella, no a Clara, no a su supuesto amor, sino a Sofía, su esposa.

Y eso, simplemente, no podía tolerarlo.

Clara no tardó en notar la ausencia del audífono. Se sintió molesta, como si esa desconexión fuese un intento deliberado de ignorarla. Sofía siempre había hecho eso: esconderse en el silencio, desaparecer entre las rendijas de la realidad cada vez que las cosas se volvían demasiado dolorosas.

»¿Por qué sigues aquí? —preguntó Clara en lenguaje de señas, sin rodeos.

Sofía no respondió de inmediato. Sus dedos se entrelazaron sobre su regazo, buscando algo de firmeza.

»Miguel ya hizo su parte. Te protegió cuando yo me fui. Pero esto no es amor. Ustedes no se casaron por elección. Fue una obligación. ¿De verdad vas a quedarte con él sabiendo eso?

La manera en que sus manos se movían denotaba una mezcla de fastidio y autoridad. Sofía, por su parte, la miraba con atención, pero sin dejar que su rostro delatara nada. No quería discutir. No tenía fuerza para hacerlo.

Clara dio un suspiro largo, como si lamentara tener que explicar lo obvio.

»No tienes por qué aferrarte a alguien que no te ama. Yo lo sé… tú lo sabes. Tú misma dijiste que te irías pronto. ¿Qué sentido tiene seguir fingiendo?

»Miguel y yo… —Clara hizo una pausa y tomó aire antes de continuar, esta vez con voz audible—. Tuvimos una historia. Una real. Con amor, con planes, con promesas. Yo lo dejé, sí. Pero fue por algo más grande. Pero… estoy embarazada, Sofía.

La frase se estrelló en el silencio con un peso que lo llenó todo. Clara la dijo sin dramatismo, sin lágrimas, como si fuera una verdad sencilla y natural. Pero no lo era.

Sofía levantó la cabeza con lentitud, sus ojos se agrandaron por la sorpresa. Su mirada fue directa al vientre de su hermana, que aún no mostraba ningún cambio, pero que ahora parecía contener el centro de toda la conversación.

»Es de él… de mi exnovio —continuó Clara—. Él no lo sabe aún. No importa. Lo que importa es que ese bebé no puede crecer solo. Necesita una familia, un padre. Yo necesito a Miguel de vuelta. Él es el único que puede darme eso.

La confesión no fue un ruego, ni una súplica. Fue un argumento. Clara hablaba como quien construye una justificación sólida para algo que ya ha decidido. Usaba su tono dulce, ese que tantos años atrás lograba siempre lo que quería.

»Sé que tú lo entiendes —agregó—. Tú siempre me has entendido. Desde niñas. Siempre me diste todo lo que yo necesitaba, incluso cuando tú lo querías más que yo. Tú nunca fuiste egoísta.

La mano de Clara se alzó y tomó la de Sofía con cuidado. La guió hasta su vientre, presionándola allí como si compartiera con ella algo sagrado. Sofía, paralizada, permitió el contacto sin comprender aún cómo había llegado a ese punto. La calidez que sintió bajo la palma la sacudió.

»Dame esta última cosa, Sofía —susurró Clara—. Devuélveme a Miguel. Hazlo por mí… por este niño.

El mundo se detuvo unos segundos. Sofía retiró lentamente su mano, tratando de encontrar su voz, de juntar las piezas de su dignidad rota.

»Yo ya tomé una decisión —dijo, apenas moviendo los dedos.

Clara la observó en silencio, midiendo sus palabras.

»Me iré pronto —continuó Sofía—. No tienes que preocuparte. No habrá interferencias.

»¿Ya lo decidiste?

»Sí.

Por un momento, ambas quedaron en silencio. Clara asintió con lentitud, como si respetara la decisión. Luego sonrió. No con alegría, sino con triunfo. Se incorporó ligeramente en la cama, extendió una mano hacia la oreja de Sofía y acarició suavemente el lóbulo de su oreja.

Clara sostuvo su mirada con una quietud que desarmaba.

»¿Sabes? A veces pienso que todo sería más fácil si hubiera sido yo la que estuvo en ese coche… y no tú.

Su voz fue tan baja que por un segundo Sofía dudó si había escuchado bien. La explosión tras aquel accidente de coche le provocó sordera a Sofía, pero ella no lo lamentó, porque a cambio de perder la audición logró salvar a Miguel.

Clara no apartó la vista, no mostró remordimiento ni rabia. Solo esa calma fría que parecía acompañarla siempre que lograba lo que quería.

Sofía se puso de pie sin decir palabra, cada movimiento más pesado que el anterior. Caminó hacia la puerta como si arrastrara todo el peso del mundo consigo. Y cuando salió, cerró con cuidado, sin estrépito, como si cualquier ruido pudiera hacerla derrumbarse.

Caminaba por el largo y desierto pasillo, incapaz de evitar que su mano se posara suavemente sobre su vientre, con una emoción que ni ella misma sabía explicar. El hijo de Clara, aunque no fuera de Miguel, él sin duda lo valoraría mucho. Ella había amado a Miguel durante tanto tiempo, incluso arriesgando su vida para salvarlo de entre las llamas.

Con una esperanza ingenua, Sofía se preguntaba: si Miguel supiera que ella llevaba en su vientre un hijo suyo, ¿llegaría a amarla aunque fuera un poco?

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