Martín empujó la puerta de la habitación de hospital con una mezcla de rabia y resignación. Las palabras de Sofía aún resonaban en su mente, creando un eco de confusión, desilusión y de una extraña comprensión. Esperaba encontrar a Miguel aún inconsciente, o sumido en la misma autocompasión de siempre. Pero no.
Miguel estaba sentado en el borde de la cama, con la espalda encorvada. Y sus piernas… sus piernas se movían. Un pie golpeaba el suelo con un ritmo nervioso, impaciente. El efecto del relajante muscular había desaparecido en su mayoría.
La farsa de la parálisis había terminado.
Y no tenía nada de milagroso el asunto; era que Dimitri, en un descuido, le había inyectado el antídoto. Miguel ahora estaba destruido, primero por ser el causante de que Clara se hubiera obsesionado con él y una vida llena de lujos. Claro que ella llegó a importarle a Dimitri, pero fue su comportamiento desatado era peor de lo que cualquiera podría soportar.
Al escuchar la puerta, Miguel alzó la cabeza,