Desde que regresó, Clara notó el cambio. Era sutil, pero imposible de ignorar. Miguel ya no la miraba como antes. No se trataba de la distancia de los años ni de la incomodidad del reencuentro, sino de algo más profundo, más afilado.Cuando intentó abrazarlo en el aeropuerto, se alejó y su cuerpo permaneció rígido, como si cada contacto suyo le provocara rechazo. Aquel gesto, tan pequeño, había plantado una semilla de inquietud que no dejaba de crecer.Al principio creyó que era culpa del tiempo. Luego pensó que tal vez él aún no la había perdonado por haber huido justo antes del matrimonio. Pero a medida que avanzaban los días, algo más comenzó a hacerse evidente.Miguel ya no estaba solo.No en un sentido físico, sino emocional. Cada vez que ella hablaba, él desviaba la mirada hacia Sofía. Cada vez que entraba en una habitación, la primera persona a la que buscaban sus ojos era su esposa. Cada que sonreía, la veía a ella, no a Clara, no a su supuesto amor, sino a Sofía, su esposa.Y
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