Cuando el implacable CEO Damon Harris Williams recibe en su puerta a un niño huérfano con sus mismos ojos y una carta que lo obliga a enfrentar el pasado, su mundo de poder y control se tambalea. Rowan es el hijo que nunca supo que tenía, fruto de una semana de pasión que creyó enterrada en Canadá. Pero no está solo. Evaluna, su nueva secretaria de origen dominicano, dulce pero valiente, se convierte en el puente entre el CEO blindado y el pequeño de seis años que solo busca un hogar y reencontrarse con su padre. Lo que empieza como una obligación en la ciudad de Washington, se convierte en una historia de redención, ternura y un amor inesperado que lo cambiará todo.
Leer másDamon había apagado su celular antes de subir al avión un día antes. No quería llamadas, mensajes ni notificaciones. Durante el vuelo de regreso, había sido claro con Evaluna: “No quiero saber absolutamente nada de nadie.” Su voz grave había retumbado en el altavoz del avión privado, y ella solo respondió con un suave “Entendido, señor Williams” antes de tomar asiento a su lado y colocarse el cinturón.
Ella recibió en ese momento un mensaje de Javier el mayordomo de la mansión, luego de más de veinte llamadas. El mensaje decia que necesitaba hablar urgentemente con el joven Ceo, a lo que ella mandó un mensaje de texto diciendo que el Ceo estaba como una tormenta, y él sabía exactamente que significaba cuando ella usaba la palabra tormenta. Luego le escribió que a menos que sea de vida o muerte o si no le ha pasado nada a sus padres que espere a que regresen. Ella trató de relajarse durante el resto del viaje luego de darle pastillas para dormir con un trago de Whisky. Había sido un viaje infernal. Uno de los negocios en Suiza se vino abajo en el último segundo y la pérdida millonaria era un golpe directo a su ego. Necesitaba silencio. Alcohol. Y su cama de sábanas italianas para desconectarse del mundo. El rugido de su Mustang se apagó frente al portón de hierro forjado. Damon Harris Williams se quitó los lentes oscuros y miró con fastidio la enorme mansión iluminada como un palacio. Cada foco encendido era un gasto innecesario para alguien que no soportaba el calor de un hogar. Pero apenas cruzó el vestíbulo de mármol, el mayordomo lo estaba esperando. —Joven Williams… gracias a Dios—Javier se inclinó, visiblemente nervioso. —No ahora. —Damon pasó de largo sin mirarlo. Sus pasos retumbaban en la mansión silenciosa mientras su asistente personal lo seguía de cerca. Sabía que estaba ahí, podía oler su perfume floral mezclado con notas de vainilla. Un aroma que de alguna forma era terapéutico para él. Evaluna Rosendo. Su nueva secretaria y asistente desde hace un año, quien cargaba con su agenda, su maletín, sus llamadas, sus caprichos, sus antojos, sus rabietas y su temperamento cambiante a diario. Una dominicana de mirada verde oliva y abuelos españoles, que había aprendido a ignorar sus cambios de humor y adaptarse como el agua en cualquier forma y estado. —Señor, de verdad debería… —insistió Javier. Evaluna le hacía señas para que no continuara. Ya venía lidiando con el todo el camino repasando la m****a que habían hecho mal para que el negocio se fuera al retrete. —¡He dicho que no ahora, maldita sea! —espetó Damon sin detenerse, su voz resonó como un trueno en la entrada. Subió las escaleras de dos en dos, desabrochándose el reloj de titanio, mientras Evaluna, con sus tacones negros y su segundo traje Givenchy, se apresuraba tras él. No era su secretaria de oficina cualquiera; era su sombra personal. La mujer que reservaba sus vuelos, organizaba sus reuniones, controlaba su agenda, su ropa, hasta su café de la mañana. Hacía de todo. La paga era buena, pero no suficiente para el estrés que Damon le causaba. Sin embargo, lo necesitaba. Paolo, su hermanito de doce años, necesitaba la escuela privada, los útiles, la comida, su internet. Desde que sus padres murieron tres años atrás en un crucero, ella era madre, hermana y padre a la vez. No podía darse el lujo de perder ese empleo. No después de la lucha que cogió para conseguirlo. Damon empujó la puerta de su despacho, lanzó su chaqueta de lino gris sobre el sofá de cuero negro y caminó directo a su licorera. Necesitaba whisky. Nada más. —Ughh... Un suave gemido lo detuvo en seco. Parpadeó. Giró. La chaqueta se movía sobre el sofá, como si algo debajo respirara. —¿Qué diablos…? —murmuró con furia contenida, acercándose. Con un movimiento brusco, retiró la chaqueta y sus ojos azules se agrandaron. Un niño. Pequeño. Castaño claro. Ojos azul claro, casi idénticos a los suyos, llenos de miedo. Lo miraba con terror, abrazando una mochila azul con parches de caricaturas y llaveros de animés. —¡¿Qué demonios hace un niño en mi despacho?! —rugió Damon, fulminando con la mirada a Javier y luego a Evaluna, que se acercó rápidamente al sofá. —Señor Williams… justo de eso quería hablarle… —balbuceó el mayordomo. El niño comenzó a sollozar, hipando sin control. Damon apretó los puños, su mandíbula se tensó con ira y confusión. ¿Quién de sus empleados era tan imbécil como para traer a su hijo a su oficina personal? —Por favor, Joven William, no sea tan brusco. —Evaluna tomó al niño en brazos con suavidad, colocándolo en su regazo mientras le acariciaba el cabello con ternura—. Todo está bien, mi amor. No llores. No hagas caso de ese señor mal hablado, él solo está estresado—Le sonrió, calmándolo con dulzura. Sus ojos verdes se alzaron, desafiantes, hacia el CEO—. Es solo un niño, señor Williams, controle su tono. Damon tragó saliva, sintiendo un ardor extraño en el pecho. Aquella mujer era la única que se atrevía a hablarle así. Sin miedo. Sin formalidad. Sin temblar. —¿Me van a explicar qué es esto? —rugió Damon, con su voz retumbando en cada rincón del despacho. Su mirada de hielo se clavó en Javier. El mayordomo, tembloroso, bajó la cabeza. Tenía más de veinte años trabajando para la familia Williams, pero nunca se acostumbraba al temperamento explosivo de Damon. —Señor… un hombre vino ayer—dijo con cautela—. Se presentó como Cori Cervantes. Trajo al niño, se llama Rowan, dijo que su madre… que la madre del pequeño había fallecido… y que… —tragó saliva, buscando las palabras— que usted es su padre, señor. El silencio que se hizo fue tan denso que Evaluna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Damon dejó escapar una risa seca y sin humor. —¿Y qué tan estúpido eres para creer semejante basura? —le lanzó una mirada llena de desprecio a Javier—. ¿Crees que tengo tiempo para andar engendrando bastardos por ahí? Javier, con manos temblorosas, sacó un sobre manila de su chaqueta y se lo entregó. —Él… él dejó esto, señor. Por eso pensé que era convincente, de lo contrario no hubiera dejado que el niño se quedara. Dijo que lo que está dentro lo explicaría todo, me tomé el atrevimiento de mirar y por eso tome la decisión de esperarlo con el niño aquí. Damon arrancó el sobre de sus manos y lo abrió con brusquedad. Dentro había una hoja doblada y varias fotografías. Sus ojos azules se clavaron primero en la primera imagen. Era él. Más joven, con el cabello un poco más largo, sin el peso de las responsabilidades ni las ojeras que ahora oscurecían su mirada. A su lado estaba una mujer de cabello castaño, su sonrisa cálida iluminaba su rostro ovalado y sus ojos ámbar parecían mirarlo con amor. Damon parpadeó, con su corazón dándole un vuelco que no esperaba. Un recuerdo vago y lejano se agitó en su memoria. Romina. La cantante canadiense que había conocido en Montreal hacía más de seis años. Fue una semana intensa, caótica, de risas, música, besos desesperados y noches tan largas que casi olvidó que tenía un mundo entero esperándolo en Washington. Un mundo que no incluía espacio para ella. Un mundo que no incluía espacio para nadie. Solo para las decisiones y planes de sus padres. Sintió la mirada de Evaluna sobre él. Alcanzó a ver su expresión de sorpresa y curiosidad mientras sostenía al pequeño Rowan en su regazo, limpiándole las lágrimas silenciosas con un pañuelo de papel. —¿Qué dice la carta, señor Williams? —preguntó ella con cautela, su voz suave como un murmullo. Él no respondió. Sus manos temblaron apenas al desplegar el papel. "Damon, si estás leyendo esto, significa que ya no estoy en este mundo. No te escribo para pedirte nada, solo para que sepas la verdad. Rowan es tu hijo. Tiene tu misma mirada, tu misma fuerza y tu corazón… ese que yo alguna vez conocí. Por favor, no lo rechaces. No le arrebates la oportunidad de conocer a su padre. Sé que no pedí permiso para traerlo al mundo, pero no me arrepiento de haberlo tenido. Fue mi luz en mi mundo lleno de oscuridad. Él merece un hogar. Aunque no sea contigo, al menos sabrá que existes. Gracias por aquellos días que me hicieron sentir viva. Cuida de nuestro hijo, si en tu corazón hay un espacio para él. Romina." Damon sintió que algo se rompía dentro de su pecho. Un vacío que no sabía que existía se ensanchó como un abismo, tragándose cada respiro. Evaluna, tomó asiento en el sofá, lo observaba en silencio. Sus ojos verde oliva se movían entre él y Rowan, procesando todo lo que acababa de escuchar. Así que su ogro de jefe tenía un corazoncito, pensó, con un atisbo de ironía. Y parece que tiró una cana al aire antes de comprometerse con la estirada de su novia. Emily Clarkson. La mujer perfecta según la prensa y su familia. Llevaban seis años de relación fría y pactada, y aunque no habían concretado el matrimonio, los medios ya hablaban de anillos, flores blancas y la boda del año. Pero ahí estaba ese niño… con sus mismos ojos… respirando suave en su regazo… desmoronando todas sus estructuras con un simple sollozo. Todo su mundo de control se acababa de tambalear… por un niño con sus mismos ojos… y una mujer que ya no estaba para defenderlo. Damon se quedó mirando por la ventana, con la carta temblando en su mano. El silencio era tan espeso que podía escuchar los latidos de su propio corazón, desbocados y erráticos. —¿Sus padres… quiere que los llame? —preguntó Javier con cautela, rompiendo el silencio. Damon respiró hondo y giró apenas el rostro, clavándole una mirada fría. —¿Ellos ya lo vieron? —No, señor. Aún no han regresado de Italia. Están en la villa supervisando las gemas para la nueva colección —respondió Javier con voz baja, tensando las manos frente a él. Damon cerró los ojos un momento, sintiendo que su cabeza iba a explotar. Sus padres… si se enteraban sin preparación… si veían al niño sin su consentimiento, se armaría un escándalo imposible de contener. Ya lo habían amenazado más de una vez con desheredarlo si arruinaba la relación con su novia. Sintió la mirada de Evaluna sobre él. La joven, aún con Rowan en brazos, lo observaba con esa expresión suave que siempre lo irritaba porque no la entendía… compasión, quizá. —Si les explica la situación… de seguro lo aceptarán —dijo ella en voz baja—. Pero… usted debe aceptarlo primero. Usted es lo único que le queda si lo trajeron hasta aquí, jefecito. Él la miró con dureza, su mandíbula se tensó. —¿Y qué se supone que haga, Evaluna? —escupió su nombre como un veneno dulce—. ¿Abrazarlo y gritarle al mundo que es mío sin estar seguro? ¡Ni siquiera sé si esa mujer decía la verdad! —Puede hacerle una prueba de ADN, pero viendo que se parecen tanto es una perdida de dinero—respondió ella, con simpleza, como si hablara de un trámite bancario. —¡No es tan sencillo! —le gritó, haciendo eco en toda la habitación. Rowan sollozó suavemente en su hombro y Evaluna le acarició la espalda, sin apartar su mirada desafiante de Damon. Él comenzó a caminar de un lado a otro, sus zapatos italianos retumbaban contra el piso de madera pulida. Entonces, una idea le cruzó la mente como un rayo. Se detuvo en seco y la miró. —Te lo llevarás contigo —dijo con tono firme y autoritario—. Hasta que le haga la prueba de ADN y decida qué hacer.Damon se levantó de la cama luego del primer encuentro, aún desnudo, con ese porte dominante que lo hacía ver como un rey en su propio palacio. Caminó hacia la sala, dejando tras de sí el eco de sus pasos firmes, y tomó la botella de vino que habían dejado atras. Regresó con ella en la mano y, al llegar junto a la cama, la destapó con calma, como si todo fuese parte de un ritual. Por alguna razón estaba inquieto y no se sentia satisfecho.Se inclinó sobre ella, que lo miraba con los labios entreabiertos muy hinchados, y llevó la botella a su propia boca primero. Bebió un sorbo largo, dejando que el vino resbalara lentamente, y enseguida la atrajo de la nuca para unir sus labios con los de él. El líquido tibio pasó de su boca a la de ella, haciéndola gemir suavemente.—Mmm...—Así… —murmuró Damon, con una sonrisa ladeada—. De mis labios a los tuyos. No quiero que te deshidrates.Ella terminó dejándose llevar, bebiendo cada gota como si fuera un secreto compartido. En ese momento, algo
—Dios mio, esto es una locura.Damon la sostuvo con fuerza contra su pecho ella gime de placer, sintiendo el calor que emanaba de ella y el temblor que recorría sus brazos alrededor de su cuello. La había levantado como si fuera liviana como una pluma, y la llevó hasta la habitación sin apartar los ojos de los suyos mientras comia de sus labios. El gesto le daba un tono rosado a las mejillas de Evaluna, y el brillo en sus pupilas oscilaba entre nerviosismo, anhelo y miedo.Con una delicadeza que contrastaba con el torbellino de deseo que lo carcomía por dentro, la depositó suavemente sobre la cama. Evaluna temblaba, no sabía si por los nervios, el vino o la expectativa de lo que estaba a punto de suceder. —¿De verdad esos jeans eran una especie de cinturón de castidad moderno? —murmuró él, con una sonrisa ladeada mientras luchaba por desabrochárselos. Evaluna soltó una risita torpe, medio borracha y ruborizada. —Tal vez… o quizás es que nunca antes alguien intentó quitármelos. Esa
Evaluna entró a la habitación de Damon dudosa, todavía procesando que había aceptado la invitación. Llevaba unos jeans rasgados que dejaban ver su piel bronceada, una blusa de arandelas ligera que le daba un aire juvenil y unas sandalias cómodas. Había querido vestirse sencillo, pero al verla, Damon sintió que brillaba más que cualquier mujer envuelta en lentejuelas. Él, por su parte, estaba relajado: camisa beige arremangada y pantalones de tela oscuros. Nada ostentoso, nada preparado. Parecía un hombre común, casi vulnerable, y eso descolocaba a Evaluna. Sobre la mesa los esperaba una botella de vino abierta, dos copas listas y un par de velas encendidas que Damon había pedido al servicio de habitación, alegando que eran “para crear ambiente relajante”. —No sabía si preferías vino tinto o blanco, así que descorché los dos. Pero creo que el tinto combina mejor con un día tan… lleno de aventuras —dijo él, sirviendo con cuidado. —Tinto está bien —respondió ella, aceptando la copa.
El sol se filtraba entre las cortinas con un resplandor inclemente. Evaluna despertó con un gemido, los brazos extendidos como una estrella de mar, ocupando toda la cama. Todavía tenía puesto el vestido de la noche anterior, arrugado y con el maquillaje corrido.—Dios mío… mi cabeza… —murmuró, llevándose la mano a la frente.Antes de que pudiera incorporarse del todo, escuchó risas y pasos acelerados. Rowan y Leonardo irrumpieron en la habitación como dos torbellinos.—¡Tía Eva, despierta! ¡Nos vamos a perder el desayuno! —exclamó Rowan, saltando a su lado.—Alístate rápido, que el buffet no espera —añadió Leonardo, arrastrando ya sus chancletas de playa.Ella los miró con ojos entornados, deseando que la tierra la tragara.—Niños, ¿pueden… pueden adelantarse? Les doy la llave y nos vemos allá.—¿Y si nos perdemos? —preguntó Rowan, dramatizando.—No se van a perder. Este resort tiene más señales que un aeropuerto —gruñó Evaluna, buscándoles la llave en su bolso.Leonardo arqueó una cej
El hotel estaba en su maxima capacidad niños corrian por todos lados, padres haciendo reservas en los restaurantes y muchos jovenes y parejas, ya listos para tomar todo lo que puedan en los bares disponibles. La noche había caído sobre el resort como un manto cálido, iluminado por farolas que parecían estrellas escondidas entre las palmeras. Luego de una tarde maravillosa y una cena deliciosa el cansancio les llego a los mas pequeños.Los niños dormían profundamente en la habitación contigua, agotados por un día lleno de juegos, arena y risas. Después de la cena, con los niños rendidos en sus camas, Damon se ofreció a acompañar a Evaluna a tomar un trago en el bar del resort. Ella había aceptado, pensando que era lo mínimo que podía hacer después de que él viajara tantas horas solo para verlos. El bar estaba repleto, apenas iluminado por luces amarillentas y una tenue música tropical de fondo. Se sentaron frente a frente, y tras un par de copas, las formalidades del jefe y la asisten
El pequeño Rowan ya estaba recuperado, con la carita más animada después del susto en el hospital. Damon firmó los papeles del alta y él mismo los acompañó hasta el apartamento de Evaluna. Allí los esperaba Leonardo, que salió a recibirlos con evidente alivio. —Menos mal, pensé que se iban a quedar toda la noche en observación —dijo él, tomando en brazos a su hermana. Leonardo Paolo estaba en el apartamento, había pasado la tarde allí, y juntos ayudaron a acomodar al niño. Damon se despidió en la puerta, cansado pero aliviado. —Cualquier cosa, me llamas —le dijo a Evaluna con un tono más suave de lo habitual, casi protector. —Claro, señor —contestó ella con una pequeña sonrisa profesional. Antes de que Damon se marchara, Evaluna comentó con naturalidad: —Pensaba irnos hoy a un resort para pasar este fin de semana para aprovechar mis vacaciones y los días libres de escuela de los niños… pero en estas condiciones será mejor esperar. Rowan, que escuchó desde el sofá, levantó la mir
Último capítulo