Se le vinieron a la mente sus recuerdos. Su voz cantando bajito mientras él la miraba fascinado desde la cama del hotel. La manera en que reía cuando le hacía cosquillas. Sus noches en Montreal, cubiertos por el frío afuera y el calor de sus cuerpos dentro. Cómo la besaba como si se le fuera la vida.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de contener el ardor que se acumulaba tras sus párpados. —¿Cómo carajos pasó esto…? —susurró en la soledad del despacho. Sus dedos tamborilearon sobre la foto antes de marcar el número de Cori Cervantes. Tenía que saber. Tenía que entender qué demonios había pasado. ¿Cómo murió Romina? ¿Por qué no le dijo nada antes sobre la existencia de ese niño? Ese niño… era su hijo. En el poco tiempo que conoció a Romina supo que era un angel caído del cielo. Una persona honesta y llena de luz. Y aunque quisiera negarlo, ya no había vuelta atrás. Damon marcó el número, con la mano temblándole apenas. Mientras escuchaba el tono de llamada, Damon se dio cuenta de algo que lo jodía más que cualquier otra cosa, nunca imaginó que partiría de este mundo sin siquiera decirle la verdad. Escuchó tres tonos antes de que contestaran. —¿Sí? —respondió una voz masculina, grave y cansada. —¿Cori Cervantes? —preguntó Damon, con frialdad y cansancio mezclados. —El mismo. ¿Quién habla? —Damon Williams. Hubo un silencio largo al otro lado de la línea, como si el hombre estuviera procesando el nombre. —Ah… usted. —Se escuchó un suspiro—. Estoy en un motel en la ciudad, hasta mañana. Ya es tarde, y ando corto de dinero, pero si quiere hablamos mañana. —Está bien. Mándeme la dirección. Lo último que quería era llamar la atención de algún paparazzi. —Lo espero a las ocho, en la cafetería que está frente al motel Picasso. Hacen un café negro exquisito, es lo único que saben hacer decente aquí. —Nos vemos. Cortó la llamada sin más palabras. Damon dejó el celular sobre el escritorio y se sirvió otro vodka. Esa noche no durmió nada. Dio vueltas en su cama gigante, sudando frío. Cada vez que cerraba los ojos veía el rostro de Romina, su sonrisa, y luego su cuerpo pálido y delgado en esa última foto. Sus pesadillas de siempre regresaron, las mismas que lo asediaban desde niño, con gritos, oscuridad y soledad. Se despertó antes del amanecer, con el ceño fruncido y el corazón latiéndole como un tambor de guerra. Se vistió con un traje negro impecable, pero no hizo esfuerzo en peinarse bien ni en ajustar su corbata con la perfección habitual. Bajó a la entrada y Tommy, su chofer y jefe de seguridad, lo estaba esperando. —Señor Williams, buenos días. —Tommy abrió la puerta del auto, notando el gesto sombrío de su jefe—. Anoche dejé a la señorita Evaluna en su apartamento con su hijo, como ordenó. Quien diría que esa chica era madre soltera. Damon solo asintió. Definitivamente podía confiar en esa chica de mirada esmeralda. Sintió que fue lo mejor que hizo en su puta vida. Contratarla. —Bien. Llévame a esta dirección. Luego iremos a recoger a la señorita...digo a la señora Evaluna, hay algo que tenemos pendientes el día de hoy. Cuando me dejes allá puedes regresar a la mansión. Cuando te necesite te llamo —Le pasó el papel con la ubicación del motel. —Si quiere lo espero, hay mucho tráfico y temo hacerlo esperar mucho tiempo. —Ya te dije que te vas a regresar y te llamaré cuando te necesite. —Bueno...si señor como ordene. El viaje fue silencioso. Damon miraba por la ventana sin ver nada realmente. Sus pensamientos estaban con Romina… y con el niño. Llegaron a un motel pequeño, con pintura desgastada y un letrero de neón parpadeando en rojo. Frente al lugar había una pequeña cafetería. Damon bajó, caminó con paso firme y empujó la puerta, haciendo sonar la campanilla oxidada. Tomó el celular y volvió a marcar a Cori. Cori estaba sentado en la mesa del rincón, con una taza de café humeante frente a él. Levantó la mirada cuando vio vibrar su teléfono, Damon se acercó y no se molestó en darle la mano. El hombre mayor de algunos sesenta años, tenía el cabello con canas y unas manos grandes y curtidas, de hombre trabajador. —Siéntese, señor—dijo con un gesto, señalando la silla frente a él. Damon se sentó, tensando la mandíbula. —¿Qué le pasó a Romina? ¿Y que significa lo que dejó anoche en mi casa?—preguntó sin rodeos. Cori suspiró y dio un sorbo largo al café antes de responder. —Romina… —dijo con voz suave—. Ella sufría del corazón. Era hereditario. Su madre murió joven también. Al principio no quería medicarse, ya sabe cómo era ella… pero al final tuvo que ponerse un marcapasos. —Hizo una pausa, observando la reacción de Damon—. Tal vez… el niño también desarrolle eso algún día. Me imaginé que no sabía que estaba enferma. Y para todos el niño era huérfano de padre. El CEO sintió un nudo en la garganta que no quiso mostrar. —¿Cómo fueron sus últimos días? —preguntó en voz baja, con un deje de culpa que le quemaba el pecho. —Ella… entrenó bien al niño. —Cori sonrió con tristeza—. Le enseñó a ser fuerte, educado, a amar el arte, la música, a recoger sus cosas… —Se le quebró la voz un segundo—. El día que murió, él fue quien llamó al 911. Eso fue hace tres semanas… y aún así no lo vi llorar como un niño de su edad. Lloró un poco al velorio… pero no como se esperaría. Es como si… no pudiera entenderlo del todo todavía. Nadie más asistió al entierro. Además de algunos vecinos y el niño. Damon desvió la mirada, con el estómago retorciéndosele. —El entierro fue rápido. —Continuó Cori—. Ella no quería nada grande, no tenía dinero tampoco. Entre varios vecinos ayudamos. Entre sus cosas estaba ese sobre con las fotos y la carta para usted. —Lo miró directo a los ojos, sin miedo—. Yo iba a entregarlo a CONANI, pero… un día vi su rostro en la televisión, promocionando esas joyas de millones de dólares. El mismo apellido, la misma cara. Fue fácil saberlo. Si yo no lo contactaba ellos lo harían y tal vez de una manera más escandalosa. Entiendo esto de los ricos y los hijos fuera de sus matrimonios. Los paparazzis son como sanguijuelas sin escatimar el dolor o el trauma que puedan causar en una criatura tan pequeña. —Yo no sabía de su existencia hasta ahora. Es absurdo que yo pueda cuidar de él. Mi secretaria se ocupa hasta de organizar mi ropa y mis calcetines para la semana ¿Cómo voy a cuidar de ese niño? ¿Porqué lo trajiste?—preguntó Damon, con la voz casi rota. —Porque ese niño necesita un padre. —Cori se encogió de hombros, con la mirada cargada de cansancio y sabiduría—. Si no está seguro, hágale la prueba de ADN. Pero… no me pregunte si yo me lo quedaría. Estoy muy viejo y ese niño tiene un don especial. —¿Lo harías? Si te ofrezco dinero para su crianza y para tí ¿Te quedarías con él? Cori negó con la cabeza y sonrió con tristeza. —No. No es mi hijo. Es suyo. Y créame… ese niño lo necesita más de lo que cree. —Apoyó su mano pesada sobre la mesa—. Fue lo único valioso que Romina dejó en este mundo. Haga un esfuerzo, señor Williams. Aprécielo. Damon tragó saliva, apartando la mirada. Un silencio pesado los envolvió mientras el aroma amargo del café llenaba el aire. En ese momento, el implacable CEO sintió algo que no recordaba haber sentido desde que era un niño. Miedo.