Entre vino blanco y tinto.
Evaluna entró a la habitación de Dante dudosa, todavía procesando que había aceptado la invitación.
Llevaba unos jeans rasgados que dejaban ver su piel bronceada, una blusa de arandelas ligera que le daba un aire juvenil y unas sandalias cómodas. Había querido vestirse sencillo, pero al verla, Dante sintió que brillaba más que cualquier mujer envuelta en lentejuelas.
Él, por su parte, estaba relajado: camisa beige arremangada y pantalones de tela oscuros. Nada ostentoso, nada preparado. Parecía un hombre común, casi vulnerable, y eso descolocaba a Evaluna.
Sobre la mesa los esperaba una botella de vino abierta, dos copas listas y un par de velas encendidas que Dante había pedido al servicio de habitación, alegando que eran “para crear ambiente relajante”.
—No sabía si preferías vino tinto o blanco, así que descorché los dos. Pero creo que el tinto combina mejor con un día tan… lleno de aventuras —dijo él, sirviendo con cuidado.
—Tinto está bien —respondió ella, aceptando la copa.
Se