El sol se filtraba entre las cortinas con un resplandor inclemente. Evaluna despertó con un gemido, los brazos extendidos como una estrella de mar, ocupando toda la cama. Todavía tenía puesto el vestido de la noche anterior, arrugado y con el maquillaje corrido.
—Dios mío… mi cabeza… —murmuró, llevándose la mano a la frente.
Antes de que pudiera incorporarse del todo, escuchó risas y pasos acelerados. Rowan y Leonardo irrumpieron en la habitación como dos torbellinos.
—¡Tía Eva, despierta! ¡Nos vamos a perder el desayuno! —exclamó Rowan, saltando a su lado.
—Alístate rápido, que el buffet no espera —añadió Leonardo, arrastrando ya sus chancletas de playa.
Ella los miró con ojos entornados, deseando que la tierra la