Eres mía

El vapor aún se elevaba en la bañera cuando Damon, con sus manos grandes y firmes, comenzó a masajearle los hombros a Evaluna. Ella cerró los ojos, soltando un suspiro largo, entregándose a la calidez de sus dedos.

—Mmm… si sigues así voy a quedarme aquí todo el día —murmuró ella, casi derretida.

Damon sonrió contra su oído, con esa arrogancia que lo caracterizaba.

—Pues entonces me encargaré de que no te falte agua caliente ni vino.

Ella rió entre dientes, relajada, y lo sintió inclinarse para darle un mordisco juguetón en el cuello.

—Ummm.

Al cabo de un rato, él la levantó de la bañera como si no pesara nada. Le pasó una toalla por el cuerpo con una delicadeza inesperada en un hombre tan dominante, luego tomó otra y la frotó con suavidad por el cabello y con el secador de pelo se ayudó con el resto de humedad en el pelo hasta que este quedó esponjoso y rebelde. Evaluna se miró en el espejo y se echó a reír.

—Parezco un león.

—Un león adorable —corrigió él, ajustándole la bata seca a
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