Batalla perdida

Evaluna lo miró como si acabara de decir la estupidez más grande del mundo.

—Ah, no, espere —respondió con ironía, alzando una ceja—. Así no fue que hablamos, señor Williams. Soy su secretaria. No su niñera.

Él suspiró con exasperación, llevándose la mano al puente de la nariz. El solo imaginar que sus padres pueden regresar en cualquier momento lo estresaba más.

—Te pagaré más. —Su voz se volvió más suave, casi seductora—. Eres buena con los niños. Míralo… se siente cómodo contigo. Además… tienes un hermanito, ¿no? Sabes tratar con ellos. De seguro… se van a divertir juntos.

Evaluna lo fulminó con la mirada, apretando los labios. Era la primera vez que la elogiaba… y no le gustaba que fuera para manipularla.

—No es justo, señor. —Su voz salió con un leve temblor. Rowan la abrazó fuerte, su cabecita reposó en su hombro, exhausto.

Damon se sentó pesadamente en su sillón de cuero negro, pasando ambas manos por su rostro. Por primera vez, Evaluna vio un atisbo de vulnerabilidad en su ogro de jefe. Sus hombros anchos se encorvaron, su respiración tembló y sus ojos se oscurecieron de angustia.

—Por favor… —murmuró, sin mirarla. Su voz sonó tan rota que Javier casi se cae del susto. Jamás había escuchado a Damon Harris Williams rogar. Ni siquiera a su madre.

Evaluna sintió un extraño tirón en su pecho. “Por favor…” Esa palabra pronunciada por él era un acontecimiento histórico. Tuvo el impulso de sacar su teléfono y pedirle que repitiera esas palabras. Pero no era momento de bromear.

Damon levantó la vista, sus ojos azul hielo brillaban de desesperación.

—Si Emily se entera… me manda al diablo. —Su voz se quebró con frustración—. Y con eso, los planes de mis padres. Ya estoy hasta el cuello, Evaluna. Todo me está saliendo mal.

Ella suspiró, bajando la mirada hacia el niño que ahora dormía en su pecho, con sus manitas aferradas a su blusa blanca como si encontrará en ella a alguien confiable.

—Está bien… —dijo finalmente, en voz baja—. Me lo llevo a casa, por ahora. Pero, señor Williams… esto no se lo perdono. —Lo miró directo a los ojos, con firmeza—. No soy su nana. Soy su secretaria. Y esto… no está en mi contrato. Solo me da lastima el niño de que lo mandé a la calle.

Damon cerró los ojos, apoyando su frente en su mano, derrotado.

—Gracias… —susurró casi inaudible.

Ella se levantó para irse.

Por primera vez en su vida… no tenía idea de qué hacer.

—Evaluna —la detuvo con voz firme antes de que saliera de su despacho cargando al niño dormido—. Renovaré tu contrato… como te plazca. Pero no quiero que digas nada sobre este asunto. Nadie debe saber que es mi hijo, si ese fuera el caso. ¿Entendido?

Ella lo miró con sorpresa, frunciendo ligeramente el ceño.

—¿Y qué se supone que diga cuando me pregunten por él? ¿Que es mio? Ni siquiera tengo novio. Y como decia mi madre si aguantó un gusto espere el trancazo. Nadie lo manda a tirar una cana al aire.

Damon suspiró, su voz salió más suave, y sus ojos se iluminaron.

—¡Si...es buena idea, di que es tuyo por el momento! El mundo está lleno de madres solteras.

—Ni de juego. Póngase serio. ¿Acaso sólo escucha lo que le conviene?

—No estoy jugando, enviaré a alguien a buscarte para hacerle la prueba de ADN mañana. Solo… haz lo que sea necesario hasta que decida qué hacer. —Su mirada se volvió más fría, recuperando su coraza—. No digas nada a nadie y quedate con el niño hasta que todo esto se aclare.

Evaluna lo pensó un segundo y alzó la barbilla con determinación. Sabe que si se niega el niño estaría en aprietos y si aceptaba de alguna forma él le debería un enorme favor.

—Entonces… de inmediato, quiero mis vacaciones vencidas. —Su tono fue firme, sin titubeos.

Damon arqueó una ceja, visiblemente irritado.

—¿Vacaciones?

—Sí, señor Williams. Dos semanas acumuladas. Pero me conformo con una. —Lo miró desafiante, meciendo suavemente al pequeño Rowan—. Si quiere que haga de niñera y secretaria al mismo tiempo, me debe dar algo ahora mismo. Sinó lo dejaré aquí a su suelte. Puede que sus padres ya estén en el aeropuerto. Según su agenda cenan mañana en el Palace todos juntos.

Él suspiró con fastidio, rindiéndose ante su lógica.

—Está bien. Tómate una semana libre. —La miró con dureza antes de desviar la vista, derrotado—. Usa la tarjeta de la empresa… para todo lo que necesites. Sin restricciones.

Evaluna sonrió con ligereza, como si hubiera ganado una pequeña batalla.

—Gracias, señor Williams. Algo… es algo. Que descanse. No olvide lo que dijo—Giró sobre sus talones y salió con Javier, que la miraba como si fuera un fantasma. Ninguna otra secretaria había conseguido jamás un permiso así de él.

Damon se quedó solo. Miró hacia el sofá donde, minutos antes, Rowan dormía. “Maldita vida la mía…” pensó

Damon se quedó mirando la puerta cerrada. Se pasó la mano por el rostro, exhalando un suspiro cargado de cansancio y rabia.

—¿Cómo es posible que tuviera un hijo y ni siquiera se había enterado?… —murmuró para sí mismo, caminando de nuevo al sofá. Recordó de nuevo su carita. Era como ver una postalita de él mismo cuando era pequeño. El mismo cabello castaño claro, esos ojos azules enormes… hasta la forma de fruncir el ceño cuando algo no le gustaba o cuando sentía miedo.

Se dejó caer pesadamente en su silla, tomó el sobre y empezó a sacar las demás fotos una por una. Había once en total.

En la primera, Romina sonreía frente a un lago, con el cabello suelto y el viento agitándolo. Se veía tan viva… tan hermosa… que un nudo le cerró la garganta. El le había tomado esa foto. En otra estaba con el niño en brazos, recién nacido, envuelto en una manta celeste. Habían varias de sus cumpleaños, sonríe al ver la de su primer cumpleaños, con un gorrito de colores y un pastel de chocolate y crema, chiquito, lleno de velitas.

Fue pasando las fotos, una tras otra, viendo cómo el niño crecía. Pero en la última… Romina estaba pálida, más delgada, con los pómulos hundidos, sentada en una silla deshastada. Sin embargo, sonreía. Su sonrisa seguía ahí, igual de cálida que siempre.

Damon tragó en seco, su pecho dolía como si le hubieran clavado un cuchillo.

—¿Cómo demonios…? —susurró. ¿Cómo era posible que alguien como ella… tan llena de vida… hubiera muerto? Se la había imaginado casada, viviendo una vida libre y feliz.

Notó un papel más en el fondo del sobre. Era un número de teléfono, escrito a mano. Miró el nombre al lado: Cori Cervantes.

El vecino que había traído al niño. Recuerda.

Sin pensarlo, sacó su celular y guardó el contacto, sus dedos temblaban apenas. Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás. Se sentía… perdido. Por primera vez en su vida, no sabía qué hacer.

Javier carraspeó desde la puerta, rompiendo su momento.

—Señor… ¿necesita algo más?

—No, Javier. —Su voz salió rasposa, cansada—. Que nadie se entere de esto. Nadie. Déjame solo.

—Como desee, señor.

Cuando el mayordomo salió, Damon se sirvió un vaso de vodka puro. Lo bebió de un solo trago, sintiendo el ardor quemarle la garganta y el estómago.

Apoyó los codos sobre el escritorio, enterrando su rostro en las manos. Maldita sea… pensó.

Romina.

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