En el camino Damon le contó todo a Evaluna, mientras el niño se entretenia con un juego en el celular de ella, el le habló sobre Romina de como la conoció y lo que compartieron, lo habló como algo superficial aunque sus ojos lo delataban, esta no lo juzgó.
El consultorio tenía ese olor frío y aséptico que a Rowan no le gustaba.
Rowan caminaba entre las baldosas blancas como si cada paso pesara toneladas. Sus dedos pequeños apretaban con fuerza la mano de Evaluna, mientras Damon hablaba con la recepcionista con ese tono formal que usaba siempre. Elegante. Intimidante. Insoportablemente correcto.
—No le gustan las agujas —murmuró Evaluna mientras lo miraba—. Me lo dijo con los ojos.
—No le gustan las sorpresas, más bien —respondió Damon sin mirarla—. Como su padre.
El niño frunció los labios. Tragó saliva.
—Va a estar bien —susurró en frances Evaluna, agachándose a su nivel—. Yo estaré aquí. No duele tanto, y después… helado. El más grande que puedas cargar.
Rowan asintió lentamente. Era valiente. Tenía miedo, sí, pero no lloró. Ni gritó. Ni pataleó. Solo apretó los ojos y respiró como si estuviera acostumbrado a lidiar con el dolor en silencio.
Después de la muestra de sangre y algunas pruebas más, el doctor pidió tiempo para procesar los resultados del ADN y los exámenes de salud general.
—¿Tiene historial familiar de problemas cardíacos? —preguntó el médico.
Damon guardó silencio.
—La madre sí —intervino Evaluna, suave—. Ella usaba marcapasos.
El médico asintió.
Horas despues, Damon estaba sentado a su lado, con la mirada fija en la nada, con el ceño fruncido como si estuviera haciendo ecuaciones mentales complicadas. Evaluna, en cambio, estaba de pie, con los brazos cruzados, mirando al niño con ternura mientras esperaban.
—El niño es un 99.99 por ciento su hijo —dijo el médico, con voz firme mientras colocaba la hoja de resultados sobre la mesa.
Damon la tomó sin pestañear. Observó el papel por unos segundos, y su mandíbula se tensó. No dijo nada.
—¿Y ahora qué significa eso del soplo? —preguntó Damon, sin mirarlo.
El doctor cerró el expediente y suspiró.
—Por ahora, no es grave. Es un soplo funcional. Hay niños que nacen con él y no les afecta en nada. Pero hay que monitorearlo. No podemos ignorarlo del todo.—¿Monitorearlo? ¿Eso qué quiere decir? —preguntó él, impaciente.
—Exámenes periódicos, seguimiento. Y si en algún momento hay síntomas de fatiga o dificultad para respirar, se actúa. A veces se supera solo, pero otras puede necesitar tratamiento. Es tratable —aclaró—. Pero lo emocional también influye.
Damon se quedó en silencio. Evaluna notó cómo sus dedos se crisparon sobre el apoyabrazos de la silla.
—¿Y... yo me voy a morir como mi mamá? —preguntó Rowan en frances, mirando a ambos con ojos grandes sin entender.
—¡Claro que no, mi amor! —intervino Evaluna rápidamente, arrodillándose frente a él—. Solo tienes un pequeño soplito en el corazón. Es como un silbido que suena ahí adentro, pero no te va a hacer daño si te cuidas bien.
El niño la miró, dudando.
—¿De verdad?—Te lo prometo. Y si te portas bien, comemos un helado todos los fines de semana de esos que pintan la lengua azul.
—¿Azul? —sonrió por primera vez.
—¡Sí! Te vas a ver como un dragón —dijo ella, riendo suavemente.
Damon los miraba sin decir una palabra. Se sentía como un intruso en una escena que no era suya, y sin embargo… ahí estaba. Con un niño a su lado que lo miraba con los mismos ojos de Romina.
—No deberías prometerle cosas que no puedes cumplir. Eso le dañaria los dientes.—murmuró él.
Evaluna se giró a verlo.
—No le prometí una casa, ni una madre, ni el cielo. Le prometí un helado, señor Ceo. Creo que puedo permitírmelo con mi sueldo de secretaria.Rowan los miró sin entender. Damon apretó la mandíbula.
—No quiero que se ilusione contigo. Aun no se si me quedare con el.
—No diga eso. Además alguien tiene que hacerle sentir que no está solo —le respondió suavemente, sin perderle la mirada—. Y usted… usted claramente no está listo para eso pero el tiempo dirá.
—No necesito que me evalúes —dijo él con frialdad—. Ni que lo adoptes.
—No lo estoy adoptando. Solo lo acompaño. Ya bastante confuso está el pobrecito.
Rowan tiró suavemente de la blusa de Evaluna.
—¿De verdad vamos por helado?—Claro que sí, campeón —le dijo en frances, dándole la mano.
Damon se levantó.
—Gacias doctor, nos mantendremos en contacto—le dijo Damon sin más que añadir— Decidan a donde iran ustedes dos. No tengo todo el tiempo del mundo.—Usted no es un robot, aunque lo intente —le respondió con dulzura—. Le guste o no, tiene un hijo. Uno que necesita cariño, guía, y probablemente terapia. Asi que tómelo con calma.
—No estoy hecho para esto —dijo Damon, casi en un susurro.
—Entonces hágase —replicó ella, caminando con Rowan hacia la puerta—. Porque ese niño no pidió nacer. Y Romina no puede volver.
Damon se quedó ahí, de pie, sintiendo que el aire se volvía más denso con cada segundo. El eco de la risa de Rowan bajando por el pasillo con Evaluna le dolía más de lo que se atrevía a admitir.
Minutos después, salieron de la clínica. Damon pidió un taxi privado y, cumpliendo su palabra, los llevó a una heladería bonita en el centro de la ciudad. Uno de esos lugares con colores pastel, sillas retro y música suave de los setenta.
Rowan pidió vainilla con chispas de chocolate y fresas. Evaluna lo ayudó a no ensuciarse la chaqueta nueva. Y Damon... se quedó mirándolo.
Como si estuviera viendo su reflejo en un espejo distorsionado.
—¿Y tú? —preguntó Evaluna mientras lamía una cucharada de menta con chocolate—. ¿No quieres uno?
—No como azúcar, lo sabes bien —respondió él, seco.
—Claro, olvidé que además de CEO, es salado —dijo ella, burlándose sin miedo.
Damon le dedicó una media sonrisa. Solo media.
—Si no estoy enfermo ¿Eso significa que me vas a dejar con ella o me vas a llevar a tu casa? —preguntó Rowan desde el asiento, columpiando sus piernitas mientras masticaba una galleta.