—Dios mio, esto es una locura.
Damon la sostuvo con fuerza contra su pecho ella gime de placer, sintiendo el calor que emanaba de ella y el temblor que recorría sus brazos alrededor de su cuello. La había levantado como si fuera liviana como una pluma, y la llevó hasta la habitación sin apartar los ojos de los suyos mientras comia de sus labios. El gesto le daba un tono rosado a las mejillas de Evaluna, y el brillo en sus pupilas oscilaba entre nerviosismo, anhelo y miedo.
Con una delicadeza que contrastaba con el torbellino de deseo que lo carcomía por dentro, la depositó suavemente sobre la cama. Evaluna temblaba, no sabía si por los nervios, el vino o la expectativa de lo que estaba a punto de suceder.
—¿De verdad esos jeans eran una especie de cinturón de castidad moderno? —murmuró él, con una sonrisa ladeada mientras luchaba por desabrochárselos.
Evaluna soltó una risita torpe, medio borracha y ruborizada.
—Tal vez… o quizás es que nunca antes alguien intentó quitármelos.
Esa