Evaluna cayó primero, totalmente rendida, con el cabello húmedo pegado a la frente y los labios aún entreabiertos. Damon apenas resistió un instante más antes de derrumbarse junto a ella, hundiendo el rostro en su cuello, agotado, con el cuerpo cubierto de sudor y el corazón golpeando como un tambor desbocado.
Ambos quedaron dormidos enredados, sin siquiera apartarse, con el aire pesado de la habitación impregnado de vino, sexo y deseo cumplido.
Mientras tanto, en la planta baja del resort, la niñera vigilaba al hijo de Damon y al pequeño Leonardo, el hermano de Evaluna. Los niños corrían descalzos sobre la arena húmeda, riendo, construyendo castillos y chapoteando en la orilla del mar. La niñera los dejaba ser libres, vigilándolos con una sonrisa cansada mientras pensaba en lo tranquilo que estaba todo en comparación con la tormenta que seguro vivían los adultos allá arriba.
Pasaron las horas, y recién a las cuatro de la tarde Damon abrió los ojos. La habitación estaba a oscuras, l