El reloj marcaba las seis de la tarde cuando Damon se quedó solo en su despacho, observando el reflejo de la ciudad a través de las ventanas panorámicas. El silencio de la oficina solo era interrumpido por el leve zumbido del aire acondicionado. Había pasado toda la mañana en juntas, repasando cifras, discutiendo proyectos… pero lo único que ocupaba su mente era esa maldita videollamada.
La imagen de Evaluna aparecía una y otra vez en su cabeza. Esa sonrisa nerviosa, el desorden de su cabello, los ojos brillando mientras hablaba… y Rowan interrumpiendo con esa inocencia que lo había desarmado por completo. Damon cerró los ojos, apoyándose en el respaldo de su silla.
—¿Qué demonios me pasa? —murmuró, fastidiado consigo mismo.
No solía distraerse, menos por una mujer. Y sin embargo, ahí estaba, repasando cada gesto de Evaluna como si fuera un adolescente. Había sentido algo extraño, una especie de calor incómodo cuando ella le agradeció por el gesto del avión. ¿Desde cuándo se sentía bi