Dicen que quien besa a Lucian muere. Pero cuando besa a Eva… ella sobrevive. Y con ese beso, despierta una maldición dormida durante siglos. Lucian lleva trescientos años condenado a una existencia solitaria, cargando con una maldición que convierte su beso en sentencia de muerte. Nadie ha sobrevivido… hasta Eva. Misteriosa, rebelde y demasiado humana, ella no solo resiste su toque, sino que comienza a cambiar. Algo oscuro despierta en su interior, algo antiguo… algo que la conecta peligrosamente con el pasado de Lucian. A medida que ambos se adentran en los secretos de la maldición, descubrirán que el amor entre ellos no es un accidente, sino parte de una profecía escrita con sangre, traición y deseo. ¿Podrá su conexión salvarlos o los condenará para siempre? Un romance imposible. Una maldición eterna. Un beso que podría destruir el mundo… o salvarlo.
Leer másEva
Nunca creí en las maldiciones. Ni en fantasmas, ni en viejas historias que sirven solo para espantar niños y excusas baratas para explicar lo inexplicable. Por eso estaba ahí, parada frente a la mansión DeLacroix, una reliquia abandonada que toda la ciudad evitaba a diez kilómetros a la redonda. Algunos decían que estaba maldita, que en sus salones se escuchaban susurros que helaban la sangre y que nadie salía igual de sus muros. Pero yo necesitaba algo diferente, algo que hiciera latir mi corazón más fuerte que el café negro de las mañanas en la oficina.
La invitación a la fiesta secreta había llegado en un sobre con tinta roja, sin remitente, con solo una frase escrita: “Ven a descubrir lo que nadie se atreve a buscar”. ¿Quién no querría eso? La curiosidad se me anidó en el pecho como una serpiente lista para morder.
El portón de hierro chirrió cuando lo empujé, y la penumbra de la noche abrazó la mansión con un aire de misterio denso y palpable. Al entrar, un frío extraño me recorrió la piel, como si la oscuridad no fuera solo ausencia de luz, sino un ente vivo que respiraba entre las paredes rotas y las cortinas desgarradas.
La música era baja, un murmullo lejano mezclado con risas nerviosas y el tintineo de copas. Me separé del grupo que me había traído, como arrastrada por un hilo invisible que me jalaba hacia los pasillos ocultos, hacia un lugar donde el silencio pesaba más que cualquier sonido.
Sentí una presencia antes de verla. Algo que me observaba, que sabía que yo estaba allí. Respiré hondo, ese tipo de aire que no prometía nada bueno, pero tampoco miedo. Solo… expectación.
Fue entonces cuando apareció.
Lucian.
No sé si fue la oscuridad o sus ojos, que parecían dos pozos infinitos en los que podía perderme y desaparecer para siempre. Su presencia me envolvió como una sombra elegante y peligrosa. Alto, con ese porte aristocrático que se burla del tiempo, y un rostro que podría ser bello o monstruoso, dependiendo de quién lo mirara.
Me habló sin palabras. Sus ojos decían lo que la voz se negaba a pronunciar. Me acercó la mano, y en ese instante el mundo se detuvo. Era como si estuviera atada a un destino que ni siquiera sabía que existía.
Sin pensarlo, sin resistirme, sentí sus labios sobre los míos. No fue un beso dulce, ni cariñoso. Fue hambre, fue fuego, fue tormenta contenida. Su boca quemaba con una intensidad que desafiaba la razón.
Mi cuerpo tembló, pero no por miedo. Por algo más primitivo, más oscuro. Y lo más sorprendente: seguía viva.
Retrocedió, como si le hubiera dado un golpe invisible. Sus ojos se abrieron con un destello que no entendí: miedo, sorpresa o tal vez algo peor.
—¿Qué eres tú? —susurró, con una voz rota, casi un lamento.
Me quedé allí, sola entre las sombras, con el pulso acelerado y una marca invisible tatuada en mi alma. No era solo un beso. Era una promesa oscura que acababa de despertar.
Desde la distancia, Lucian me observaba con un tormento que hacía crujir el silencio. Por primera vez en tres siglos, algo latía en su pecho, una esperanza o un presagio de desastre.
Y yo sabía que, después de esa noche, nada volvería a ser igual.
Desde la distancia, Lucian me observaba con un tormento que hacía crujir el silencio. Por primera vez en tres siglos, algo latía en su pecho, una esperanza o un presagio de desastre.
Yo todavía sentía el roce de sus labios sobre los míos, como si el fuego de ese beso se hubiese quedado grabado en cada poro de mi piel. Pero ¿cómo era posible? ¿Por qué no me había matado?
Me llevé la mano a la boca, temblorosa, como buscando confirmar que aún existía, que mi corazón seguía latiendo, aunque más rápido y desbocado. Me acerqué a un espejo roto que colgaba torcido en el muro y me observé: pálida, con los ojos brillantes de la emoción y la confusión. No había ni una sola marca física, ningún moretón, ninguna señal de que ese contacto con el hombre maldito me hubiese hecho daño. Pero sentí que algo dentro de mí había cambiado. Algo profundo y oscuro que despertaba después de siglos de silencio.
Una voz me sacó de mis pensamientos. Era la voz de una mujer, una de las otras invitadas, que me llamaba desde la sala principal. Me di la vuelta y me apresuré a regresar con ellos, fingiendo normalidad, pero por dentro una tormenta rugía con fuerza. No podía sacar a Lucian de mi cabeza. Ni su mirada, ni su beso.
¿Cómo podía ser que él me hubiese besado y yo siguiera aquí? ¿Qué significaba eso? ¿Era acaso una maldición rota, o una trampa?
Al salir del oscuro pasillo y volver a la fiesta, la luz parpadeante de las velas me cegó momentáneamente. La música sonaba más fuerte y las risas parecían lejanas, como si pertenecieran a otro mundo, uno al que yo ya no pertenecía.
Me apoyé contra la pared y cerré los ojos, intentando ordenar mis pensamientos. Quería entender qué había pasado, pero solo encontraba preguntas sin respuesta.
Entonces sentí una sombra desplazarse detrás de mí. Una mano fría se posó suavemente en mi hombro. Me giré lentamente y lo vi, otra vez. Lucian.
Sus ojos estaban llenos de una mezcla de tormento y admiración contenida, como si él mismo no creyera lo que estaba pasando.
—No eres como los demás —dijo, su voz ronca, apenas un susurro.
Mi pecho se apretó y sentí que el aire me faltaba. ¿Quién era él para decir eso? ¿Qué sabía él de mí?
—¿Qué quieres decir? —pregunté, tratando de sonar firme, aunque mis piernas temblaban.
—Que tu sangre es diferente. Que tu alma no teme. Que tal vez… tú seas la única que pueda romper esta maldición.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. La palabra “maldición” me golpeó con fuerza, porque por primera vez comprendí que no era una leyenda ni un cuento para asustar. Era real. Y yo estaba en el centro de todo.
—¿Y si no quiero ser parte de esto? —le dije, tratando de apartarme, pero su mano se aferró a mi muñeca con una fuerza que no esperaba.
—No tienes elección —respondió con frialdad, pero con un deje de súplica.
Lo miré fijamente, tratando de buscar en su rostro alguna señal de humanidad, de ternura, de bondad oculta bajo ese velo oscuro. Pero todo lo que vi fue un hombre atrapado en su propia tormenta, condenado a una eternidad de soledad y muerte.
Y sin embargo, había algo en él que me llamaba, que me arrastraba sin remedio.
Sentí el calor de su cuerpo acercarse al mío, y el mundo volvió a girar, como si esa mansión abandonada fuera el único lugar donde todavía existía vida.
—¿Por qué tú? —susurré con voz temblorosa—. ¿Por qué yo sobrevivo a tu beso?
Lucian no respondió, solo inclinó la cabeza y apoyó su frente contra la mía, sus ojos cerrados por un instante como si estuviera resistiendo un dolor invisible.
—Tal vez porque eres más fuerte de lo que imaginas. O tal vez porque tu destino está entrelazado con el mío, de formas que aún no comprendemos.
En ese momento, el tiempo pareció detenerse. Sentí su respiración en mi piel, el latido de su corazón, y un anhelo inexplicable de quedarme allí, atrapada en ese instante para siempre.
Pero entonces, como si despertara de un sueño, Lucian se apartó bruscamente y desapareció entre las sombras, dejándome sola, con el pulso desbocado y un miedo que no sabía nombrar.
Me quedé allí, apoyada contra la pared, mientras la fiesta seguía a mi alrededor, ignorante de que algo había cambiado para siempre.
Y aunque el beso de Lucian no me había matado, había desatado en mí una maldición antigua, oscura y peligrosa.
Una maldición que ahora me pertenecía.
LucianLa noche caía densa sobre la ciudad, oscura como mi alma cargada de siglos. Caminaba con paso firme por las calles empedradas, con la mente a punto de estallar. El peso de mi maldición era más insoportable que nunca, y el nombre de Eva quemaba en mi boca como un veneno que no podía expulsar. Había ido a buscar a Varek, un antiguo aliado vampiro, alguien con poder y conocimiento, a quien solo recurría en casos desesperados. Y este, a pesar de todo, se negaba a lo que yo le pedía: eliminar a Eva.—Lucian —dijo con esa voz profunda, fría, casi burlona—. Si ella es la excepción, si ha sobrevivido a tu toque, entonces quizá no estés condenado. Quizá puedas liberarte.Me reí con amargura, sacudiendo la cabeza. Liberarme. No había esperanza en mí. Mi beso era una sentencia de muerte, un pacto de sangre que solo traía dolor.—Eres un idealista, Varek —le respondí—. Ella es un riesgo. Una anomalía. Y los riesgos en nuestro mundo solo traen muerte.Pero mientras discutíamos, una verdad o
EvaDesperté con el sabor metálico de la noche en la boca, y un susurro de incertidumbre bailando entre mis pensamientos. La fiesta, la mansión, el murmullo de risas distantes… todo se mezclaba en un remolino borroso, excepto una cosa: ese beso. Un beso que quemaba aún en mi piel, vivo, persistente, imposible de olvidar.Me incorporé lentamente, tocando mi cuello con la yema de los dedos. Allí estaba. Una cicatriz, fina pero evidente, que no había estado antes. Como una marca invisible para todos excepto para mí. Mi pulso, acelerado y extraño, me recordaba que algo había cambiado, que no volvería a ser la misma.Pero no solo mi cuerpo estaba alterado. Los sueños llegaron pronto, visiones que no me pertenecían: un castillo antiguo envuelto en llamas, voces susurrando mi nombre en lenguas olvidadas, y la figura de un hombre — idéntico a Lucian, pero con ojos que parecían conocer tormentos que él no mostraba. ¿Quién era ese hombre? ¿Y por qué esas imágenes me perseguían como un eco de un
LucianDesde la distancia, la observaba. Eva. La única mujer que, contra toda lógica y maldición, seguía respirando después de besarme. Me preguntaba qué demonios había en ella, qué secreto ocultaba esa mirada tan fría y, sin embargo, tan viva. La fiesta continuaba, risas lejanas, música estridente que no alcanzaba a tocar mi silencio sepulcral. Mi mundo, desde hace trescientos años, estaba teñido de sombras y muerte, pero ahora ese eco de vida se había colado en mi oscuridad, y me desquiciaba.Mi maldición era un veneno que se infiltraba en cada latido, un castigo cruel por una traición que aún quemaba mi memoria. No, no siempre fui así. Hubo un tiempo en que amé sin miedo, sin cadenas. Pero aquel pacto roto con una hechicera poderosa me condenó. Su furia se convirtió en mi prisión: mi beso, mi más íntima expresión de pasión, era ahora un sello de muerte. El primer beso que di tras el castigo, una mujer inocente, murió en mis brazos, y desde entonces, su sangre mancha mi alma.Recuer
EvaNunca creí en las maldiciones. Ni en fantasmas, ni en viejas historias que sirven solo para espantar niños y excusas baratas para explicar lo inexplicable. Por eso estaba ahí, parada frente a la mansión DeLacroix, una reliquia abandonada que toda la ciudad evitaba a diez kilómetros a la redonda. Algunos decían que estaba maldita, que en sus salones se escuchaban susurros que helaban la sangre y que nadie salía igual de sus muros. Pero yo necesitaba algo diferente, algo que hiciera latir mi corazón más fuerte que el café negro de las mañanas en la oficina.La invitación a la fiesta secreta había llegado en un sobre con tinta roja, sin remitente, con solo una frase escrita: “Ven a descubrir lo que nadie se atreve a buscar”. ¿Quién no querría eso? La curiosidad se me anidó en el pecho como una serpiente lista para morder.El portón de hierro chirrió cuando lo empujé, y la penumbra de la noche abrazó la mansión con un aire de misterio denso y palpable. Al entrar, un frío extraño me re
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