Eva despertó sobresaltada, con la piel ardiendo como si la hubieran marcado con hierro candente. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, dibujando patrones sobre su cuerpo que parecían danzar con los símbolos que ahora decoraban su piel. No eran tatuajes ni cicatrices, sino algo más antiguo: marcas etéreas que brillaban con un tono cobrizo bajo cierta luz, como si la sangre bajo su piel hubiera sido reescrita en un lenguaje olvidado.
Se incorporó lentamente, observando los intrincados diseños que serpenteaban desde su muñeca izquierda hasta su hombro, subiendo por su cuello y desapareciendo bajo su cabello. Parecían vivos, pulsando al ritmo de su corazón.
—Están completos —murmuró para sí misma, reconociendo símbolos que había visto en los antiguos libros de Lucian.
El sonido de la puerta abriéndose la sobresaltó. Lucian apareció en el umbral, su rostro una máscara de preocupación y asombro. Sus ojos recorrieron las marcas en la piel de Eva con una mezcla de fascinación y te