5

El grito quedó atrapado en mi garganta cuando desperté. La pesadilla había sido tan real que aún podía sentir el olor a sangre y ceniza. En ella, Lucian estaba encadenado a una pared de piedra antigua, su cuerpo desnudo marcado por heridas que no cicatrizaban. Y frente a él, una mujer de cabello negro como la noche y ojos vacíos, tan oscuros que parecían absorber la luz. Sus manos se movían en el aire, trazando símbolos que ardían en la piel de Lucian mientras él gritaba.

Nunca olvidarás tu traición", le decía ella con una voz que parecía provenir de las profundidades de la tierra. Cada beso, cada caricia, cada intento de amor será muerte. Y cuando creas encontrar la salvación, yo regresaré.

Me llevé la mano a la boca, sintiendo un sabor metálico. Cuando la retiré, mis dedos estaban manchados de sangre. Mi sangre. Me levanté tambaleante hacia el baño y me miré en el espejo: un hilo rojo descendía desde la comisura de mis labios, como si algo dentro de mí se hubiera roto.

No era solo una pesadilla. Era un recuerdo. Pero no mío.

La biblioteca estaba casi vacía cuando encontré a la anciana. Estaba sentada en el mismo rincón donde la había visto la última vez, como si me hubiera estado esperando. Sus ojos, nublados por cataratas, parecían ver más allá de mi piel.

—Has vuelto —dijo, sin sorpresa en su voz—. La sangre te ha llamado.

Me senté frente a ella, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

—¿Qué sabes de Lucian? —pregunté directamente—. ¿Y qué tiene que ver conmigo?

La anciana sonrió, mostrando una hilera de dientes amarillentos.

—Lucian DeLacroix no siempre fue un monstruo, niña. Fue parte de un pacto antiguo, una alianza entre clanes de brujos y vampiros que buscaban poder. Un pacto sellado con sangre y promesas.

Sus palabras resonaron en mi cabeza, mezclándose con las imágenes de mi pesadilla.

—Pero él traicionó ese pacto —continuó la anciana—. Por amor. Y la bruja Morgana, la más poderosa de su clan, lo maldijo con el peor de los castigos para un ser que vive de la pasión: convertir su beso en muerte.

—¿Y yo? —mi voz tembló—. ¿Qué tengo que ver con todo esto?

La anciana extendió su mano arrugada y tomó la mía. Su tacto era frío, pero extrañamente reconfortante.

—Tú, Eva, eres el último eslabón de un linaje que se creía extinto. La sangre de Morgana corre por tus venas, diluida por generaciones, pero viva. Por eso sobreviviste a su beso. Por eso la maldición te reconoce... y te teme.

Sentí que el aire abandonaba mis pulmones. ¿Yo, descendiente de una bruja? ¿Mi sangre, la clave de una maldición centenaria?

—Hay más —dijo la anciana, apretando mi mano—. Si eres realmente quien creo que eres, entonces no solo puedes romper la maldición. Puedes despertar algo mucho más antiguo y peligroso.

Antes de que pudiera preguntar más, la anciana se levantó con dificultad.

—Ten cuidado, niña. El amor entre un vampiro maldito y la sangre de quien lo maldijo nunca termina bien. Hay fuerzas que no deberían desafiarse.

Y con esas palabras, se alejó, dejándome con más preguntas que respuestas y un miedo que se mezclaba peligrosamente con la excitación.

La mansión de Lucian era un reflejo de su alma: oscura, elegante y cargada de secretos. Me condujo por pasillos iluminados apenas por velas antiguas, hasta una biblioteca privada donde los libros parecían susurrar historias olvidadas.

—Necesito que entiendas lo que está pasando —dijo, su voz grave resonando en las paredes—. Antes de que sea demasiado tarde para ambos.

Se movía como una sombra, manteniendo siempre una distancia prudente entre nosotros. Pero incluso así, podía sentir la electricidad que emanaba de su cuerpo, la tensión que crecía con cada mirada.

—La anciana me habló de Morgana —dije, observando cómo su rostro se tensaba al escuchar ese nombre—. Me dijo que soy descendiente de ella.

Lucian se detuvo, sus ojos fijos en mí con una intensidad que me robó el aliento.

—Eso explicaría por qué sobreviviste —murmuró—. Pero no explica por qué te deseo tanto.

Su confesión me golpeó como una ola. Di un paso hacia él, incapaz de resistir la atracción que me arrastraba.

—¿Y si no luchamos contra esto? —susurré, acercándome más—. ¿Y si dejamos que suceda?

Extendí mi mano y rocé su mejilla. Su piel estaba fría, pero sentí cómo se estremecía bajo mi tacto. Sus ojos se oscurecieron, y por un momento creí ver al depredador que habitaba en él.

—No sabes lo que pides —gruñó, atrapando mi muñeca con fuerza, pero sin apartarme—. He pasado trescientos años solo, Eva. Trescientos años sin poder tocar, sin poder sentir. Y ahora llegas tú, con tu sangre maldita y tus ojos que me desafían, y todo lo que quiero es...

No terminó la frase. No necesitaba hacerlo. Lo sentía en la forma en que su cuerpo se tensaba, en cómo sus ojos bajaban a mis labios y volvían a subir, en la batalla que libraba consigo mismo.

—Muéstrame —lo reté, acercándome hasta que nuestros alientos se mezclaron—. Muéstrame lo que quieres.

Con un gruñido animal, Lucian me empujó contra la pared. Sus manos a ambos lados de mi cabeza, su cuerpo tan cerca que podía sentir cada músculo tenso, pero sin tocarme realmente.

—No juegues con fuego, Eva —advirtió, su voz ronca por el deseo contenido—. No sabes lo que puedo hacerte.

Levanté mi barbilla, desafiante.

—¿O lo que yo puedo hacerte a ti?

La tensión entre nosotros era insoportable, un hilo a punto de romperse. Podía sentir su lucha interna, el deseo mezclado con el miedo, la necesidad combatiendo con siglos de soledad autoimpuesta.

Finalmente, con un suspiro derrotado, Lucian se apartó. Se alejó hasta la ventana, dándome la espalda mientras intentaba recuperar el control.

—La última vez que amé a alguien —dijo con voz quebrada—, la maté con mis propias manos.

El dolor en su voz era tan palpable que sentí mi corazón encogerse.

—Fue después de la maldición —continuó—. No sabía... no entendía el alcance de lo que Morgana me había hecho. Besé a una mujer, una inocente que no tenía nada que ver con nuestro mundo. La vi morir en mis brazos, Eva. La vi desvanecerse mientras yo no podía hacer nada.

Me acerqué lentamente, sintiendo su vulnerabilidad como si fuera mía.

—No fue tu culpa —susurré.

—¡Claro que lo fue! —se giró, sus ojos brillantes de furia y dolor—. Yo elegí traicionar el pacto. Yo elegí desafiar a Morgana. Y todos a mi alrededor pagaron el precio.

Sin pensarlo, lo abracé. Sentí cómo se tensaba, cómo intentaba apartarse, pero lo sostuve con fuerza. Poco a poco, su resistencia se quebró. Sus brazos me rodearon, temblorosos, y su cabeza se hundió en mi cuello.

Por primera vez en siglos, Lucian DeLacroix se permitió ser vulnerable.

Nos quedamos así, abrazados en silencio, mientras la noche avanzaba y las velas se consumían lentamente. Su cuerpo contra el mío, su respiración en mi piel, y esa conexión que iba más allá de lo físico, más allá de la maldición y la sangre.

Cuando finalmente nos separamos, sus ojos habían cambiado. Ya no eran solo oscuridad y tormento; había una chispa, una esperanza tenue pero real.

—Hay algo más que debo mostrarte —dijo, su voz más suave ahora.

Me condujo a otra habitación, más íntima, donde un espejo antiguo dominaba la pared.

—Necesito ver algo —murmuró—. Confía en mí.

Con delicadeza, comenzó a desabrochar los primeros botones de mi blusa. Me tensé, pero no por miedo, sino por la intimidad del momento. Sus dedos rozaron mi piel, enviando escalofríos por todo mi cuerpo.

Cuando expuso mi hombro izquierdo, su respiración se detuvo.

—Está ahí —susurró, con una mezcla de asombro y terror.

Me giré hacia el espejo y lo vi: una marca rojiza, como una cicatriz antigua que nunca había notado antes. Tenía forma de media luna con símbolos entrelazados, casi como un tatuaje que hubiera estado oculto bajo mi piel.

—¿Qué es esto? —pregunté, tocando la marca con incredulidad.

—El sello de Morgana —respondió Lucian, su voz apenas audible—. La marca que dejaba en aquellos que estaban destinados a cumplir su voluntad.

Nuestras miradas se encontraron en el reflejo del espejo, y supe que ambos pensábamos lo mismo.

—Si sobrevives a un tercer beso —dijo lentamente—, la maldición podría romperse.

—¿O? —pregunté, sintiendo que había algo más, algo que no me estaba diciendo.

Sus ojos se oscurecieron, y su voz se volvió grave.

—O podríamos despertar algo mucho peor. Algo que Morgana dejó dormido, esperando el momento adecuado.

El silencio que siguió fue pesado, cargado de posibilidades y peligros. La marca en mi piel parecía arder, como si reconociera su nombre, como si estuviera viva.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Lucian me miró fijamente, y en sus ojos vi una determinación que no había estado allí antes.

—Averiguamos la verdad —respondió—. Y luego decidimos si estamos dispuestos a arriesgarlo todo.

Su mano se posó sobre la marca en mi hombro, y sentí una corriente eléctrica recorrer todo mi cuerpo. No era solo deseo; era algo más profundo, más antiguo. Una conexión que trascendía el tiempo y la maldición.

Una conexión prohibida que podría salvarnos o condenarnos a ambos.

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