Cuando Felipe Ortiz, un empresario arrogante acostumbrado a una vida de privilegios y decisiones ejecutivas recibe la devastadora noticia de la muerte de su padre, no imagina que el legado de su progenitor sea mucho más complicado de lo que piensa. Para su pesar descubre que su padre, un mujeriego empedernido, ha dejado tras de sí una herencia mucho más compleja que el dinero y de la cual nunca supo nada. Daniela Blanco nunca pensó en que se encontraría en una situación tan problemática.Con el recuerdo siempre presente de su encantadora, dulce y gentil madre fresco en su mente y la presión de ser una hermana mayor, la resistencia de Daniela se pondrá a prueba. A medida que Felipe y Daniela se ven obligados a colaborar en la crianza de cuatro pequeños, la tensión entre ellos se convierte en un torbellino de malentendidos y emociones ocultas. Cada niño representa un reto único, pero también un vínculo inesperado que los une en medio de los conflictos familiares. Felipe y Daniela descubren que la verdadera batalla no solo radica en criar a los niños, sino en enfrentar sus propios demonios.
Leer másPrólogo
En el momento en que se enteró de que su padre había sufrido un accidente de automóvil. Felipe Ortiz acudió rápidamente a su lado sin saber si este estaría vivo o no cuando llegara. Él sabía de sobra que su mamá iba a necesitar su ayuda, mucho más si como temía su padre no lograba superar el accidente. Felipe era un hombre adulto de 35 años; no obstante, seguía sin entender como su madre, aun con todas las dificultades que enfrentaba su matrimonio por las infidelidades de su marido desde hace años, nunca le dio el divorcio a su padre, soportó todas y cada una de sus infidelidades. Estaba obsesionada con ser su esposa y no darles el gusto a las demás mujeres. Felipe fue el último en llegar al hospital y al hacerlo corrió a toda velocidad al lado de Eugenia, su madre, estaba escuchando la información sobre la evolución del paciente. La menuda figura de su madre estaba de pie con una expresión de sufrimiento, tenía los hombros caídos y la mirada en el suelo. Felipe le colocó una mano sobre el hombro para tranquilizarla. La sintió temblar al escuchar las palabras del médico. Ella se recostó en su hombro para buscar su apoyo. Felipe, más que escuchar al médico, no podía apartar la mirada de su expresión compungida. Sentía mucha pena por ella. Su mamá era baja de estatura, pero con una gran presencia, distinción y elegancia, sus facciones finas y delicadas, él no heredó su físico, por el contrario, se parecía mucho a su padre tanto en lo alto como en el físico. Más tarde, el personal médico le indicó que su padre quería hablar con él. Entró silenciosamente a la habitación. A sus ojos este era un espacio bastante tranquilo, pero temible, el silencio solo se rompía por los latidos que reflejaba el monitor que controlaba su corazón. Una luz encima de la cama, iluminaba a su papá. Estaba casi tan pálido como las sábanas que lo cubrían. Una máscara de oxígeno le ocultaba el rostro. Las heridas eran visibles en todo el cuerpo. Tenía tiempo sin verlo, y cada vez que lo hacían solo sabían discutir. Hace mucho tiempo que Felipe se puso de parte de su mamá y no de Federico. Cuando tenía quince años, escuchó a Eugenia, su madre, hablar de las infidelidades de su padre, y pudo entender todas las veces que la vio llorar por los rincones de la casa. Tiempo después Federico Ortiz se fue de la casa, los abandonó por otra mujer, quien ya tenía un hijo de él un poco menor que Felipe. Su mamá le informo con las mejillas cubiertas de lágrimas que su padre tenía otra familia al mismo tiempo que seguía casado con su madre. A partir de allí, no tuvo ninguna duda de que su deber era protegerla de cualquier sufrimiento causado por este hombre que yacía acostado en la cama clínica. Al sentirlo cerca de él. Federico abrió los ojos contemplando a su hijo con una mirada triste. Federico presentía que no le quedaba mucho tiempo y de sobra sabía que nunca podría cambiar la imagen que tenía de el su hijo mayor. Para Felipe resultaba irónico que un hombre tan poderoso económicamente, tan fuerte en otros tiempos, se encontrara allí tirado en esa cama, demostrando debilidad. — ¡Papá! ¿Cómo estás?, preguntó Felipe sin ninguna expresión en el rostro. —Siento todo esto… molestarte… que me veas así —se escuchó la débil voz de Federico mientras intentaba levantar el brazo para tocar a Felipe. — Felipe… hijo mío… yo… voy a morir… perdón por no ser el padre que deseabas… yo… necesito que hables con Alonso, es urgente, él te dirá algo importante, confió solo en ti, …. por favor… llama a tu hermano… necesito hablar con él, pedirle perdón… Él hizo una pausa pensando bien lo que iba a decir, de ninguna manera iba a llamar a Javier. —Papá, mi mamá está aquí cómo puedo hacer eso, su madre al enterarse de lo que te pasó también vendrá… y ya sabes lo que sucede… cuando ellas se juntan. Antes Felipe no quiso avisarle a su hermano por parte de padre. Su hermano representaba para su querida madre una muestra dolorosa de una de las traiciones de Federico. Federico hizo un gesto de resignación y balbuceo lentamente bajando la mirada — ¡Entiendo! Habla con Javier, dile que lo quiero. Tú… por favor… perdóname y ayuda a todos mis hijos… ellos no tienen la culpa de nada, yo… soy el culpable de todo, cuida a tu madre y dile que me perdone… nunca quise que sufriera… solo que lo nuestro no pudo ser… En ese momento Federico exhaló un profundo suspiro en una actitud cansada y cerró los ojos llenos de lágrimas. Felipe no supo qué hacer, nunca fue fácil hablar con su padre, sobre todo en este tono, sus breves conversaciones siempre fue para discutir y reclamar. Pasado un rato pensó que se había dormido y se dispuso a salir para dejar entrar a su mamá, cuando escucho de nuevo su voz agitada su respiración sonaba forzada.. —¡¡¡Felipe!!! Cuida a los niños, prométemelo — ¿Niños? ¿Cuáles niños, papá?, —de inmediato Felipe pensó que Federico estaba delirando. Aunque parecía que algo verdaderamente lo inquietaba. —Alonso te explicará. De verdad intenté ser un buen padre para ti, ¡debes creerlo! Por favor cuida a los niños ¡Promételo! Felipe lo observó sin poder entender ¿Qué iba a prometer? ¡No sabía de qué hablaba! — ¡Papa! ¡No te agites! ¡Cálmate! ¡No entiendo de qué hablas! —Promételo, lo urgió casi sin respirar A Felipe se le estaba poniendo un fuerte dolor de cabeza y aquello era lo último que necesitaba. —Está bien, te prometo lo que sea, pero cálmate ya. — ¿Los cuidarás? Sin saber a qué se comprometía, y viendo la dificultad de respirar y hablar que en este momento tenía su padre, no le quedó otro remedio que aceptar lo que quiera que él estaba pidiéndole. — ¡Lo haré! —Por favor… dile a Eugenia, tu mamá, dile que venga a verme… quiero pedirle perdón — ¡Papá deberías descansar! —No me queda mucho tiempo… dile que venga — ¡Está bien! ¡Ya le digo! ¡Por favor tranquilízate!, murmuro angustiado ***** Cinco días más tarde, en otro centro de salud, Daniela Blanco, una joven de 25 años, también se enfrentaba a una situación similar, su madre había sufrido un ataque al corazón. Daniela ni siquiera sabía que ella sufriera del corazón, aunque el embarazo y posterior parto de su hermana Renata fue bastante difícil y los médicos le aclararon que no resistiría otro parto y su cuerpo había quedado muy debilitado. La madre, haciendo uso de sus últimas fuerzas, mandó llamar a su hija mayor con urgencia. Ella sentía que no podía morir sin antes hablar con Daniela — ¡Mamita! —Daniela, cuida a los niños. No los abandones… sé que no soy justa contigo… pero ellos no tienen a nadie más… ¡¡Dani!!! Promételo —Mami te vas a poner bien, no te preocupes — ¡No lo haré! Por favor cuida de ellos, no los abandones, por favor hija —Claro que no lo haré, los voy a cuidar como si fueras tú, pero tienes de ponerte bien mamita, anda guarda tus fuerzas para curarte La madre sonrió—Eres la mejor hija del mundo… me siento orgullosa de lo que has logrado y de cómo eres, ojalá… pudiera haber sido como tú… más independiente… perdona hija la vida que tuviste que vivir… todo fue por mi culpa — ¡Ya mamita, guarda tus fuerzas! ¡Piensa en los niños! Ella siguió sonriendo con dificultad, la máquina pitando cada vez más rápido, dijo sus últimas palabras y expiró— ¡Diles que los amo! La desesperación invadió a Daniela, comenzó a pedir auxilio, a llamar a los médicos y cuando ellos estuvieron allí solo gritaba una y otra vez: — ¡Mamita!, gritaba Daniela desesperada, sin saber qué hacer.Epílogo 2Quince años más tarde…Fabián observaba a Felipe, su hermano mayor, cuya furia era visible. Había crecido juntos en un entorno donde lo que se esperaba de él era estudiar y ser responsable. Felipe y Daniela le hablaban siempre de la responsabilidad de manejar un fideicomiso y el 10% de las acciones de la Corporación que le dejo Federico.Al cumplir 18, quiso devolver las acciones a Felipe, pero él no aceptó. Sería un insulto a la última voluntad de su padre, le indico él, y le pidió ser responsable con esos dividendos.En resumidas cuentas en la actualidad, sumando el fideicomiso y los dividendos de las acciones, Fabián podría considerarse un heredero multimillonario. Eso hacía que aunque a sus espaldas lo pudieran despreciar por sus orígenes humildes, de frente nadie se atrevía a despreciarlo.Sumado a su fortuna que aún manejaba Felipe por decisión de ambos, Fabián era un hombre bien parecido, destacado deportista y un excelente estudiante próximo a graduarse en Administrac
Epílogo 12 años después Felipe había aprendido a relajarse. Daniela, sus hermanos y sus propios hijos ocupaban casi todo su tiempo. Lilo, el perrito, aún ladraba alrededor de los niños, con la misma energía que antes.Además, ambos disfrutaban como pareja de pequeños viajes de fin de semana y vacaciones.En una de sus múltiples escapadas románticas, Daniela se había quedado embarazada. Dos años después de su boda, la alegría de sus mellizos llenó su hogarEllos y toda la familia adoraban a sus hijos, Félix e Indira, los mellizos, tenían una vitalidad desbordante que hacía difícil que se durmieran por la noche. Ambos habían nacido por cesárea en la semana treinta y cuatro de embarazo y pasaron sus primeros días en la incubadora del hospital.Cuidar a los niños era tarea de dos, incluso de todos los integrantes de la familia.Javier también hacía turnos cuando podía, ya que era un visitante asiduo, pero tuvieron que contratar a una niñera especial para los mellizos, pues toda ayuda e
Capítulo 126 ¿Sabes dónde están tus padres o tus abuelos? Felipe y Daniela se alojaron en un pequeño e íntimo hotel que él había elegido especialmente para pasar su luna de miel. Acababan de hacer el amor y ella estaba recostada en su pecho. Ambos estaban sudorosos y escuchaban a través de la ventana de la habitación el sonido de las olas rompía suavemente contra la arena, creando un ambiente tranquilo. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados.—Mi amor, he estado por preguntarte, ¿tú y tu mamá tienen más familiares? ¿Sabes dónde están tus padres o tus abuelos? —preguntó él, mirándola.Por un breve instante, Daniela se quedó pensativa. La pregunta la llevó a reflexionar sobre su pasado, sobre la familia que sabía que debía existir, pero desconocía su paradero.—No lo sé y ya no importa. Mi familia son mis niños y tú. Como verás, tengo la casa llena —respondió ella, sonriendo mientras sacudía una pelusa inexistente de la colcha con la
Capítulo 125 Una boda de ensueño. Un día muy especial—No puedes llorar cada vez que te diga que te amo —le advirtió Felipe—. No me parece que sea la reacción adecuada…— ¿Me amas? —le preguntó ella, esforzándose por mantener la voz calmada y no empezar a dar saltos por todo el lugar.—Quiero que sepas que vas a seguir casada conmigo hasta el día en que me muera. Me volvería loco sin ti en mi vida. Así que, si quieres echarte para atrás, puedes hacerlo, pero seguiré cortejándote hasta que te cases conmigo.— ¿Estás loco?—Loco por ti. ¿Nos casamos? Te doy una semana para prepararte para la boda. Tienes todos mis recursos económicos y humanos a tu disposición— ¿Cómo dices? ¿Una semana?Daniela se sentía increíblemente feliz. Él le pertenecía de una manera que jamás había soñado. Sin pensarlo, le tiró de la corbata, acercándolo a ella y lo besó fervientemente, sin importar que estuvieran en un lugar público.—He planeado todo, pero lo hablaremos más tarde, ahora continúa besándome —le
Capítulo 124 Temor al rechazoEl sonido de las olas aún resonaba en los oídos de Daniela cuando abrió la puerta principal de la casa.Había pasado la tarde caminando por la costa, dejando que la brisa marina la envolviera y calmara. Felipe estaba en un viaje corto arreglando unos problemas de la Corporación. Lo extrañaba mucho, así que fue a un paseo corto cerca de la casa. Se sentía inquieta. No podía explicarse ¿Cómo podía extrañarlo tanto?Desde que se mudó a casa de Teresa hace semanas, él se había hecho indispensable para ella, se convirtió en un verdadero compañero de vida, aunque aún no habían vuelto a tener sexo, la pasión desbordante y el deseo estaba allí, según él, estaba primero en plan de conquista, le aclaro que no sería bien visto por los niños verlo salir de la habitación de ella o lo contrario a ella saliendo alborotada de su habitación, así que se contenía.Cada vez era más difícil separase de él. Todas las noches, después de que ambos se despidieran para ir a dormir
Capítulo 123 Recuerda a los niños— ¿Qué hiciste, qué? —preguntó Daniela con incredulidad, ante lo que escucho. Le hizo una pregunta. ¡Una sola! Solo quería saber hasta qué hora estaría allí y el muy sinvergüenza le salió con esa respuesta que no se esperaba.— Ahora vivo aquí, alquilé una habitación a Teresa —respondió Felipe con desparpajo poniéndose de pie…— ¡Maldito, arrogante! ¿Ella aceptó darte una habitación? —inquirió, visiblemente sorprendida.— Claro que sí. Esto es una posada —afirmó, sonriendo.— ¡Eres un descarado! Ella hace tiempo que no acepta huéspedes —respondió Daniela con una mirada severa.— No soy un huésped, soy familia —replicó con determinación intentando apaciguarla— Estás invadiendo mi espacio personal ¿Qué estás tramando, Felipe?—pregunto Daniela contemplándolo con desconfianza.— Solo deseo estar cerca de ustedes y ayudarte —respondió, con sinceridad.— ¿Qué pasará con tus negocios? No puedes manejarlos desde aquí.— Tengo un excelente personal y Teresa
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