El primer espejo se rompió con un crujido seco, como un hueso al quebrarse. Eva y Lucian se miraron, paralizados por un instante, mientras los fragmentos caían al suelo de mármol. No fue el ruido lo que los alarmó, sino lo que emergió después: una sustancia negra y viscosa que se deslizaba entre los trozos de cristal, pulsando como si tuviera vida propia.
—No te muevas —susurró Lucian, extendiendo un brazo protector frente a Eva.
La sustancia se expandió, formando primero una silueta difusa y luego una figura humanoide que se irguió frente a ellos. No tenía rostro, solo una superficie lisa y oscura donde deberían estar los ojos, la nariz y la boca. Pero lo más perturbador era que, de alguna manera, Eva sabía que la estaba mirando.
—¿Qué demonios es eso? —murmuró, retrocediendo instintivamente.
Antes de que Lucian pudiera responder, otro espejo estalló a sus espaldas. Y luego otro. Y otro más. En cuestión de segundos, todos los espejos de la mansión comenzaron a romperse en una siniest