Mundo ficciónIniciar sesiónElena solo quería hornear pasteles, pero terminó rompiendo el corazón de un futuro CEO y guardando el secreto más dulce… y doloroso. Hace cinco años Elena Baker se casó en secreto con Jacob Hastings. Lo amaba, pero tuvo que mentirle para protegerlo de su poderosa familia. Lo hizo creer que lo usó, que lo cambió por alguien con dinero… y desapareció. Ahora, Jacob ha regresado como un CEO despiadado y ha comprado el concurso donde ella compite. La quiere de vuelta en su mundo, pero solo para castigarla. Lo que él no sabe es que Elena no volvió sola y que los dos secretos que tanto escondió… tienen su misma mirada.
Leer másElena
La mañana huele a vainilla y mantequilla tostada. Estoy acomodando fresas sobre un bizcocho tres leches cuando Lucía me empuja con el codo y me saca una risa que no puedo contener. Me hace bromas sobre “mi marido fugitivo”, como le dice en chiste a Jacob cada vez que él desaparece de madrugada a buscar oportunidades de trabajo. Río y suspiro porque lo extraño; llevamos seis meses casados y todavía me estremezco cuando recuerdo su voz en mi oído y el modo en que me miraba anoche, antes de irse “por dos días”. Me prometió que esta vez regresará con algo seguro. Yo le creo, porque siempre lo hago.
La campanilla de la puerta suena y, sin saber por qué, se me enfría la nuca. Entro al área de venta con la sonrisa automática que pongo a los clientes, pero la sonrisa se me quiebra al verlos. Una mujer rubia, impecable, con un vestido crema sin una arruga y un hombre alto de traje oscuro y con mirada de acero. No parecen entrar a comprar pan, más bien parecen entrar a evaluar una subasta. La mujer recorre el local con los ojos como si midiera el precio de cada cosa, desde el azulejo del piso hasta mis manos enharinadas.
—Buenos días —digo, secándome discretamente en el delantal—. ¿En qué puedo servirles?
La mujer me sostiene la mirada con una cortesía que lastima.
—Sonya Hastings —se presenta, como si su nombre fuera una tarjeta de visita que todo el mundo debería reconocer. Señala al hombre con un gesto mínimo—. Mi esposo, Douglas.
¿Hastings? No, eso no puede ser. Jacob siempre me dijo que no tenía padres y que creció solo. Que la familia para él es lo que estamos construyendo juntos. Trago saliva; siento que Lucía se queda quieta detrás de la cortina de la cocina.
—Mucho gusto —logro decir, aunque mi voz sale aguda y temblorosa. Los latidos de mi corazón se disparan de inmediato—. ¿Quieren pasar, sentarse, tomar un café?
—No, gracias —responde Sonya con una sonrisa breve, educada y absolutamente ausente—. No hemos venido por café.
Douglas observa en silencio. Sonya apoya una carpeta manila sobre la vitrina como quien deja un obsequio, abre la solapa con sus uñas perfectas, y desliza un fajo de hojas hacia mí.
—Venimos a simplificarte la vida, Elena —dice, pronunciando mi nombre como si supiera demasiado de mí—. Sabemos que te casaste con mi hijo.
El mundo entero se me detiene en el pecho.
—No entiendo… ¿su hijo? Jacob dijo que sus padres murieron.
Su madre suelta una risa burlona.
—Jacob Hastings —interviene entonces Douglas, con un tono pausado que no necesita subir para sonar autoritario—. Es nuestro único hijo y por supuesto que no estamos muertos.
El aire huele de pronto a quemado. Me aferro al mostrador. Jacob me dijo que no tenía padres, me lo dijo con esa seriedad eficaz que tiene cuando no quiere hablar de algo y lo repitió más de una vez.
—Debe haber un error —respondo, clavando la vista en las hojas—. Jacob… Jacob nunca me habló de ustedes.
—Claro que no —Sonya inclina apenas la cabeza con compasión fingida—. Seguramente porque se avergüenza de ti. Sabe que una chica de tu posición jamás podría ser digna de él. Te engañó desde el principio, haciéndote creer que tenías un lugar a su lado… cuando en realidad nunca lo tuviste.
—Nuestro hijo —añade Douglas— no está preparado para pasar el resto de su vida en este barrio, ni mucho menos para renunciar a su futuro por un capricho.
La palabra capricho me araña. Me enderezo.
—Jacob me ama —digo, y suena más a defensa que a afirmación—. Si hay algo que hablar, quiero hablarlo con él.
—Por supuesto —responde Sonya, serena—. Pero antes, conviene que entiendas que él no está enamorado. Se casó contigo para llevarnos la contraria. Sucede en todas las familias. Alguien joven, una decisión impulsiva, un matrimonio inconveniente. —Se encoge de hombros con elegancia—. No hay tragedia en admitir un error, lo práctico es corregirlo.
Empuja un documento con el índice. Mi nombre aparece completo, “Elena Baker”, varias veces. Leo la palabra “divorcio” y siento que me truenan los oídos.
—Aquí tienes —dice Sonya—. Lo firmas y nos encargamos de todo. Discreción, rapidez, cero escándalos. Además, una compensación razonable para que puedas empezar en otro lugar. Lejos de… —su sonrisa no se mueve, pero sus ojos sí— …esto.
Miro alrededor como si el local hubiera dejado de ser mío. La pizarra con el menú del día; el pastel de zanahoria que decoré hace quince minutos; las flores baratas en el frasco de mermelada; todo de pronto se siente pequeño bajo su mirada. Respiro hondo.
—Si quieren hablar de mi matrimonio —digo, y cuido que la voz no me tiemble—, quiero a Jacob aquí. No firmo nada sin él y no acepto su dinero.
La primera sombra de molestia cruza los ojos de Sonya. Se alisa el guante invisible de la paciencia.
—Comprendo que te cueste. —Su tono no cambia—. Pero escucha lo que te digo: si no cooperas, tu vida y la de los tuyos se volverá impracticable. No nos obligues a ser… persistentes.
—Se llama proteger a la familia, Elena —agrega Douglas, como si diera un consejo—. Y tú no eres familia.
La frase me corta la respiración. No respondo, no les doy el gusto de verme flaquear. Sonya cierra la carpeta, la recoge con la misma perfección con la que la dejó y ofrece una despedida que ni roza la amabilidad.
—Piénsalo. Te buscaremos mañana.
Se van. La campanilla suena otra vez y el silencio cae pesado. Me apoyo en la vitrina porque las piernas me tiemblan, Lucía asoma desde la cocina con los ojos grandes.
—¿Qué caraj0s fue eso? —susurra, y en su voz hay rabia y miedo—. ¿Eran… los papás de Jacob?
Asiento, apenas. La primera lágrima me cae y no sé si es de furia o de vergüenza.
—Me dijo que no tenía padres —susurro—. Me lo dijo. Juró que… —me muerdo el labio; la voz se me rompe—. No entiendo nada.
Lucía salta del lado de allá y me abraza. Huele a canela y a delantal limpio.
—Tienes que hablar con él —dice apretándome—. Sea lo que sea, no puedes dejar que te atropellen. Ese tono… esas amenazas. No.
—Está de viaje —respondo, limpiándome con el dorso de la mano—. Dijo que iba a buscar trabajo y regresaba en dos días. Quiero verlo a la cara y preguntarle quién es. Quiero… —No termino. Lo que quiero es que me diga que todo esto es una locura, una broma de mal gusto.
Lucía aprieta la boca con una mueca muy suya. La hace cuando está conteniendo un insulto.
—Te quedas conmigo hoy. No quiero que pases la noche sola con esa gente rondando.
Asiento, pero trabajo en automático el resto del día. En la tarde, cuando cierro la caja, el olor dulce del local se mezcla con un sabor metálico en mi lengua. Cada vez que escucho la campanilla, el corazón se me dispara como si estuvieran regresando.
Me acuesto en el sofá de Lucía con la ropa de trabajo. Le mando un mensaje a Jacob: “Te necesito. Llama cuando puedas”. Me duermo mirando la pantalla, esperando el zumbido que no llega. Amanece con la luz blanca de Florida colándose por la cortina de flores de Lucía y me levanto con los ojos hinchados pero el pulso firme: hoy voy a sostenerme.
Llego temprano a la panadería. La llave gira y la puerta no abre, me freno y vuelvo a intentar, pero nada, no puedo. Mis tíos están en la acera, sentados en los escalones, y mi tía se tapa la boca con un pañuelo. Mi tío mira el piso como si estuviera vacío.
—¿Qué pasa? —pregunto. Mi voz se oye lejos.
—Nos… nos vendieron —dice mi tía, y rompe en llanto—. El dueño del edificio lo vendió anoche. Llegaron con papeles y dicen que hoy tenemos que entregar las llaves. Que… que ya no es nuestro.
—¿Cómo que lo vendió? —me arde la cara—. ¿A quién?
Mi tío levanta la mirada y la palabra le tiembla.
—A unos… Hastings, algo así dijo.
Se me aflojan las manos y las llaves caen al suelo con un tintineo absurdo. Hastings. Siento la amenaza de Sonya en la nuca, como si me soplara. “No nos obligues a ser persistentes”.
Parte I – SonyaLas luces me comen los ojos. No sé si es la calle o el llanto, pero no veo bien.Aprieto el volante con tanta fuerza que me duelen los nudillos. Sigo manejando, sigo avanzando. No puedo parar, no voy a parar, y mucho menos voy a dejar que me encierren como a una criminal cuando todo lo que hice fue por mi hijo.Eso me repito una y otra vez aunque ya nadie me crea. El parabrisas está lleno de gotas, la lluvia golpea como si quisiera atravesarlo, es de noche y las luces rojas de otros autos se estiran frente a mí como manchas. Voy demasiado rápido, pero bajar la velocidad sería admitir que tengo miedo, y yo no tengo miedo.El teléfono vibra en el asiento del copiloto, pero l ignoro hasta que vuelve a vibrar otra vez y así hasta acumularse diez llamadas perdidas.—Basta… —susurro.Lo agarro sin apartar los ojos del camino y solo deslizo los ojos un segundo para ver el nombre en la pantalla.Es Jacob… sé lo que me va a decir, sé que ya lo sabe todo, pero igual contesto.—M
CAPÍTULO 106: LA CAÍDA DE LA REINAJacobTodavía tengo el pulso acelerado. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Elena se lanzó a mis brazos, pero juro que nunca en mi vida había sentido algo tan real. Ella y yo, después de tanto dolor, por fin respiramos el mismo aire sin miedo.No hay ceremonia, ni testigos, ni música, solo nosotros, pero, de pronto, las puertas del registro se abren de golpe y escucho las voces que más extrañaba en el mundo.—¡Mami! —grita Nico, corriendo hacia nosotros.Elena apenas alcanza a agacharse cuando él se le lanza al cuello. Ella lo alza, lo cubre de besos entre lágrimas. Atrás viene Lía, tomada de la mano de la tía Teresa y del tío Robert, que caminan despacio, visiblemente confundidos.—¿Qué significa esto? —pregunta Robert, mirando de un lado a otro—. Nos dijeron que venías a casarte, Elena.Elena ríe, aun llorando, y niega con la cabeza.—No, tío… no va a haber boda.Yo doy un paso al frente. Mi corazón late tan rápido que me cuesta hablar.—Porque
CAPÍTULO 105: DIME QUE NO LLEGASTE TARDEElenaNo debería temblar así el día que voy a casarme. Me encuentro delante de una puerta de vidrio opaco con letras doradas que dicen REGISTRO CIVIL, pero las rodillas me pesan como si llevara cadenas. Rodrigo está a mi lado, impecable en camisa blanca y chaqueta oscura, sosteniendo los papeles con una calma que yo no tengo.Respiro hondo varias veces, pero no me sirve de mucho. Esto no se siente como un comienzo sino como una despedida, y me odio por eso.—Podemos esperar —me dice él en voz baja, como si me leyera por dentro—. No tenemos que firmar hoy si no estás lista.—Estoy lista —miento.Me mira. Sus ojos son cálidos, limpios y sin juicio. Eso me duele más.—Rodrigo… —susurro—. Lo estoy haciendo por mis hijos.—Lo sé.—Y porque necesito estabilidad, y porque tú… tú has sido lo único bueno cuando todo se me vino abajo.—Lo sé —repite.—Y también porque tengo miedo.Esta vez no responde. Solo asiente, muy leve, como si aceptara una verdad
CAPÍTULO 104: LA VERDAD QUE CAMBIA TODOJacobEl sonido de las máquinas en el hospital siempre me ha puesto nervioso. Ese pitido constante, regular, me recuerda a una respiración forzada y artificial. Camino por el pasillo con paso lento, casi torpe, y cuando llego frente a la habitación, tengo que tomar aire antes de entrar.La tía Margaret está despierta. Pálida, con el rostro más delgado, pero con los ojos vivos, claros como siempre. Sonríe apenas me ve.—Así que volviste del más allá —bromeo.Ella se ríe.—Ya casi es Halloween —responde con voz ronca y una risita suave.Yo sonrío, aunque siento un nudo en la garganta.—Podría decirse que sí. —Me acerco a su cama y le tomo la mano—. Me alegra tanto verte despierta.—A mí me alegra seguir viva. Me siento como si me hubiera arrollado un camión. —Se ríe despacio, pero enseguida tose.—Eso porque casi te arrolla uno —respondo, aliviado de poder reír con ella.Nos quedamos en silencio unos segundos mientras me observa, me estudia como s
CAPÍTULO 103: EL PRECIO DEL SILENCIOSonyaLos informes llegan puntuales, como cada mañana.Sobre el escritorio tengo una carpeta con fotografías recientes de Elena Baker: entrando a su edificio, saliendo con sus hijos, hablando con ese policía que ahora parece su sombra. Mis investigadores son discretos y eficientes; no necesito ensuciarme las manos para saber cada paso que da.Paso una hoja tras otra con calma, disfrutando cada detalle y sonrío, satisfecha.Todo va exactamente como debe ir, aunque Jacob se ha hundido en la bebida, encerrado en la mansión, pero no importa. Lo dejaré regodearse en su miseria y después me encargaré de sacarlo de ahí. Pero ella… ella finalmente aprendió lo que significa perderlo todo.Por fin.El veneno más poderoso no es el que mata, sino el que disuelve despacio la esperanza.Cruzo las piernas, tomo una copa de vino y dejo que la voz de mis pensamientos se mezcle con el aire.—Te advertí, querida pastelera, que nadie se mete con un Hastings y sale ile
CAPÍTULO 102: LLAMADA DESDE EL FONDOJacobHan pasado dos semanas y sigo metido en la mansión como un fantasma. La barba me pica y me cubre media cara, huelo a whisky y a sofá viejo. Las cortinas cerradas, las botellas vacías alineadas como soldados muertos en la mesa baja. No quiero ver a nadie. No quiero hablar con nadie. Si no fuera por el personal mínimo que se atreve a entrar, no comería.Golpean la puerta del estudio, no respondo, pero entra de todos modos.—Jacob —la voz de Juliette me irrita—. No puedes seguir así, eres un Hastings, compórtate como tal.Alzo la vista. Viene impecable, maquillaje perfecto, vestido de maternidad ceñido. La barriga ya se le marca bastante, me mira con asco y preocupación fingida.—Lárgate —digo.—No hasta que hablemos —insiste, cruzándose de brazos—. La junta pregunta por ti, los medios preguntan por ti, los gerentes preguntan por ti. Y yo no puedo cubrirte siempre. ¿Te vas a quedar aquí hecho un trapo mientras todo se cae alrededor?—Firma los p





Último capítulo