CAPÍTULO 5: LA CULPA NO SE HORNEA

Elena

Me quedo helada. No sé si es el aire acondicionado del salón o la forma en la que Jacob me mira desde el otro lado, pero siento cómo la sangre me abandona la cara. No es posible, no después de cinco años y todo lo que pasó.

Pensé que jamás lo volvería a ver y ahora está aquí en un escenario, rodeado de cámaras y gente que lo mira como si fuera un dios. Y yo… yo apenas puedo respirar.

Cuando lo dejé, lo hice creyendo que estaba haciendo lo correcto, pero al poco tiempo, cuando llegó la notificación del divorcio, algo dentro de mí se quebró. Lo firmé con las manos temblando, y semanas después descubrí que estaba embarazada.

El presentador alza la tarjeta y el salón se queda sin aire.

—La ganadora del concurso nacional de repostería es… Elena Baker.

Los aplausos empiezan a sonar, pero yo solo siento las piernas de gelatina. Jacob aparece a mi derecha, impecable e impasible, y toma el micrófono con una cortesía afilada.

—Felicidades —dice, y me mira como si no me conociera—. Un trabajo impecable… aunque, debo decirlo, el talento sin carácter no sirve de nada.

Trago en seco, mis mejillas se ponen tan rojas que no puedo ni disimularlo. Escucho a las otras finalistas soltar una risita disimulada.

—... Además del trofeo y el cheque, el premio incluye una gira nacional por los hoteles Hastings como chef invitada y nueva imagen de nuestra marca —añade.

La palabra gira me retumba en la cabeza. Sonrío para la foto, sostengo el trofeo y poso con el cheque mientras me felicitan: “qué talento”, “qué promesa”, “qué pastel”. Todo ocurre como dentro de un acuario: veo las bocas moverse, oigo burbujas, lo único nítido es él saliendo del escenario sin mirarme ni una sola vez.

Cuando por fin me sueltan salto de la tarima y lo busco.

—Jacob —lo llamo, pero no gira la cabeza. Acelera el paso por el pasillo de servicio, atraviesa la zona de catering y desaparece detrás de una puerta con letrero de “staff only”.

—Jacob, tenemos que hablar.

Él no me escucha, o me ignora. Solo veo su espalda ancha, la línea exacta de sus hombros y un paso seguro. Empujo la puerta antes de que se cierre y entro a la trastienda. Enseguida el olor a café recalentado me llega ala nariz.  Hay cajas apiladas en un corredor estrecho que conduce a las oficinas.

—Solo serán dos minutos —insisto, alcanzándolo por fin en el umbral de una oficina con paredes de vidrio esmerilado.

Él coloca la mano en la manija, como si no me oyera, entra, pero yo también, y cierro la puerta detrás de mí con cuidado, como si el sonido pudiera alterar la tensión que ya se siente en el aire.

Por primera vez en la noche, me mira, y esa mirada dice que dos minutos van a sentirse como una eternidad.

Mis manos están frías, y cuando por fin lo tengo de frente, no sé qué decir. Cinco años sin verlo y ahora está aquí, imponente, con ese traje oscuro y esa mirada que no reconozco… o tal vez sí, pero endurecida hasta el punto de dolerme.

—Hola… —empiezo, pero mi voz suena más débil de lo que quería—. Jacob, yo…

Él no me deja terminar.

—Si tienes alguna duda respecto al concurso, puedes hablarlo con los organizadores.

Trago saliva, sintiendo cómo las palabras se me atascan.

—Yo… no sabía que tú estabas involucrado en este concurso —digo con timidez. Lo que él y yo vivimos fue hace mucho tiempo, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Nunca he podido olvidarlo, aunque es obvio que él a mí sí—. Lo que quería decir es que… no sabía que el premio incluía una gira.

—Está en las bases —responde, seco, sin apartar la vista de unos papeles que tiene sobre el escritorio.

—No puedo… —susurro, y sé que mi voz tiembla. Por dentro, pienso en mis hijos. No puedo dejarlos tres meses y mucho menos quiero pasar ese tiempo cerca de él, no después de cómo terminó todo.

Sus ojos se levantan lentamente hacia los míos, y lo que veo ahí me confirma lo que ya intuía: me odia.

—Debiste pensarlo antes de inscribirte —dice con una calma que me corta por dentro—. Firmaste las bases, aceptaste todos los acuerdos y no se puede cancelar.

—Jacob, no es… no es tan simple.

—Entonces, vas a rechazar la oportunidad de tu vida…

—De verdad no puedo… —repito, bajando la mirada.

—¿Y por qué no? —pregunta, inclinándose hacia adelante con los codos apoyados en el escritorio—. ¿Cuál es tu excusa?

Me muerdo la lengua. No voy a decirle la verdad.

—Asuntos personales.

Antes de que pueda responder, mi teléfono vibra en el bolsillo. Veo el nombre de Lucía en la pantalla y el corazón me da un vuelco. Me aparto un paso, pero él sigue ahí, lo bastante cerca como para escucharme si hablo.

—¿Qué pasó? —Mi voz se acelera— ¿Cómo que uno de los niños tiene fiebre? —miro el suelo, sintiendo la ansiedad crecer—. Está bien, llévalo al médico y mantenla a ella tranquila hasta que llegue.

Cuelgo, y antes de guardar el teléfono, siento su mirada clavada en mí.

—Así que cuidas niños… —su voz destila ironía—. Te convertiste en niñera, qué desperdicio.

El comentario me atraviesa, pero no le doy el gusto de una respuesta, me obligo a tragar el nudo en la garganta. Si mi pequeño Nico se ha enfermado, necesitaré todo el dinero de este concurso.

—Está bien, lo haré.

—Bien, supongo que es la única elección correcta que has hecho en tu vida —insinúa.

Me muerdo la lengua para no responder eso también. Jacob me extiende el contrato y el bolígrafo, firmo sin mirarlo y lo dejo sobre el escritorio antes de marcharme.

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