CAPÍTULO 10: VIEJAS CICATRICES
Jacob
Cierro la puerta de mi habitación con calma fingida, pero no me muevo de inmediato. Me quedo allí, apoyado contra la madera, escuchando el eco de mis propios pasos en el silencio. Sé que ella está en la suite contigua, a lo mejor maldiciéndome, probablemente temblando todavía. Y sonrío, porque eso era exactamente lo que quería: que no pueda estar tranquila, que recuerde que yo siempre seré el hombre que la desarma.
No es casualidad que compartamos suite. Lo pedí yo. Fue lo primero que exigí cuando llegué aquí, a mi hotel. ¿Crueldad? Quizá. O quizá solo es justicia. Cinco años esperando este momento, y ahora que la tengo a unos metros de distancia, quiero que sienta cada minuto de mi presencia, igual que yo sentí su ausencia.
Camino hasta la ventana y me sirvo un whisky. El cristal frío de la copa me calma la mano, pero no el torbellino que llevo dentro. Me repito, una y otra vez, que nada de esto me afecta. Que Elena Baker ya no significa nada, es