CAPÍTULO 8: TURBULENCIAS
Elena
—Señorita —le dice a la azafata, amable—, tengo un asiento libre a mi lado en primera. ¿Podrían cambiar a la pasajera del 23B…? —Sus ojos verdes se clavan en mí un segundo. Es un gesto rápido, casi imperceptible, pero me lee el alma: te hace falta un respiro.
La azafata sonríe como si le hubieran caído veinte años menos encima.
—Podemos cambiar a la señorita del 23B, si está de acuerdo.
Miro mi bolso, mis manos y mi orgullo. Asiento.
—De acuerdo.
La señora del abrigo resopla ofendida porque el universo ya no gira a su alrededor, y yo recojo mis cosas. El desconocido me espera en el pasillo con un gesto de adelante.
—Gracias —murmuro, al pasar junto a él.
—Con gusto —responde—. Soy buena gente cuando me dejan salir del ascensor.
Me río. No quería, pero lo hace fácil. La azafata nos guía a primera clase; el aire huele distinto arriba, como a tela cara y distancia social. Me acomodo en un asiento de esos que parecen cápsulas del futuro y él en el de al lado