Jacob
Cinco años después…
Es increíble lo rápido que el tiempo se convierte en costumbre. Ahora soy un hombre que no duda, que no pide permiso y firma contratos millonarios sin pestañear. El Jacob de entonces, el que creía que el amor bastaba para sostenerlo todo, está muerto.
El apellido Hastings, que antes me pesaba, ahora lo uso como un arma. Dirijo la compañía familiar, he cerrado alianzas estratégicas en tres continentes y he multiplicado las ganancias de los hoteles y restaurantes. Estoy casado con Juliette Castle, hija de uno de nuestros inversionistas más importantes. El matrimonio fue un trato limpio: yo mantengo la fachada perfecta, ella se asegura de que la prensa nos adore.
No la amo. Ella dice que me ama, o al menos lo actúa bien, pero nuestra relación está construida sobre cenas en silencio y apariciones públicas muy bien planeadas. No compartimos nada más que un apellido y un interés mutuo en mantener la imagen.
Esta mañana en la sala de juntas, mi equipo de marketing presenta los detalles de un evento que patrocinamos a través de una de nuestras marcas asociadas: el Concurso Nacional de Repostería. No suelo poner atención a estas reuniones menores, pero algo me hace detener la mirada cuando la pantalla proyecta la lista de finalistas, porque una de ellas es… Elena Baker.
El nombre me golpea como un puño en el estómago. No lo pronuncio en voz alta, pero mi mente empieza a repetirlo una y otra vez. La sala sigue hablando, pero ya no escucho nada más. Veo sus ojos, su sonrisa, el momento exacto en que me dijo que me dejaba, que prefería a alguien con más dinero que yo, que no me amaba…
—Quiero el control de este evento —interrumpo.
Las miradas se vuelven hacia mí.
—Señor, no es estrictamente nuestro, es de una empresa aliada…
—Entonces la compraremos —digo con calma, como si estuviera ordenando café—. Quiero el paquete mayoritario antes de que termine el día.
Hay un murmullo de dudas, pero no me interesa escuchar objeciones. Nadie aquí me dice que no.
Esa misma tarde ya tengo el contrato firmado. Exijo ser parte del comité del concurso. Oficialmente, para “garantizar la calidad de la inversión”, pero en realidad, solo quiero verla. No he olvidado lo que hizo, ni el modo en que me dejó. Nunca entendí cómo fue capaz de hacerme eso después de todo lo que yo hice e iba a hacer por ella.
La quiero ver arrepentida y humillada. Suplicando perdón, quiero que entienda que nunca estuvo a mi nivel y que siempre estaré fuera de su alcance. Ella me dejó por un hombre con “más dinero”, pobre ilusa, si tan solo me hubiese dejado decirle quién era yo.
Pero no importa, Elena Baker me las va a pagar. He esperado cinco años, ya es momento de recordarle lo que perdió.
♥♥♥
El día del concurso, el salón está impecable, lleno de cámaras, mesas con arreglos florales y un olor dulce que impregna el aire. Camino entre los jueces y los patrocinadores con una sonrisa. Cuando me ubico en mi asiento, la veo.
Por un momento, se me detiene el corazón. Han pasado cinco años y sigue teniendo el mismo efecto. Su cabello está recogido, hay concentración en su rostro mientras coloca los últimos detalles a su pastel. Lleva el uniforme blanco de chef, pero aun así… es ella.
Se percata de mi presencia. La veo tensarse, apenas un segundo, antes de recuperar la compostura. Ambos fingimos no conocernos. El juego comienza.
La observo durante todo el concurso, midiendo cada uno de sus movimientos, anotando mentalmente cada gesto. Está nerviosa, aunque intenta ocultarlo. Sus manos tiemblan ligeramente al presentar su trabajo final.
Cuando llega la deliberación, no dejo que los jueces decidan. Me inclino hacia el presidente del jurado.
—Ella ganará —digo como una instrucción, no una sugerencia.
—Señor, hay otros…
—No me importa —lo interrumpo.
Poco después, el presentador anuncia el resultado.
—Y el primer lugar del Concurso Nacional de Repostería es para… ¡Elena Baker!
Ella avanza hacia el escenario. Su mirada se cruza con la mía por un instante, buscando una respuesta. Le ofrezco una sonrisa cortés, pero vacía.
Cuando recibe el trofeo, me acerco con el micrófono en la mano. Las cámaras se giran hacia nosotros.
—Felicidades —digo, mi voz sale proyectada por los altavoces—. Un trabajo impecable… aunque, debo decirlo, el talento sin carácter no sirve de nada.
Un silencio incómodo se instala en el salón. Puedo ver cómo se le tensan los hombros y se queda paralizada, sin entender por qué le acabo de arrebatar la gloria en público.
Me siento poderoso, sin embargo… no es suficiente.
La ceremonia continúa. Todos fingen que no ha pasado nada, pero yo sé que la he dejado temblando. Cuando termina, me acerco a la mesa del jurado, tomo una carpeta y firmo un documento que tenía preparado desde antes.
—Quiero que esto se anuncie en todos los medios asociados —ordeno—. Además del trofeo y el cheque, el premio incluye una gira nacional por los hoteles Hastings como chef invitada y nueva imagen de nuestra marca.
El organizador me mira sorprendido.
—¿Está seguro? Hace un momento…
—Estoy seguro —lo corto.
Me alejo, sabiendo que acabo de cerrar una trampa perfecta. Ahora tendrá que trabajar para mí, viajar conmigo, verme todos los días. Y yo me aseguraré de que cada minuto le recuerde que nunca debió traicionarme.
No porque quiera recuperarla. Ese hombre murió hace cinco años, ahora solo quiero verla arder.