ElenaMe agacho a recoger las llaves y el mundo se me desdobla, como si mirara dos veces la misma escena: mis tíos llorando, la persiana a medio abrir, el letrero de “Abierto” todavía colgado por dentro en un local que ya no nos pertenece. La garganta se me cierra y abro la boca buscando aire.—Vamos al abogado —dice mi tío, levantándose de golpe, pero da un paso y titubea. Se lleva la mano al pecho. —No… no pasa nada, solo es… —y no termina. Sus rodillas se doblan, sus ojos se van para atrás.—¡TÍO! —me lanzo a sostenerlo, pero su cuerpo es un saco muerto—. ¡Tía, el teléfono! ¡Lucía!Los segundos se vuelven viscosos. El ruido de la calle desaparece. Un vecino corre, alguien marca emergencias, yo no distingo nada salvo las manos de mi tío, frías, y la sensación de que una pared se nos cae encima. La ambulancia llega y me subo con ellos, apretando el bolso contra el pecho como si pudiera agarrarme de algo.En el trayecto, miro por la ventana y una rabia seca me sube desde el estómago h
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