Mundo ficciónIniciar sesiónUnos días después
Kazanlak, Bulgaria
Arianna
Todo parece estar en orden. Las chicas llegan puntuales, los clientes se acomodan como si Divinas fuera su segunda casa, los proveedores no se retrasan ni un minuto. Todo funcionaba como un maldito reloj suizo. Sin embargo, en este negocio, cuando todo parece ir demasiado bien, es porque alguien está preparando tu caída.
Por eso no me fui a casa aún, a pesar de que ya amaneció. Camino entre las mesas vacías, observo el camión de licor estacionarse en la parte trasera y entonces escucho la voz de Petar.
—Escuché algo que te interesa —dice Petar, que aparece a mi lado sin hacer ruido, como siempre.
—¿Algo sobre Dominic? —pregunto, sin mirarlo directamente.
—Si. Uno de los proveedores me contó que a unas cuadras de aquí están terminando un club nuevo. Al parecer, el dueño es él… Dominic Todorov. —Hace una pausa—. Dicen que lo está montando con todo. Seguridad, chicas traídas de Europa del Este, dinero fresco.
Suelto una risa suave.
—Puede poner mil clubes alrededor de Divinas, Petar. No importa. ¿Sabes por qué seguirán viniendo nuestros clientes?
Él no responde.
—Porque aquí se sienten en casa. Pueden hablar de negocios sin que nadie los escuche, pueden andar armados, pueden meterse con quien quieran. Nadie los traiciona. Nadie llama a la puta policía. Aquí mando yo. Y eso lo saben.
Hago una pausa, dejo que el silencio hable por mí.
—Así que dime Petar... ¿quién crees que va a ganar?
En ese momento, la puerta de la entrada se abre revelando una figura familiar. Me tenso.
—Russell Novak —digo entre dientes.
Camina con la calma de quien se siente en territorio enemigo, pero aun así no pierde la sonrisa ni la arrogancia.
—Hola, Arianna —dice alzando una ceja—. Tan hermosa como siempre.
Él se detiene a pocos pasos. Su mirada se pasea por el lugar como si lo recordara todo.
—Creo que estoy viendo un espejismo. Juraste no volver a pisar este lugar.
Coloca una mano en el pecho, dramatizando.
—No pensaba volver a Bulgaria. Pero ya ves... el destino me trajo de regreso.
—¿El destino o la necesidad? —replico—. ¿De quién te escondes esta vez? ¿serbios? ¿colombianos? ¿italianos? ¿rusos?
Él se encoge de hombros, torciendo la boca.
—No puedo responderte porque ni yo tengo claro quién me quiere muerto esta vez.
—¡Mentiroso! —escupo con furia, avanzando un paso hacia él—. Claro que lo sabes. Y siendo honesta, no sé si este es el mejor escondite. —Lo miro de arriba abajo, con una mezcla de rabia y desconfianza—. Acaba de llegar a Kazanlak un jefe de la mafia rusa, Dominic Todorov. Un idiota que se cree el dueño y señor de la ciudad.
Novak sonríe. Una sonrisa lenta, cínica… como si acabara de escuchar una historia graciosa en vez de una advertencia.
—Sé quién es Dominic Todorov —dice con esa voz baja, tranquila, que siempre me irritó más que cualquier grito.
—Pero el club Divinas… —continúa— es territorio neutral bajo tu ley, ¿o me equivoco?
Su mirada se clava en la mía. Directa. Sin miedo. Sin pedir permiso.
—¿Puedo contar con tu ayuda, Arianna? —pregunta, inclinando apenas la cabeza—. ¿O debo marcharme?
Mis labios se tensan. Lo estudio en silencio. Siento cómo algo arde en el pecho. No me gusta que me pongan contra la pared. No me gusta que vuelva después de tanto tiempo, como si nada. Pero menos me gusta que Dominic Todorov piense que puede tocar lo que me pertenece. Y ahí lo dejo… un hilo invisible, peligroso, que promete fuego y traición.
Dominic
Quise enviarle un mensaje a Arianna sin balas ni amenazas: estrategia, inteligencia y crueldad. Abrí Aurum cerca de Divinas, con luces más brillantes, mejores bailarinas, alcohol más caro. Todo para arrebatarle el trono… y, si era posible, doblegarla por completo. Desde que me rechazó, su caída se volvió mi objetivo. No por negocios ni poder… sino por mí.
Desde entonces, recorro cada mañana el club como si fuera un campo de batalla. Superviso detalles, corrijo errores, apruebo cada maldita contratación. Nada puede salirse de control. La gran inauguración es este viernes, y todo debe estar listo. Impecable. Letal.
Pero Milos aparece como cada mañana con una expresión diferente. Ojos brillantes. Como si llevara dinamita en los bolsillos.
—No podemos ganarle así a Arianna —dice, siguiéndome por los pasillos.
Me detengo. Me giro con lentitud. Y empieza el juego.
—¿Así cómo? —averiguo.
—Tratando de vaciarle el personal. Las chicas que trabajan para ella son leales.
—¿Leales? —me río con desprecio—. No seas ingenuo, Milos. No existe la lealtad. Solo existe el precio correcto. Si no se venden por el doble, se venderán por el triple. O por miedo. Tú eliges el método. Quiero que les ofrezcas todo: dinero, seguridad, vivienda. Hazlas dudar. Hazlas temblar. Sácalas de ese club, aunque tengas que arrancarles las entrañas.
—Es una locura… Arianna no es cualquier mujer. Tiene el respaldo de jefes de la mafia, y lo que pretendes es una guerra por puro caprichoso.
—Se llama marcar territorio, reclamar lo que es mío. Por último, quien se atreva a respaldarla me tendrá de enemigo.
Milos aprieta la mandíbula. No retrocede.
—No me gusta nada este capricho tuyo con esa mujer. Va a terminar mal este asunto para ti o falta que ya hayas caído rendido a sus pies.
—Milos, deja de repetir estupideces. Arianna es otra mujer más por conquistar, un trofeo para sumarse a mi colección. Y en vez de preocuparte por tonterías, sigue mis órdenes sin cuestionarlas. No necesito una consciencia martillándome la cabeza.
Milos guarda silencio unos segundos; su rostro cambia, se endurece.
—Pues uno de los dos debe ser sensato. Más bien enfócate en el asunto del asesinato de Natasha… sigo pensando que fue un ajuste de cuentas, una traición de uno de tus aliados. ¿O ya lo olvidaste?
No respondo. La palabra Natasha queda pegada en el aire.







