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Un juego peligroso (1era. Parte)

La misma noche

Kazanlak, Bulgaria

Dominic

Ser como yo significa vivir con cicatrices que nunca sanan. La lealtad se compra, el amor es debilidad y el respeto se arranca con sangre. Cometí un error imperdonable: enamorarme y hacerla mi esposa. Natasha era mi luz y mi debilidad… y mis enemigos no tardaron en arrebatármela.

Tres años atrás. Belgrado.

Volvía de una reunión y el teléfono vibró: Milos. La palabra en la voz fue más que aviso. Aceleré hasta la casa. Sirenas, luces ajenas, un olor a pólvora que me recibió antes que la visión.

Entré y fue un golpe seco: vidrios hechos lluvia, muebles volcados, sangre que brillaba donde antes había vida. Ella en el suelo, un disparo en el pecho. La sostuve y su mano se enfrió en la mía como una piedra. Sus ojos se fueron.

—¡No! —grité hasta quedarme sin voz. —No me hagas esto…

Enterré a mi esposa y con ella enterré lo que quedaba de mí. Desde entonces dejé de ser hombre; me hice depredador. Las mujeres calman la bestia, pero ninguna permanece. No amo. Solo domino.

Al final, después de años en el extranjero, volví a Kazanlak. No por nostalgia, sino por estrategia: un territorio libre, negociado entre familias amigas, listo para que reclamara lo que me pertenecía. Mi nombre empezaba a sonar de nuevo, y yo seguía igual: calculador, hermético, sin perdones.

Esa noche no pensaba salir, pero Milos insistió. No era por placer, sino para marcar territorio ante las mafias rivales. Fuimos a un club nocturno: luces bajas, humo, alcohol y mujeres bailando por propinas. Lo típico, aburrido… hasta que la vi. Ella apareció en el escenario. Piel clara, cabello largo, curvas firmes. Hermosa y peligrosa. Su baile era salvaje, sensual, desafiante, hipnótico. Cada movimiento parecía provocarme, desafiarme.

Me acerqué, le di una orden, y entonces me miró. Sus ojos marrones me atravesaron con desafío.

Y ahora nos envuelve el murmullo de los clientes, las miradas contenidas y ella sonríe, pero con burla, como si buscará desafiarme. Finalmente, su voz rasga el aire.

—Te equivocas —escupe, con la voz firme, sin levantarla—. Yo no recibo órdenes de nadie. No importa quién seas.

Mis dedos se cierran con más fuerza en su brazo. Le clavo mi mirada llena de rabia y frustración.

—Sácame las manos de encima —advierte con voz venenosa—. No respondo si insistes.

Gruño como un animal embravecido, intento imponerme su autoridad, pero me ignora. Sonríe desafiante y de un tiro se suelta de mi agarre.

—Soy la dueña del club.

Mi mirada no se aparta de la suya. No hay miedo, no hay duda. Solo una calma irritante que me revuelve el estómago.

—Y por esta vez... solo dejaré pasar tu berrinche —añade, sin perder la calma dejándome en ridículo delante de todos estos imbéciles.

Ella levanta una mano hacia el bar.

—Santi, una ronda para todos. La casa invita.

El lugar estalla en aplausos, pero yo no los escucho. Sigo clavándole mi mirada asesina, mientras ella ni se inmuta. La rabia me quema.

La veo abandonar el escenario. Sintiendo como un imbécil. He enfrentado mafiosos, políticos corruptos, quebrado imperios de droga, enterrado hombres y ella me desarmo con una mirada y tuvo la audacia de no temerme.

—Milos —escupo su nombre—. Tráemela. Ahora.

Él duda, incómodo.

—Dominic… esa mujer no es cualquiera. Se llama Arianna Stoica. Nadie la desafía. Tiene inmunidad en nuestro mundo, y eso la hace más peligrosa que cualquier enemigo.

—Entonces que se prepare —respondo, apretando los puños—. Porque va arrepentirse de haberme humillado. Pronto comerá de mi mano.

Arianna

Aprendí que, para sobrevivir, no sirve agachar la cabeza, menos ceder a los caprichosos de cualquier matón; al contrario, si tengo el respeto y la confianza de los líderes de la mafia fue porque no soy otra de sus putas, sino una mujer de acero que supo ganarse un puesto en su mundo de sombras. Ese sujeto no me iba a doblegar.

Avanzo a mi oficina, me dejo caer en mi silla cuando suena la voz de Petar.

—Cómo te gusta desafiar al peligro, pero esta vez te pasaste —dice, con una mezcla de preocupación y reproche—. ¿Qué te costaba simplemente seguir bailando?

—Sabes bien que jamás bajo la cabeza ante nadie —respondo, clavando mis ojos en los suyos—. Ese idiota no iba a ser el primero que me dé órdenes. No iba a ser otra más en su colección obedeciendo.

Petar deja escapar un suspiro.

—Pero lo humillaste delante de todo el club. Heriste su orgullo. Y no es cualquier matón, Arianna. Es Dominic Todorov, uno de los jefes más crueles y sanguinarios de la mafia rusa.

—¿Y qué? —digo con voz desafiante—. Que lo intente. Aquí no manda él. Este club es mío. Yo pongo las reglas.

—Lo sé, y eso es lo que la gente que te conoce entiende. Pero Dominic no es como los demás —hace una pausa mientras apoya la mano en el escritorio—. Él no necesita levantar la voz para aplastar. Sabe cómo manipular, sabe cómo esperar. Es como una serpiente acechando a su presa. Se mueve lento y cuando menos lo esperes te clava el colmillo.

Petar habla y yo lo escucho, pero la mirada me falla al dirigirse al cristal, observo desde mi oficina un hombre inmóvil, contemplando con atención el ambiente. No lo reconozco, pero no gusta nada: alguien husmeando en mi club nunca es buena señal.

—Petar, tú sabes que nadie me intimida. Si Dominic Todorov intenta mover un dedo en mi contra, se va a llevar una sorpresa que no olvidará.

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