Mundo ficciónIniciar sesiónLa misma noche
Kazanlak
Arianna
El pasado nunca trae nada bueno. No vuelve por nostalgia; vuelve para recordarte tus errores, tus puntos débiles, para obligarte a mantener la guardia alta. Nadie quiere abrir heridas, y menos sentirse vulnerable. Y admito que no me agradó volver a ver a Lucca. No era dolor por lo que fuimos, ni por cómo terminó. Era desconfianza. Pura y simple. Después de su traición, solo una idiota creería que regresó a Kazanlak por recuerdos. Ese hombre solo se movía cuando había un beneficio detrás.
Y ahí estaba frente a mí, con esa sonrisa ladina que tanto odié aprender a descifrar. Permanecía en silencio, como si analizara mi reacción, como si todavía creyera que podía leerme. Finalmente, su voz rasgó el aire.
—Me creerías si te dijera que un día desperté en Italia y pensé en ti… en lo que teníamos?
Lo miré sin parpadear, firme, impenetrable.
—Lucca, tal vez antes podías engatusarme con unas palabras bonitas —dije sin levantar la voz—, ahora sé que eres un egoísta, cínico… que vende hasta los restos de su madre por dinero.
—¡Auch…! Eso fue una exageración —se defendió, llevando una mano al pecho con teatralidad. Lo fulminé con la mirada y bajó un poco el gesto—. Pero reconozco que lo merezco. Me equivoqué, Arianna… estoy arrepentido.
— ¿Arrepentido? —solté cruzando los brazos— En su momento no lo parecía. En su momento justificabas haberte involucrado con la peor escoria de este mundo.
—Era demasiado joven —continuó—, me dejé impresionar y te perdí por un imbécil…
—¡Bravo! Eso sí es nuevo —repuse con ironía—. Pero no suficiente para convencerme de que cambiaste.
Lucca dio un paso más cerca, como si la distancia física pudiera acortar la emocional. No lo logró.
—De acuerdo, imponme el castigo que quieras. Me quedaré hasta que me perdones y me des otra oportunidad.
—Espera sentado —respondí secamente—. Y si eso es todo, tengo un club que dirigir. Adiós.
Me giré sin esperar respuesta. Sentí sus ojos clavados en mi espalda.
—¿Tengo competencia? ¿Hay otro hombre en tu vida? —alzó la voz detrás de mí.
No me detuve. No le debía nada. Perdió todos los derechos el día que me traicionó. Lucca era parte de mi pasado. Y ahí debía quedarse: bajo llave, con miles de candados.
Aun así, su regreso seguía dando vueltas en mi cabeza. Lo más inquietante era que había aparecido casi al mismo tiempo que Russell. ¿Casualidad? No en mi mundo. Siempre hay otro motivo más oscuro esperando detrás del telón.
Apenas el club quedó sin clientes, caminé hacia la parte posterior, hacia esa improvisada habitación que Russell usaba para esconderse. No toqué. Simplemente empujé la puerta.
Ahí estaba: torso desnudo, el dorso marcado por viejas cicatrices, las manos en la cintura de Carla, que parecía entretenida con su improvisada compañía.
—Así que no pierdes tiempo teniendo sexo —solté desde el marco—. Pero después pueden continuar. Necesito hablarte, Russell.
—Arianna, puedes hablar delante de Carla.
—Prefiero en privado. Carla, déjanos solos.
Ella esbozó una sonrisa amable y salió sin protestar. Russell se incorporó, encendiendo un cigarro con una calma que no engañaba a nadie.
—¿Qué sucede, Arianna? —preguntó con cautela—. ¿Me echarás por enredarme con Carla?
—Puedes acostarte con quien quieras siempre que no me afecte.
—¿Entonces cuál es el inconveniente?
—Lucca volvió a Kazanlak —dije sin rodeos—. Pero no fue por mí… y tengo la impresión de que tú eres el culpable. O que ambos coincidieron por un motivo más oscuro.
Russell frunció el ceño, la ceniza del cigarro cayendo al suelo.
—Si ese traidor volvió, no debe ser por nada bueno.
—Sea como sea, según mi experiencia, tu cabeza ya tiene precio —continué—. Y él no dudaría en delatarte a quien sea que te está cazando.
Aspiró hondo. Exhaló despacio. Su mirada se endureció.
—Necesito que me cubras unos días más, Arianna. Quizás una o dos semanas. Después dejaré de ser un problema para ti.
—No quiero que Divinas se convierta en un escenario sangriento —le advertí—. Y tú debes quedarte encerrado aquí. No te quiero ver paseando por ahí. De lo contrario, ni un día más estarás a salvo.
Russell asintió. El peligro estaba pegado a su sombra. Incluso dentro del club.
Lo cierto es que necesitaba descansar, aunque fuera un minuto de paz para mí. Por eso me marché de Divinas a pesar de la tormenta; un poco de agua no me iba a espantar. Pero como si la mala suerte fuera mi sombra, el auto se detuvo en plena carretera.
—¡Rayos! —bufé, bajando a revisar el maldito desperfecto.
Claro, lo que obtuve no fue una solución, sino un encuentro con el desgraciado de Dominic, disfrutando verme en apuros como si fuera su pasatiempo favorito.
Sin embargo, de pronto hizo un movimiento extraño y me jaló del brazo. Creí que intentaba aprovecharse, o darme órdenes, o—peor aún—volver a besarme. No iba a permitirlo. Entonces repite que nos vigilan.
Y ahora mis oídos se tensan al instante, más allá del estruendo de la lluvia. La tormenta cae con furia, pero hay algo más. Una presencia. Un peso en la oscuridad. Lo siento en la nuca. En la piel.
Aun así, no necesito de él.
—Puedo defenderme sola —escupo con rabia—. No necesito de ti.
—¡Carajos! ¿Por qué eres tan terca…? —gruñe frente a mi rostro, todavía con los dedos aferrados a mi brazo.
—Porque tú no me darás órdenes. Y menos voy a querer tu ayuda —vocifero cerca de su boca—. Además, estoy acostumbrada a lidiar con la escoria de la ciudad.
—¡Mierda…!
Pero antes de que yo pueda decir algo más, el estruendo nos corta el aire.
El vidrio del auto revienta. Uno. Dos. Tres disparos.
Instintivamente me agacho, cubriéndome tras la puerta mientras él devuelve fuego sin pensarlo. Mis latidos se me suben a la garganta; las piernas me tiemblan, pero mis ojos buscan entre la lluvia quién demonios nos está atacando.
—Ve al auto —Ordena Dominic con la voz entrecortada—. Te cubro.
No lo pienso dos veces. Corro mientras él dispara, la lluvia empapándome, el corazón reventándome en el pecho. Una vez dentro del auto, busco otra arma, las manos temblando, pero firme en el instinto de sobrevivir.
Dominic sube segundos después, entre disparos, la respiración dura, los ojos encendidos.
Arranca sin mirar atrás. Las detonaciones quedan a lo lejos, devoradas por la tormenta. Pero yo no puedo apartar la vista del retrovisor. Algo se movió en la oscuridad. Y lo sé: no fue solo la lluvia.
Unos minutos después
Dominic detiene el auto. No es su mansión, como imaginé. Es una propiedad pequeña, aislada, un lugar que huele a refugio… o a escondite. Aun así, decido seguirlo. La lluvia golpea el techo como si quisiera atravesarlo. Entro detrás de él y observo cada rincón con curiosidad mientras él se sirve un whisky como si la noche no hubiera casi terminado en desastre.
—Puedes sacarte esa ropa mojada —dice sin mirarme, girando el vaso entre los dedos—. Hay toallas en el baño. Y no necesitas darme las gracias por salvarte la vida.
—Ni lo pensaba hacer… —replico con frialdad—. Tampoco pienso quedarme en este lugar.
Él camina hacia mí. Esa maldita sonrisa en su boca me revuelve el estómago, me enoja, me confunde.
—No te detengo. Allí está la puerta —responde, pero da un paso más, invadiendo mi espacio, como siempre—. Sigue lloviendo. Y debe andar cerca quien nos disparó. ¿Aún quieres marcharte?
Su voz baja. Su cercanía quema más que la chimenea encendida.
¡Carajos! No sé dónde corro más peligro: afuera…o aquí dentro, sola con Dominic.







