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Un juego peligroso (3era. Parte)

El mismo día

Kazanlak

Arianna

Detesto caminar entre la incertidumbre. Detesto no saber qué sucede a mi alrededor… mucho más cuando alguien pide mi ayuda. En mi mundo de tinieblas, no es tan simple abrir la puerta y dejar entrar a cualquiera. La regla es clara: ojos abiertos, oídos atentos y boca cerrada. Soy una espectadora silenciosa… hasta que las reglas me obligan a romperse. Y por más que odie sentirme acorralada, no puedo negarle la ayuda a Novak. Su presencia puede ser útil para enfrentar al mafioso Dominic Todorov… aunque eso no significa que tenga vía libre.

Me enderezo. Cruzo los brazos, dejo que la tensión se asiente en mis hombros y mi voz sale firme, cortante.

—Russell —lo llamo, helada—, claro que Divinas es territorio neutro bajo mi ley… pero hasta en el Pentágono se puede filtrar un enemigo y convertir todo en caos.

Sus labios se curvan en una media sonrisa amarga.

—Una metáfora sin punto de comparación… porque en Kazanlak tú eres inmune. Nadie se atreve a levantar un dedo contra ti.

—Es verdad —admito, fijando la mirada en él como si quisiera atravesarlo—. Protejo a mis empleados… aunque no sé hasta dónde puedo hacerlo contigo. Tal vez unos días… máximo unas semanas. Siempre que no te dejes ver. Después de ese tiempo, se correrá la voz de que estás en el club y no garantizo nada.

—Entiendo, Arianna —responde—. Solo necesito unos días para buscar otro sitio seguro. Intentaré no darte problemas.

Lo observo un segundo más, midiendo el peligro tras sus palabras. Afuera, Dominic Todorov sigue siendo un problema… pero dentro de mi propio reino, ahora tengo otro más que vigilar. Y no sé… algo me dice que Novak arrastró consigo a buitres de verdad: caza recompensas, soplones y tipos con órdenes. Igual que ese sujeto del otro día que miraba el club con demasiada atención.

Moscú

Viktor Dragomir

Manejar un imperio de drogas implica tener todo al alcance, pero también saber que en la cima no hay certezas ni lealtades duraderas. Los enemigos pueden ser aliados estratégicos, y los amigos, simples daños colaterales. La supervivencia exige pragmatismo extremo: eliminar sin vacilar y traicionar antes de ser traicionado.

Cada jornada es una lucha donde la delgada línea entre una bala y un trago de whisky marca la diferencia entre la vida y la muerte. Hace tiempo entendí que la sangre es el precio inevitable para sostenerse arriba. Mi mano no tiembla: elimino sin piedad a cualquiera que se cruce en mi camino.

Pero siempre surgen imprevistos. El mío tiene nombre: Russell Novak. Un traidor que amenaza con desbaratar todo lo que he construido. Llevo días tras él, decidido a acabar con su traición antes de que destruya mi organización.

Y en este instante estoy en el sótano del club. El aire huele a metal y a humo; la humedad se pega a la piel. Apoyo el cigarro entre los dedos. Oleg evita mi mirada; Bogdan camina hacia mí con pasos medidos y deja la cajita sobre la mesa como quien deposita un veredicto.

—Jefe… Novak desapareció —dice—. Apareció esto. Kazanlak. Club “Divinas”.

Levanto la vista. La cajita reposa entre nosotros, mínima y decisiva. No necesito explicaciones largas. Novak sabe demasiado y su silencio cuesta más que cualquier cargamento.

Golpeo la mesa. La vibración retumba como un disparo contenido. —Salimos ya —ordeno—. Kazanlak. Encuentren a Novak. Vivo o muerto.

Bogdan traga saliva y eleva la voz con cautela.

—Kazanlak es territorio de Dominic Todorov, jefe. Entrar ahí es casi suicida.

Sonrío sin alegría. Un gesto seco. Todorov es un obstáculo; no una excusa para quedarse.

—¡Qué me importa Todorov! —lanzo, golpeando la mesa—. Si hay que empujar encima de su gente, se empuja. Novak debe caer.

Bogdan abre la boca para advertir y la cierra a medias; su voz sale contenida.

—Esto puede desatar un infierno, jefe. Todorov no es un idiota.

La palabra me llega como una ráfaga y la dejo pasar. Lo encaro, frío, implacable. Dejo que el silencio haga su parte antes de hablar.

—¿No me escuchaste? Novak sabe demasiado. Sobornos, aliados, rutas de tráfico. Si abre la boca, nos destruye. Encuéntralo y elimínalo. ¿Queda claro?

Asienten. El humo se enrosca sobre nosotros. Mi pecho arde; la calma es una máscara. Esta guerra apenas empieza. Y aunque aún no lo sepan… todos los caminos apuntan al mismo lugar: Kazanlak.

Horas más tarde

Kazanlak

Dominic

No le presté atención a las palabras de Milos sobre el asesinato de Natasha, no necesitaba remover heridas. Y ahora después de revisar por última vez los avances del club, me dispongo a salir. Todo parece en orden. Milos no ha escrito, los obreros ya se han marchado y el ruido finalmente se ha extinguido.

Cuando me giro hacia la puerta, escucho pasos firmes y apresurados. Tacones. Reconocería ese sonido en cualquier parte. Me detengo, en alerta, y me doy la vuelta despacio.

—¡Hijo de puta! —grita Arianna con la voz rasgada por la rabia, empujando la puerta como una tormenta desatada—. ¡Vuelves a mandar a tus malditos matones a intimidar a mis chicas y te juro que esta vez no te la dejo pasar!

Milos aparece detrás de ella, nervioso.

—Lo siento, Dominic… no pude detenerla.

Levanto una mano sin mirarlo.

—Vete, Milos. Déjame a solas con esta fiera.

Él duda un segundo, me lanza una mirada tensa y desaparece pasillo adentro.

Arianna se planta frente a mí. Su respiración es un disparo, sus puños están tan cerrados que los nudillos se le ponen blancos. Su cuerpo entero tiembla; no sé si por la ira o por la adrenalina.

—Nadie intimidó a nadie —respondo con tono grave—. Les ofrecí un mejor sueldo. ¿Desde cuándo es pecado querer algo mejor?

—¡Toma tu maldito dinero! —me escupe con rabia, sacando un fajo de billetes de su bolso y lanzándolos contra mi rostro.

No me inmuto. Solo tuerzo los labios y la observo en silencio.

—Este es mi territorio —gruño, acercándome un paso, mirándola directo a los ojos—. Y hago lo que se me da la puta gana.

—¡Vete a la m****a, cabrón! —responde entre dientes, con desprecio.

Da media vuelta para irse, pero no lo permito.

La sujeto del brazo con fuerza, tirando de ella hacia mí. Su cuerpo choca contra el mío.

Su aliento roza mi cuello, y sus ojos… joder, sus ojos me están matando.

—Vas a aprender a respetarme —murmuro con voz áspera—. Aunque tenga que arrancártelo a la fuerza.

Ella forcejea, me empuja el pecho con las dos manos, pero no cedo. Esa lucha me enciende.

No sé en qué momento lo decido, pero me lanzo sobre su boca. La beso.

Con rabia. Con hambre. Con todo el deseo que he estado reprimiendo desde la primera vez que la vi cruzarse conmigo. Su boca sabe a veneno, a fuego. Me araña, me empuja, me golpea, pero sigo besándola, atrapándola entre mis brazos como si fuera lo último que me quede en el mundo.

De pronto, se separa de golpe. Su mano se eleva, temblando, lista para abofetearme.

No me muevo.

—Hazlo, golpéame —susurro con una sonrisa torcida—. Pero no me mientas… también lo sentiste. ¿Aún quieres abofetearme?

Me mira. Y lo que hay en su rostro no se puede fingir. Rabia, sí. Odio, tal vez. Pero también algo más. Algo que la confunde. Algo que la quema por dentro. Y no baja la mano.

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