Mundo ficciónIniciar sesiónLa misma noche
Kazanlak
Dominic
Hay dos cosas que juntas son un desastre: un enemigo acechando entre las sombras y una mujer terca. Yo tenía ambas en el mismo escenario, justo cuando un segundo podía decidir entre la vida y la muerte. Y aun así, contemplé esa resistencia de Arianna que me enloquecía, que me atrapaba. Como si no entendiera el peligro, como si creyera que teníamos tiempo para discutir. Y no sé por qué carajos me importaba su seguridad. Otro en mi lugar la habría dejado a la deriva. Yo no pude. Un disparo bastó para unirnos.
El estruendo de las balas se mezclaba con la tormenta. Mis latidos marcaban el ritmo mientras jalaba del gatillo, pero mis ojos buscaban frenéticamente a quien demonios disparaba desde los matorrales. Inútil, seguramente. Debía ser algún matón enviado por mis enemigos. Durante el breve trayecto en el auto miraba de reojo a Arianna mientras mi mente se empeñaba en encontrar una explicación. Y sí, mi desconfianza emergió: era mi naturaleza. Pero nada tenía sentido. Por eso la traje a este refugio; no podía llevarla a mi mansión sin saber qué terreno pisaba.
Lo hice con provocación, sí. Pero también con otra intención: meterla en mi cama.
Como siempre, la fiera sacó las garras.
Ahora el silencio nos envuelve. Su mirada desafiante clavada en la mía. No me intimida. Mantengo la sonrisa mientras su perfume me sube como un veneno dulce. Finalmente, su voz rompe el aire.
—La lluvia no me preocupa —escupe—, pero no puedo negar que afuera hay peligro. Supongo que… me quedo obligada.
—Entonces, si vas a quedarte, podrías ser más amable conmigo —me inclino apenas, mi voz rozando la suya—. Al fin y al cabo, te salvé.
Me lanza esa mirada endiablada que ya reconozco.
—No me confundas con otras de tus putas, tampoco pretendas que tengamos sexo solo porque tienes una pizca de remordimiento —agita las manos—. O no… claro. Tú armaste todo este espectáculo. Apareciste justo cuando el auto se averió. Luego los disparos…
—Soy Dominic Todorov —gruño cerca de su boca—. No juego. Y tomo lo que es mío sin pedir permiso.
—Yo no soy tu propiedad, imbécil.
—Eso cambiara en cualquier momento —mi respiración se agitaba cada vez más—. Y pensándolo bien, tal vez nos atacó uno de tus clientes.
—¿Mis clientes? —revira con la voz incrédula —. ¿Por qué lo harían?
—Porque a nadie le gusta dejar cabos sueltos. Y tú lo eres. Sabes más de los jefes de la mafia que sus propios rivales.
Agarra mi vaso, le da un sorbo y se aparta apenas.
—Por eso tengo inmunidad. Nadie quiere problemas conmigo… aunque hay excepciones —tuerce la boca mientras me fulmina con su mirada.
¡Rayos! Tiene lógica lo que repite, pero no me cierra del todo, siempre existe un mafioso rompiendo las reglas de nuestro mundo por ambición. Además, está ese cabrón de Novak. ¿fue él? ¿Celos? ¿contra quien fue el ataque?
—Será mejor que dejes esa agresividad —me dejo caer en el sillón—. Vamos a pasar un buen rato aquí.
Arianna observa la ventana. La lluvia arrecia contra el cristal. Se queda unos segundos pensativa antes de mirarme de nuevo.
—El baño está al fondo, a la izquierda —añado, señalando—. No lo pienses tanto. Dúchate. Puedes usar una de mis camisas.
No responde enseguida. Cuando finalmente se gira, sus ojos oscuros me atraviesan como siempre: con un desafío que irrita, intriga… y maldita sea, también atrae.
—¡Cabrón! —Masculla y avanza al baño.
Sonrió, será una noche interesante ver a Arianna como una fiera enjaulada.
Al día siguiente
No voy a mentir: fue una noche extraña. Por momentos, el silencio decía más que cualquier palabra. Quizá a Arianna no le gustó sentirse vulnerable, y menos aún mostrarse así frente a mí. No tenía intención de hablar de su vida privada, y yo tampoco. Al contrario: me bastaba observarla desde el sillón mientras me mantenía alerta ante cualquier ruido en el exterior.
Y ahí, por primera vez en mucho tiempo, algo dentro de mí se movió. Verla así… vulnerable, con la respiración tranquila, el rostro sereno… me confundía. Reclamaba entre dientes cómo carajos era posible que esta mujer me hiciera sentir tantas cosas al mismo tiempo, cuando unas horas antes nos gritábamos como enemigos.
Lo peor es que sigo como un imbécil contemplándola dormir, pero es imposible no hacerlo. La camisa se ajusta a su cuerpo, haciéndola lucir aún más sensual, aún más provocadora sin siquiera intentarlo o ese beso sigue persiguiéndome.
De pronto, un golpe seco en la puerta me pone de pie de inmediato. Me incorporo, tenso, avanzando hacia la entrada. Mi mano va a la cintura por reflejo, lista para usar el arma.
—¿Quién? —gruño.
—Milos. Abre la puerta, Dominic.
Deslizo el seguro y lo dejo pasar.
—Habla, Milos. ¿Encontraste algo sobre quien me atacó?
—Estuve investigando por la zona —dice, entrando con el ceño fruncido—. Vieron a dos o tres hombres sospechosos. Robustos, malencarados… y hablando otro idioma.
—Con esa descripción puede ser cualquiera —respondo, haciendo una pausa—. Kazanlak está lleno de sicarios, mafiosos y criminales con ese perfil. Sigue investigando.
Milos niega despacio.
—No es todo —añade—. Encontré algo que te va a interesar… sobre Arianna.
Pero antes de que Milos pueda soltar una sola palabra más, escucho esa voz que siempre me enciende la sangre.
—¿Sobre mí… qué?
Arianna aparece en el marco del pasillo, con el cabello húmedo todavía pegado al cuello y la camisa que le presté deslizándose un poco por un hombro. Tiene los brazos cruzados y una expresión que no sé si es alerta, molestia… o ambas.
—¿Sobre mí qué? —pregunta sin levantar la voz, pero dejando claro que escuchó más de lo que quería.
Milos se queda tenso, como si no esperara encontrársela tan cerca. Yo tampoco esperaba sentir ese tirón en el pecho al verla, pero lo ignoro.
Me enderezo, bloqueando un poco su vista hacia Milos sin pensarlo demasiado.
—Arianna —gruño—. ¿Tienes algo que ocultar? ¿Sabes quién nos atacó?
Ella me sostiene la mirada. No hay insultos esta vez, ni alguna de sus respuestas afiladas; solo ese silencio suyo que siempre me obliga a interpretarla. Sus ojos pasan de mí a Milos y vuelven, evaluando, midiendo si hablar o no.
Y eso —ese maldito silencio— me inquieta más que cualquier amenaza.







