Mundo ficciónIniciar sesiónUnos días después
Kazanlak
Dominic
El beso con Arianna sigue clavado en mi cabeza como una espina que no puedo arrancarme. Me irrita que me afecte, me irrita que la recuerde, pero sobre todo me irrita la idea de que ella piense que me domina. Ese beso solo reforzó mi deseo de doblegarla, de dejarle claro que Kazanlak tiene un dueño nuevo, uno que no va a permitir que Divinas siga siendo el centro del poder en la mafia.
Ahí se negocian alianzas, se lavan fortunas, circula información que vale más que el oro. Mientras ese territorio siga bajo su corona, no habrá control absoluto para mí. La ecuación es simple: o derroco a su reina o le quito el trono pedazo por pedazo.
Y por fin llegó la noche de la inauguración de Aurum, los guardias en la entrada vigilando, las bailarinas caminado entre unos cuantos clientes, la música estridente de fondo, pero el lugar debería estar reventando, nada más alejado de la realidad.
Siento un nudo de frustración subirme por la garganta. Me saco el habano de la boca y lo aplasto con rabia contra el piso.
—Todavía es temprano, Dominic —dice Milos acercándose, con ese tono prudente que usa cuando sabe que estoy a punto de estallar.
—¿Temprano? —respondo entre dientes, llevándome una mano a la nuca—. ¿Qué más tengo que hacer para llenar este maldito lugar?
—La voz se correrá. Aurum será conocido. Pero por ahora deberías centrarte en tus alianzas, en consolidar el territorio.
Lo miro de reojo.
—Lo que necesito es que vigiles a Arianna. Esa mujer no mueve un dedo sin una red detrás. Estoy seguro de que tiene un pacto con algún jefe rival. Si es así, estamos jodidos.
Milos asiente con gravedad y luego añade:
—Ya me adelanté. Hace unos días atrás vi a un sujeto entrar a Divinas. Su nombre Russell Novak. No encajaba con el típico cliente, ni de proveedor. Me dio la impresión de que podría ser… un examante. O un viejo socio de Arianna.
El aire me golpea en el pecho. Siento una punzada inesperada. Me giro hacia Milos, apretando la mandíbula.
—¿Un examante?
Milos se encoge de hombros.
—Eso parece.
Ella no parece el tipo de mujer con dueño. Y ese idiota no debe serlo. No puede serlo.
Me acerco, tenso, la voz baja y cortante:
—Quiero saber todo sobre ese sujeto. Historia, vínculos a que se dedica, por qué regresó… y qué m****a quiere de Arianna.
—¿Y si es un peligro para nosotros? —averigua Milos.
—Entonces desaparece —respondo sin pestañear—. Pero antes necesito saber si representa… otra clase de amenaza.
Milos no pregunta. Solo asiente, firme y silencioso, como buen perro de guerra.
Unas horas más tarde
Cansado y frustrado dejé Aurum. Ya había tenido suficiente del fiasco de la inauguración, y para empeorar la noche, la lluvia no daba tregua. Igual tomé el volante y me adentré en la carretera oscura, el sonido del agua golpeando el parabrisas como un recordatorio de que todo podía ir peor.
Y ahora a lo lejos distingo un auto detenido a un costado. De inmediato mis sentidos se tensan. Podría ser una trampa, un enemigo esperando el momento justo. Por reflejo estiro la mano y agarro el arma que llevo al lado.
Pero dos segundos después, toda sospecha se desvanece. la silueta bajo la lluvia, luchando con el capó abierto, es Arianna.
Freno unos metros adelante. La observo por el retrovisor: levanta el brazo, se aparta el cabello empapado de la cara, vuelve a meter las manos en el motor. Sus labios se mueven rápido; está insultando al auto. Una sonrisa retorcida me cruza la boca sin pedir permiso.
Me río. No debería, pero lo hago. La lluvia la convierte en una imagen casi irreal: furiosa, brillante, irritada. Hermosa sin quererlo.
No voy a ayudarla. Solo voy a disfrutar de verla pelear contra un motor muerto. Y sin darme cuenta, mis piernas ya me llevan hacia ella.
Camino despacio, sintiendo el barro hundirse bajo mis botas. Ella ni se gira; sigue centrada en el bendito motor.
—Ese cable es del carburador, yo de ti no jugaría al mecánico.
Arianna levanta apenas la cabeza, con esa lentitud peligrosa que anuncia un ataque.
—¿Qué carajos haces ahí parado? —gruñe, mirándome por encima del hombro.
—Disfrutando la vista —respondo con descaro, dejando que mis ojos recorran la curva del vestido empapado pegado a su piel, la rabia vibrando en su mirada.
Ella se aparta del auto, da un paso hacia mí, y la lluvia golpea más fuerte entre los dos.
—¡Hijo de puta! Qué se puede esperar de un mafioso de quinta.
Sonrío. Esa sonrisa lenta, peligrosa, la que sé que detesta.
—¿Acaso quieres que sea un caballero? —digo sardónico, buscando enfurecerla más—. ¿Necesitas mi ayuda?
—Así seas el último hombre del mundo no te pediría nada.
Estoy por provocarla otra vez cuando algo en el bosque me corta la respiración. Un destello. Rápido, metálico. Los arbustos se mueven en contra del viento y de la lluvia.
No estamos solos. Mi cuerpo actúa antes que mi cabeza. La agarro del brazo. No suave. No con permiso.
Ella me empuja, intenta soltarse; nuestros cuerpos chocan, tensos, luchando incluso en medio del peligro.
—Arianna, sube a mi auto —le ordeno mientras mi mano libre ya saca el arma.
—¿Qué? —pregunta confundida, la lluvia pegándole el cabello a la cara, los ojos agrandados.
—Maldita mujer, hazme caso. —La arrastro un paso hacia mí, con la voz baja y apretada—. Alguien nos vigila.
Ella abre los labios para soltar otro insulto, pero el movimiento en los matorrales vuelve a repetirse.
Un murmullo de hojas, un peso que no debería estar ahí. La piel se me eriza, el peligro es real, cercano. Arianna también lo siente: su respiración se acelera, el pecho sube más rápido, la mirada se afila.
Y por primera vez en toda la noche… no estamos peleando. Estamos en el mismo bando.







