Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl mismo día
Kazanlak
Arianna
Novak era un problema, pero que no me quitaba el sueño, menos el imbécil de Dominic Todorov, pero pronto la aparente calma se vino abajo con un ataque que no lo vi venir.
Unas horas más tarde me encontraba escuchando a Carla, una de las bailarinas, darme una noticia que me cayó como un balde de agua helada.
—Arianna, sabes que te agradezco que me hayas tendido una mano cuando nadie quería darme trabajo… por eso no acepté la oferta de Dominic Todorov —dijo, bajando la voz, como si temiera que alguien más pudiera escucharla.
La miré fijamente, arqueando una ceja.
—¿Qué acabas de decir? —pregunté, incrédula, sintiendo cómo el calor comenzaba a subir por mi cuello.
Carla tragó saliva antes de continuar, sin mirarme directamente.
—Uno de los matones de Todorov ha estado hablando con las chicas… quiere convencerlas de ir a bailar a su club. Ofrece tres veces lo que tú pagas.
El golpe de rabia me fue directo al estómago.
—¿Por qué recién me lo dices? —repliqué con un filo en la voz que ni siquiera intenté disimular—. ¿Acaso me vas a dejar, Carla?
Ella alzó las manos, nerviosa.
—No, Arianna… sería incapaz de traicionarte. Pero no puedo decir lo mismo del resto. Incluso… me ofrecieron esto.
Sacó un fajo de billetes y lo sostuvo entre sus dedos. Ese gesto fue como echar gasolina a un fuego que ya estaba encendido. No pensé. Ni siquiera lo dudé. La rabia me impulsó hacia la puerta, y un segundo después ya estaba en la calle, atravesando la noche de Kazanlak.
Cuando crucé la puerta, la rabia me recorría como un latigazo eléctrico. Lo vi frente a mí, tan seguro, tan dueño de todo, y quise arrancarle esa mirada soberbia de un golpe. El corazón me golpeaba el pecho con fuerza, la respiración me salía agitada y mis manos temblaban, pero no por miedo… sino por la furia que me quemaba por dentro. Lo insulte tirándole el fajo de billetes, acusándole de boicotear mi club.
Sin embargo, no esperaba que me sujetara así, con esa fuerza que no dejaba lugar a escape. Su cuerpo me atrapó contra el suyo y, por un instante, sentí el calor de su aliento rozar mi piel. No quise pensar, no quise sentir, pero mi cuerpo reaccionó antes que mi mente.
Y entonces me besó.
Fue un beso brusco, cargado de rabia y de un deseo que me desconcertó. No tenía nada de ternura; era una invasión, un asalto. Sentí el sabor de su boca, mezcla de fuego y amenaza, y el pulso me estalló en las sienes. Quise apartarlo, golpearlo, pero cada segundo atrapada en ese contacto era como caer más hondo en un abismo que me atraía y me asustaba a la vez.
Cuando logré separarme, mi mano se levantó instintivamente para golpearlo. Sin embargo, quedé inmóvil. El temblor que recorría mi cuerpo ya no era solo de furia. Había algo más, algo que no quería reconocer, que me quemaba la piel y me confundía. Y odié, más que nada, que él pudiera verlo en mis ojos.
Y en este instante mis ojos no se apartan de los suyos, ardientes y llenos de desafío. La rabia me quema la piel, y la mano ya se alza, lista para abofetearlo. Pero esa maldita sonrisa torcida, esa mirada que no logro descifrar, me paralizan un instante. Con un tirón seco, me libero de su agarre, sintiendo cómo el aire llena mis pulmones con un sabor amargo.
—No vale la pena ensuciarme las manos contigo —digo con voz firme, un filo cortante en cada palabra, mientras lo miro desafiante, sin apartar la mirada.
Él se acerca, confiado, y sus ojos brillan con arrogancia.
—Bien que disfrutaste el beso —musita con voz baja, cargada de amenaza y diversión.
Aprieto los labios, el desprecio y la rabia me hierve en las venas.
—Piensa lo que quieras —respondo, el tono duro, la mandíbula tensa—, pero nunca más me pondrás un dedo encima.
Él sonríe, cruel y seguro.
—Lo que quiero, lo consigo. Tarde o temprano me respetarás. Comerás de mi mano.
Suelto una carcajada amarga, el corazón latiendo con fuerza.
—Ni en tus sueños, imbécil.
Su mirada se vuelve oscura, sus palabras gotean peligro.
—Cuida esa boca. No soy otro de tus empleados. Soy quien puede hacer tu vida cuadritos y esto apenas empieza.
—¡Púdrete, cabrón! —grito, el veneno en mi voz—. Y no vuelvas a acercarte a mis chicas, porque entonces sí que me conocerás.
No espero respuesta y me giro sobre mis talones, pero la sensación del sabor de sus labios sigue pegada a mi piel, quemándome. Y aunque no quiera admitirlo, Dominic Todorov puede ser una pesadilla de la que no puedo escapar. Y Russell… ese nombre pesa más de lo que quiero aceptar. No tengo la más mínima idea de quién m****a se esconde detrás, pero sé que necesito resolverlo antes de que sea demasiado tarde ¿O ya lo será?
Apenas cruzo la calle, una figura se recorta contra la luz de la farola: Luca Petrovic. La misma sonrisa ladina que una vez me conquistó; ahora, sin embargo, es una bandera de problemas.
Acorta la distancia con paso medido, sin romper el contacto visual.
—Arianna tan bella y radiante como te recordaba, ¿Cómo estás? —dice él.
—Hola Luca, quisiera decir que es bueno verte, pero mentiría. —replico, la voz áspera.
—Corrijo —responde él, con esa sonrisa que lo hace peligroso—. Aun dolida por el pasado.
—Aun desconfiada de tu visita, ¿Qué haces en Kazanlak? ¿Por qué apareces después de tanto tiempo? —le lanzo, afilada.
Él guarda silencio, mide la respuesta. Su pausa dice más que cualquier promesa.
Y allí me quedo: con Dominic como amenaza abierta, Novak como sombra pendiente y Luca acercándose como tentación y problema al mismo tiempo. ¿Sobrevivo a tanto caos? No sé. Pero ya no puedo darme el lujo de dudar.







