4. Pov Dan

Carajo. No llevaba ni un minuto solo y ya sentía que todo podía explotar en mi cara. Nikita ya había salido de la casa. Anne gimoteaba, sus manitas buscando algo a lo que aferrarse, y yo sostenía una toalla húmeda descartable en una mano para tratar de limpiar el vómito que había conseguido lanzar sobre mi camisa. Perfecto. Esto iba a ser un desastre monumental.

Paola apareció en la puerta, impecable como siempre, cruzada de brazos y con esa mirada que parecía capaz de ver todos mis secretos.

—¿Estás seguro de que podrás con esto? —preguntó, calmada, con esa ironía que te hace sentir un idiota aunque estés sosteniendo a un bebé que vomita algo inmundo de color verde.

—Sí… sí, claro. Poseo mucha experiencia —dije, sonriendo fingidamente mientras trataba de limpiar lo peor de mi camisa. Mentira. Experiencia tenía, sí, pero nada que se acercara a este nivel de caos ni mucho menos con bebés. 

“M****a,” pensé, y cuando un tufillo a putrefacción llegó a mi nariz debí contener una arcada mientras Anne gemía otra vez, pues como si quisiera retarme para conocer mis límites, defecó.

“Más m****a.” Suspiré. Paola soltó una sonrisa casi cruel, disfrutando cada segundo de eso, “maldita fueran ella y su hermosa hija,” pensé.

—Tendrías que cambiarle el pañal por uno limpio —dijo, señalando la evidencia que Anne había dejado atrás.

—Claro sí… —respondí fingiendo una seguridad que realmente no sentía, mientras recogía todo lo que necesitaba. Mi mente corría: pañales limpios, toallitas, crema, mantener la calma… esto no podría ser tan difícil, ¿no?

Paola me siguió unos pasos, evaluando, luego suspiró y se retiró. Antes de cerrar la puerta, soltó un último comentario:

—Cualquier cosa, estaré en la oficina haciendo unas cosas. Y recuerda, Nikita confía en ti… de momento.

—Claro —respondí, sin mirarla. Carajo, era hora de enfrentar esto solo.

Anne gimoteó, esta vez era un sonido que mezclaba hambre y aburrimiento. La coloqué sobre la mesa de cambio y traté de pensar en todo lo que había leído en los manuales de cuidado de bebés durante mi vuelo antes de que se desatara ese puto caos. Hasta ahora, todo había sido teoría; esto era la práctica real, y estaba lleno de vómito y era algo tangible y literal.

—Respira, Dan… —murmuré, mientras limpiaba, cambiaba el pañal y aplicaba la crema. La bebé no dejaba de moverse, golpeando con brazos y piernas, probando mi paciencia y mis reflejos.

“Si puedo con un contrato millonario, puedo con esto también,” me dije a mí mismo convencido de que esto era pan comido.

Finalmente, tras un minuto que pareció una eternidad, la dejé un segundo tranquila en el cambiador. Suspiré, apoyándome contra la pared. Esto iba a ser divertido… si por divertido uno entiende: ‘cómo sobrevivir a una bebé que parece poseída por el mismo demonio del Exorcista y sobrevive en el intento’. Y no era un eufemismo.

Me alejé todo lo que pude de la oficina donde estaba la madre de Nikita y saqué el teléfono para marcarle a Sophia, mi asistente.

—Escúchame bien… —murmuré, bajando la voz como si no quisiera que nadie más pudiera escuchar—. Desvía todo a mi correo privado, me quedaré un tiempo en el valle por asuntos familiares. Necesito una niñera experimentada, alguien con credenciales impecables, contrátala de inmediato. Y además… —hice una pausa breve—, quiero que hackeen las computadoras de Nikita Sandman, la abogada; su familia es conocida. También las cámaras de la casa. Te enviaré todo por mensaje.

Me pasé una mano por la barba, organizando mentalmente la lista.

—Y antes de que lo olvide: necesito para hoy a última hora una identificación falsa. Ya sabes a quién recurrir. El nombre será Daniel Leroux, niñero de Starlight Care. Localízalo y ofrécele un soborno para que acepte desaparecer un tiempo. No importa cuánto cueste, págalo. Reúne todo lo posible: su currículum, calificaciones, historial completo. Y asegúrate de que Starlight Care no interfiera; son solo intermediarios, pero quiero que desaparezcan del mapa en este asunto.

Mi tono se endureció.

—Esto es prioritario. Tú y Lee se ocuparán exclusivamente de ello. Nada más importa hasta que quede todo resuelto.

—Ok, pero ¿para qué todo esto? —preguntó ella, con esa voz que convertía cada palabra en una auditoría.

—¿Para qué? No importa. No hagas preguntas idiotas, solo hazlo. —respondí furibundo, y colgué, resignado.

Mandé el mensaje con todos los datos y, mientras el teléfono vibraba confirmando el envío, apareció otra notificación: un mensaje de Sophia diciendo que tenía que hablar conmigo ya. La llamé de vuelta con el estómago en la garganta. Al otro lado, su voz estuvo rara, como si sujetara el teléfono con una mano y tecleara con la otra.

—Dan… hay problemas con Michael Falcone —dijo sin rodeos—. El software de seguridad que vendimos al cliente está mostrando vulnerabilidades en la última actualización. Michael llamó, está muy molesto: dice que te mandó varios mensajes y no pudo comunicarse. Quiere que lo soluciones ya; dijo textualmente que no quisiera hacer público el incidente.

Sólo de pensarlo me dolió la cabeza. Falcone era Falcone: un tipo que no toleraba fallas ni excusas. Numerosos clientes, periodistas, reputaciones en juego. Respiré hondo, notando cómo el peso de ambas cosas—la bebé y la empresa—me presionaba desde lados opuestos.

—Voy para allá —respondí automáticamente, aunque la verdad era que no tenía cómo. No en ese instante. No con Anne vomitándome encima y sin niñera. No sabía cómo iba a lidiar con el trabajo y con la niña al mismo tiempo—. Carajo, no no puedo ir, no te preocupes trata de apagar el incendio, yo de alguna forma lo resolveré. —dije, el del Falcone era un contrato muy importante y no podía arriesgarme a perderlo así que de algún modo iba a solucionarlo, como lo hacía siempre.

Colgué y miré a Anne: me miró con los ojos grandes, inocentes, y por un segundo me sentí ridículo por haber pensado siquiera en irme. Falcone llamando, clientes exigiendo respuestas, y mi teléfono explotando en mensajes; todo eso se me venía encima y no sabía cómo dividirme. Pero Anne estaba primero. Solo era cuestión de encontrar el cómo resolver todo eso, y yo era muy bueno en encontrar soluciones a problemas que no parecían tener una.

Anne gimoteó justo entonces. La sostuve con más fuerza, sintiendo la presión del reloj y la obligación. Podía sentir el vértigo: cada llamada que no atendiera, cada correo que no respondiera, podía explotar en mi cara. Pero también estaba ella, caliente y llorosa contra mi pecho. Respiré hondo.

—Podremos con esto… —susurré y la arrullé—. Primero tú. Después Falcone. El tío podrá con todo y tú colaboraras, pequeña.

Calenté la leche y probé en mi mano si estaba caliente como la había visto mil veces a mi mamá cuando lo hacía con mi hermano. Le dí el biberón y le hice provecho, luego la acuné por un rato.

Los ojos de Anne se cerraron lentamente, y pude sentir que finalmente se quedaba dormida. Aún estaba preocupado por lo de Falcone pero al verla así sonreí, satisfecho, mientras mis pensamientos volvían a David. Mi hermano menor… le había fallado en su momento, dejándolo solo con mi madre enferma, y ahora todo esto era mi oportunidad de redimirme un poco, de estar cerca de mi sobrina cosa que él nunca quiso. Pero no podía permitirme que eso se notara. Debía mantener la imagen de “niñero experimentado”, neutral, ajeno. Y hacer equilibrio con mi trabajo. No iba a ser fácil pero iba a lograrlo, me repetí.

Mientras pensaba en eso, recibí un mensaje con los datos del verdadero Daniel Leroux, Sophia ya se había ocupado de él, había tenido un accidente real y por eso no había llegado pero ya habían arreglado todo con él, por una jugosa suma de dinero. Supongo que había tenido mucha suerte de que no se contactara telefónicamente con Nikita, pero el verdadero Daniel ya le había mandado a su celular un mensaje diciéndole que tenía un nuevo teléfono que era el mío por supuesto. Cuando vi la foto del otro Daniel no podía creerlo, realmente éramos parecidos, solo que yo usaba barba y gafas, de allí que ella nos hubiera confundido. También me dijo que pudo contener a Falcone “por el momento.” Bueno, al menos era algo.

El sonido de la puerta me sacó del trance. Miré a Anne: dormida sobre mí, confiando en mí, y respiré hondo. Nikita volvía. Perfecto. Este era el momento de demostrar que podía manejarlo, aunque la verdad era que solo estaba sobreviviendo.

Abrió la puerta y cuando giré la cabeza allí estaba. Ceja arqueada, cruzada de brazos, evaluándome como si yo estuviera en un examen final de algo que ni siquiera sabía cómo aprobar. Sus ojos se posaron sobre Anne, que seguía dormida en mis brazos.

—¿Todo bien? —inquirió con un tono que mezclaba incredulidad y desafío.

Tragué saliva. Carajo. Era ahora el momento de ser convincente.

—Sí… sí todo perfecto —dije, intentando sonar seguro, mientras la acomodaba con cuidado—. Solo… un pequeño desafío inicial. Nada que no pueda manejar, desde ya. Es que nos estamos conociendo con Anne.

Anne gimió levemente, como si reafirmara mi responsabilidad. Nikita arqueó una ceja, evaluando cada movimiento, y yo sentí la mezcla perfecta de tensión y diversión, incluso por un momento temí soltar una carcajada nerviosa pero afortunadamente me pude contener a tiempo. 

—Pues no lo parece. Menos mal que tenías experiencia con niños pequeños —dijo Nikita, con la ceja arqueada.

“Carajo, lo último que necesitaba ese día era otra vez enfrentarme a ella.”

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