Me cambié rápido, algo simple, un vestido ligero y un abrigo fino, lo justo para salir de mi habitación sin parecer demasiado desarreglada. Tenía que despedirme de él; lo correcto era agradecerle antes de que se fuera.
Al abrir la puerta, lo encontré de pie en el pasillo, con Anne en brazos. Ella lo miraba fascinada, como si él fuera su centro de gravedad. Me sonrió apenas, y luego me extendió a la niña con la naturalidad de alguien que llevaba toda la vida haciendo eso.
En cuanto la tuve contra mi pecho, un estruendo retumbó en la ventana del pasillo. Me giré a tiempo para ver cómo la lluvia se desataba en segundos, un aguacero torrencial golpeando el vidrio.
—Carajo… —murmuró Dan, pasándose la mano por el cabello—. Vine con la moto.
Recordé que la había visto estacionada afuera cuando llegué la noche anterior. Negra, elegante, de aspecto antiguo. Aunque yo no sabía nada de motos, había tenido esa impresión.
—No vas a salir en eso con este clima —le dije de inmediato, como si pudiera ordenar lo que debía hacer. Luego, más conciliadora—: Quédate a comer hasta que pare. Caliento una pizza en un rato.
Me miró, como si estuviera a punto de rechazar, pero luego se encogió de hombros.
—Me parece bien.Un silencio extraño se instaló mientras yo iba a la cocina y encendía el horno. Él se sentó con Anne en brazos, en la mesa, como si siempre hubiera pertenecido a ese espacio. La bebé lo observaba con devoción, y yo no podía dejar de mirarlos a los dos.
—¿Siempre te gustaron los niños? —pregunté, intentando sonar casual.
Él asintió, acariciando la manita de Anne con el pulgar.
—Sí. Siempre tuve afinidad con ellos.Me apoyé contra la mesada, sin pensar demasiado antes de soltar:
—¿Y piensas tener hijos algún día?Dan alzó la vista hacia mí, y la intensidad de su mirada me dejó sin aire.
—Supongo que sí —respondió con calma.—Bueno… por vientre subrogado podrías —dije rápido, como para rellenar el silencio incómodo—. O claro, también la adopción.
Él frunció el ceño, curioso.
—¿Por qué dices eso?Sentí cómo la sangre se me subía a la cara.
—Digo… porque como eres gay… —me detuve en seco, llevándome la mano a la frente—. Perdón, no debería inmiscuirme.Por un instante, su expresión fue inescrutable. Luego, una media sonrisa se dibujó en sus labios.
—En realidad, soy bisexual —aclaró con naturalidad—. Así que también podría tenerlos de forma natural.Me quedé congelada. Justo iba a sacar la pizza, y la confesión me distrajo tanto que no calculé el calor del molde.
—¡Ah! —solté un grito ahogado al sentir la quemadura en mis dedos.
En un segundo, Dan se levantó, dejó a Anne en su sillita y me tomó de la muñeca.
—Dame. —Me llevó hasta la pileta y abrió la canilla de agua fría, sosteniéndome la mano bajo el chorro—. Así, no la muevas.El contacto era eléctrico. Su cuerpo estaba tan cerca que sentía el calor de su respiración en mi cuello. Sus dedos rodeaban los míos con firmeza, y la mirada fija que me lanzó mientras el agua corría sobre mi piel me dejó completamente sin defensas.
Anne balbuceaba en su sillita, ajena a la tensión que se espesaba en el aire como otra tormenta a punto de estallar.
Tragué saliva, consciente de que no podía apartar la vista de él.
—Gracias… —murmuré, apenas audible.Dan inclinó un poco más la cabeza, sus labios peligrosamente cerca de mi oído.
—No me agradezcas todavía… —susurró, y un escalofrío me recorrió entero el cuerpo.Me quedé inmóvil, el corazón golpeando en el pecho, con la sensación inequívoca de que lo próximo que dijera o hiciera podía cambiarlo todo.