El servicio fue hermoso y triste. Y no mucho después fue la lectura del testamento de Judy y David, que se leyó con una solemnidad que apenas podía soportar dadas las circunstancias. Bienes no poseían pero me dejaban lo poco que tenían y lo mejor, o peor: Anne quedaba bajo mi cuidado y tutela. Custodia legal, decisiones médicas, responsabilidades que nunca había imaginado para mí y que ahora caían sobre mis hombros en cuestión de segundos. Por un instante las palabras de mi madre resonaron en mi cabeza. Esos días me habían ayudado un poco mis cuñadas pero ellas tenían sus vidas, una estaba embarazada y otra recién parida y Sasha, la mujer del mejor amigo de Norman que tenía más experiencia iba por su tercer embarazo.
—Señorita Sandman —dijo el abogado con voz neutra—, Judy confiaba plenamente en usted, espero que esté dispuesta a asumir esta responsabilidad.
Asentí, aunque no sentí alivio. Sentí miedo. Anne me miraba desde la cuna portátil, ajena a todo, confiando ciegamente en alguien que apenas sabía cómo empezar a asumir su nueva vida.
Después de la lectura, mientras los papeles se firmaban y los detalles legales se cerraban, mi teléfono vibró. Era Sasha, conocida de larga data, esposa del mejor amigo de mi hermano Norman y, curiosamente, la única que parecía tener contacto con agencias de niñeras de confianza.
—Niki —dijo, con voz calmada pero firme—. Sé que estás abrumada, pero tienes que pensar en cómo manejarás todo. No puedes cuidar a Anne sola y continuar con tu trabajo. Te recomiendo una agencia profesional.
—No quiero a cualquiera —respondí, consciente de mi tono tenso—. Necesito alguien que sea capaz, que entienda de bebés y… —suspiré— que pueda ayudarme a mantener mi vida profesional en marcha sin que todo se derrumbe.
—Por eso te hablo de Starlight Care. Trabajan con niñeras y niñeros especializados. He trabajado con ellos antes y son de confianza. Te pasaré el contacto y podrías coordinar una entrevista o incluso la llegada directa al primer día. Confía en mí, Niki. Esto te dará un respiro.
Colgué, aunque mis pensamientos corrían más rápido que mis decisiones. No podía dejar que alguien más estuviera a cargo de Anne, pero tampoco podía hacerlo sola. Revisé los perfiles de la agencia en mi laptop mientras Anne jugaba con sus manitas, inquieta y curiosa.
Todas parecían muy jóvenes, unas niñas inexpertas… seguramente universitarias o extranjeras en busca de un extra. Suspiré. Entonces un perfil me detuvo.
Un varón.
Con estudios en Psicología Infantil y especialista en duelos. Había trabajado ya con niñas y niños huérfanos. Sus referencias eran impecables. Y sí, era atractivo, pero lo que más me llamó la atención fue un detalle aclarado en el perfil: era gay. No entendía por qué lo ponía, quizá para dar tranquilidad a las familias.
Volví a mirarlo. Joven, apuesto, con experiencia comprobada. Aun así, dudé. Llamé a Sasha y le conté mis reservas.
—Niki, tranquila —dijo ella—. Yo tuve un niñero varón y fue el más amoroso con mis hijos. Lo que importa es la experiencia y las referencias. Este hombre las tiene. Dale una oportunidad.
Carajo. Su perfil parecía casi perfecto. Y sin embargo, un escalofrío recorrió mi espalda. Instalaría cámaras, se lo diría de frente y pediría a mamá que viniera de vez en cuando. Anne no podía estar desprotegida.
“¿Será él?”, pensé, mirando a la pequeña. Y por un instante, juraría que Anne también me evaluaba, como si supiera que en breve entraría un extraño en nuestras vidas.
La mañana del primer día llegó demasiado rápido. Preparé la casa meticulosamente: pañales alineados, ropa limpia, biberones listos, la mantita doblada en la cuna. Todo debía ser perfecto, porque no podía permitirme errores.
El reloj parecía avanzar con lentitud cruel. Anne, en su moisés, me observaba con esos ojos grandes que lo absorbían todo mientras yo revisaba la sala por quinta vez.
Entonces sonó el timbre.
Mi corazón dio un salto. Todo lo que había preparado, toda la incertidumbre, se concentró en ese sonido.
Cargué a Anne, respiré hondo y abrí la puerta.
Y allí estaba él. Alto, seguro, con un aire sereno que parecía controlarlo todo. Sus ojos se posaron en Anne y esbozó una sonrisa amable, confiable, como si supiera exactamente cómo acercarse a ella.
—Hola, soy…
—Daniel Leroux, el niñero —interrumpí con fastidio —. Lo sé. Te has tardado, y llevo media hora esperándote.