9. Pov Niki

Acaricié la cabecita de Anne antes de soltar un suspiro. Sentía el cuerpo pesado, la cabeza cargada de pensamientos, y encima todavía debía repasar papeles del estudio. Lo último que quería era que Dan pensara que no podía con todo.

—¿Podrías quedarte un momento con ella mientras me doy una ducha rápida? —le pregunté, intentando sonar casual. No quería que pensara que le estaba endosando la responsabilidad.

Él levantó la vista desde la sillita de Anne, que mordisqueaba su banana helada con más entusiasmo que delicadeza.

—Claro —dijo sin dudar—. No hay problema.

—Te pago extra —añadí enseguida, para que no creyera que era una aprovechada.

—No hace falta —replicó, y esa sonrisa tranquila suya me desarmó un poco más de lo que debía.

Me encerré en el baño y dejé que el agua tibia me cayera encima, como si pudiera arrastrar las tensiones del día. Cerré los ojos, hundí la cara entre las manos y suspiré. Un minuto, solo un minuto de paz.

Y entonces, justo cuando empezaba a relajarme, el agua se cortó. Literalmente. Un chorro helado cayó como sentencia final, y de golpe todo quedó en silencio.

—¿En serio? —murmuré, empapada de pies a cabeza.

Me envolví la toalla como pude, todavía con el corazón acelerado por el golpe de agua helada. Justo iba a salir a revisar la llave cuando la puerta se abrió y apareció Dan.

Se quedó parado ahí, mirándome como si no supiera si disculparse o reírse. Yo estaba empapada, con la toalla torpemente anudada y el cabello chorreando sobre mis hombros.

—¿Estás bien? —preguntó.

—¡Podrías tocar antes de entrar! —lo regañé, aunque la voz me salió más aguda de lo que hubiera querido.

—Toqué. No respondiste. Pensé que te habías resbalado.

Lo fulminé con la mirada, pero su sonrisa ladeada hizo que la rabia se mezclara con algo mucho más incómodo: un cosquilleo extraño en el estómago.

—Pues no. Solo me quedé sin agua —mascullé.

Él dio un paso más adentro. El baño de repente pareció pequeño, demasiado. Y de pronto estábamos frente a frente, el calor de su cuerpo contrastando con las gotas frías que me recorrían la piel.

—Pareces salida de una película —murmuró, con la voz más grave.

Me apreté la toalla contra el pecho, como si fuera un escudo.

—Y tú pareces olvidar que apenas nos conocemos…—. Y que era gay, porque lo era ¿no?

Dan alzó una ceja, divertido.

—Un día y medio, para ser exactos.

No tuve tiempo de replicar. Resbalé con el agua que había quedado en el suelo. Sentí que perdía pie y, antes de caer, él me atrapó de la cintura. La toalla se aflojó un poco con el tirón, y un jadeo escapó de mi boca.

—Cuidado —susurró, sosteniéndome tan cerca que podía sentir el latido firme de su corazón contra el mío.

Me aferré a sus hombros, temblando, no sé si de frío o de otra cosa mucho más peligrosa. Sus ojos, tan cerca, se clavaron en los míos con una intensidad que me dejó sin aire.

—Yo… —empecé, pero las palabras murieron en mi garganta.

Porque lo único que podía pensar era que no lo conocía. Que había entrado en mi vida hacía poco más de un día, y aun así, el cuerpo me respondía como si lo hubiera esperado siempre.

Él tragó saliva, y apenas se inclinó un poco más, como si la distancia fuera una tentación imposible de sostener.

En ese segundo, Anne lloró desde la cocina. Un sonido agudo que me devolvió a la realidad como un balde de agua fría —otro más—.

Dan me soltó despacio, como si la piel se resistiera a separarse. Dio un paso atrás, pero su mirada ardía todavía.

—Será mejor que atiendas a la pequeña —dije con un hilo de voz ronca.

Me quedé quieta, con la toalla floja y las piernas temblando, preguntándome qué demonios me estaba pasando. Apenas lo conocía… y sin embargo, nunca había sentido algo como eso antes.

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