Una traición. Un matrimonio forzado. Un enemigo que puede romperla... o salvarla. Zoe siempre fue la esposa perfecta: obediente, discreta, entregada. Hasta que su marido heredero de un emporio empresarial la traiciona con su mejor amiga y la deja arruinada. Sin dinero, sin familia y sin voz, Zoe es rescatada por el único hombre que nunca debió tocar: “Dante Salvatore”, el rival más temido de su exmarido. Dante no cree en el amor. Pero necesita una esposa para sellar un contrato millonario. Y Zoe… necesita venganza. Lo que empieza como un acuerdo sin sentimientos, pronto se convierte en una guerra emocional. Él es fuego. Ella, hielo. Pero en medio del odio… nace algo que ninguno de los dos puede controlar.
Leer másEl vestido blanco ya no parecía tan puro ahora.
No después de verlo a él, mi esposo, el hombre que me había brindado seguridad y a quien le había abierto mi corazón , besando a otra mujer en medio de nuestra fiesta de aniversario.
Me quedé inmóvil en la escalera, con una copa de champaña temblando en mi mano, mirando cómo mi esposo, el hombre con el que llevaba casada tres años, le acariciaba el rostro a mi mejor amiga... y luego la besaba con la suavidad con la que solía besarme a mí, tocandola y acariciándole la espalda descubierta gracias al sexy vestido rojo que llevaba puesto y que no dejaba mucho a la imaginación.
Todo se detuvo.
El aire, los latidos, la lógica.
Mis piernas querían correr hasta donde estaban ellos y tirarles el líquido que aún quedaba en mi copa, pero mis ojos no podían dejar de mirar. Era como ver cómo se desmoronaba mi mundo, centímetro a centímetro, labio a labio, toque a toque.
—¿Estás disfrutando el espectáculo, Zoe? —dijo una voz venenosa a mis espaldas.
Mi cuñada, Amanda, apareció con una sonrisa satisfecha. Llevaba un vestido del mismo tono que el mío. Blanco. Como si fuese una burla deliberada.
—¿Qué haces aquí arriba? Te toca el brindis con el esposo fiel y perfecto.
Casi escupió esas palabras en mi cara y se que esperaba hace mucho tiempo que algo así me pasara, se que se alegraba de todo el mal que pasara, personas como ella nunca entenderán el significado de la pobreza y aun así siguen siendo infelices.
No respondí. Me tragué el nudo en la garganta, acomodé la falda de seda y bajé las escaleras con la cabeza erguida. No mostraría debilidad. No frente a ellos. No frente a ella. No frente a él.
Cuando llegué al último escalón, él ya me estaba mirando. Sonreía. Como si todo esto fuese un maldito chiste privado.
—Zoe —dijo, con voz alta, llamando la atención de los presentes—. Tengo un anuncio que hacer.
Todos lo rodearon. Eran inversionistas, socios, parásitos con corbata que reían con cualquier cosa que él dijera.
—Hoy, además de celebrar nuestro aniversario, quiero anunciar que esta será nuestra última fiesta juntos como pareja. Zoe y yo… vamos a divorciarnos.
Las risas se congelaron. Mi rostro también. Cómo podia humillarme así sin el menor asomo de culpa.
—No te preocupes, cariño —añadió él, girándose hacia mí—. Todo será muy civilizado. Ya preparé los papeles.
Una secretaria me entregó un sobre. Lo tomé con las manos heladas.
No entendía. No creía. Pero todos lo miraban a él como si fuera un héroe por librarse de su esposa trofeo.
—Espero que no lo tomes como algo personal —dijo, inclinándose a mi oído—. Es solo que tú ya no sirves para mis fines. Y, francamente, me aburriste, merezco algo mejor. Sé que lo entenderás cielo.
Me tomó todo el orgullo que aún me quedaba para no gritar y romper la copa contra el suelo.
Los invitados aplaudieron. No por que les interesara la noticia, sino por miedo. Todos le temían a mi ya casi ex esposo. Todos sabían que Ethan Castelli era un hombre peligroso. Y que yo ya no valía nada ni ahora ni nunca.
Dos semanas después.
Estaba en la calle. Mi cuenta bancaria había sido vaciada por el abogado de Ethan, él se iba a encargar de que yo no obtuviera nada y saliera de ese matrimonio justo como llegue. No tenía familia. No tenía amigos. Porque la mayoría eran de él… o se habían ido cuando vieron que ya no podía pagar cenas de lujo, vestidos caros, coches de élite y sobre todo ya no podían codearse con los contactos poderosos de mi esposo.
Ahora vivía en un motel de paso, con olor a tabaco en las cortinas y moho en el baño. Mi único lujo era un café instantáneo cada mañana, y que pronto se acabaría.
Mi único pensamiento era: “¿cómo pasé de ser la esposa de un millonario a esto?”
Tal vez porque siempre fui solo un adorno. Algo que él podía exhibir… y luego desechar. Estaba tan cómoda aceptando las migajas como un perro callejero, que olvide lo que era sentir afecto realmente, solo me conforme en tener un techo sobre mi cabeza y un plato de comida caliente.
Ese día, llovía. La ciudad era un monstruo gris. Caminé sin rumbo, con el paraguas roto, los zapatos empapados y una carta de desalojo en el bolso.
Y fue entonces cuando lo vi.
O mejor dicho, “cuando él me vio a mí.”
Un hombre de traje negro carbon salió de un auto lujoso. Alto, imponente, guapo, de esos que con solo una palabra hacen que te mojen las bragas, del tipo peligroso, con los ojos más fríos que había visto nunca. No sonreía. No parpadeaba. No parecía de este mundo. Su aura tranquila y enigmática, si; definitivamente del tipo peligroso.
—Zoe Knight —dijo con voz profunda—. Estás más… destruida de lo que imaginé.
Me detuve. Mi nombre en su boca sonó como una sentencia.
—¿Quién eres?
—Alguien que quiere hacerte una oferta. Y por lo que veo, tu nuevo mejor amigo.
Lo miré con recelo. A pesar del frío y la lluvia, no tenía una gota fuera de lugar. Su elegancia era agresiva. Peligrosa.
—No vendo mi cuerpo —solté, harta de hombres con poder.
Él sonrió, sin calidez.
—No te estoy pidiendo eso. Quiero que te cases conmigo.
Soltó en calma como si fuera la cosa más normal del mundo. Me reí. Una carcajada amarga, casi histérica.
—¿Qué demonios dices?
—Un año. Solo uno, es solo que pido. Necesito una esposa. Tú necesitas… venganza.
Y dinero. —Sacó un sobre del interior de su abrigo—. Este es solo un adelanto.
Por un momento sentí urgencia en su voz, casi una súplica con un dejo de esperanza oculta, pero este adonis millonario podía tener muchas opciones y mejores porque me querría a mi precisamente, una reina caída y humillada.
Tomé el sobre. Billetes gruesos, nuevos. Más dinero del que había visto en semanas.
—¿Quién eres?
—Dante Salvatore —Se inclinó levemente—. El hombre que tu exesposo odia más que a nadie en el mundo.
“Y ahí estaba la propuesta.”
Humillada por Ethan. Destruida por el abandono. Y ahora... una oferta de matrimonio del enemigo más peligroso de mi pasado.
Un contrato frío. Un trato imposible.
¿Pero qué tenía yo que perder?
Mi dignidad ya estaba en el suelo. Mi corazón, hecho pedazos.
Y él… él parecía tener justo lo que yo necesitaba: poder, dinero y odio.
Quizá con eso… podía reconstruirme. Por ahora…
Salimos de la cabaña antes del amanecer.El aire mordía. Un viento seco, alpino, como si el invierno aún no hubiera muerto del todo. La montaña se despedía de nosotros en silencio. No había sol. Solo un cielo de plomo que parecía presagiar sangre. Dante me puso su abrigo sobre los hombros sin decir una palabra. Lo miré como si fuera la última vez. Porque tal vez... lo era.Viajamos en dos SUV negros, deslizándonos por la frontera como sombras sin nombre. Verona al volante, con el ceño fruncido y los labios apretados. Ivy, en el asiento de copiloto, consultando su iPad con movimientos afilados como su traje. Atrás, en silencio, iba Simón: nuevo, profesional, con gafas negras, acento argentino y una perfección que me puso la piel de gallina desde el primer instante. Era demasiado limpio. Demasiado preparado. Como si nunca hubiera tenido dudas.No dormí.Las pocas horas antes de partir, las pasé frente al fuego, con el crujido de la leña como único consuelo. Dante me encontró así. Sentad
La encontré sola en la cocina, a las tres de la madrugada. Ivy. Copa de vino en mano. Descalza. Vestido corto, negro, de esos que gritan con descaro: "¡Mírame!", pero que en ella parecía una declaración de guerra. Y esa actitud suya... felina, dueña de cada madera bajo sus pies, de cada sombra proyectada por la luz del refrigerador abierto. Era como si dijera sin decirlo: "Este es mi territorio. Yo llegué primero. Tú eres apenas un accidente."—¿No puedes dormir? —preguntó sin volverse, su voz sedosa como un cuchillo envuelto en terciopelo.—No cuando las serpientes se arrastran tan cerca del fuego.Ella sonrió, lento. Maliciosa.—Dante ronca. Siempre lo hizo. Aunque... —bebiendo un sorbo— supongo que no te molesta si estás demasiado ocupada jadeando.Avancé dos pasos. Ni un pestañeo.—¿Buscas algo, Ivy? Y no me refiero solo al refrigerador.—¿Además de comida y diversión? Quizá recordarle a D quién fue su verdadero infierno. Y su descanso.—DANTE no parece interesado en recordar nad
—¡Zoe, tienes que ver esto! —gritó Verona desde la sala de comando.Salí envuelta apenas en la sábana, aún con el sabor de Dante en la boca y la piel marcada por su hambre. Él venía detrás, a medio vestir, con el torso desnudo y la pistola en mano, como un dios de guerra arrastrado al presente por la furia. Aún olía a sexo, a sangre seca y a promesa rota.La pantalla proyectaba mi cara. Pero no era yo. Era una versión de mí, monstruosa, cruel, imposible. Un video falso, generado con IA, donde aparecía ejecutando a sangre fría a tres científicos desarmados. Una tras otra, las balas atravesaban cuerpos indefensos, mientras mi rostro —el de esa versión fabricada— permanecía impasible, inhumano.Debajo, en rojo:“ZOE KNIGHT — CRIMINAL DE GUERRA DIGITAL. SE OFRECE RECOMPENSA MILLONARIA POR SU CAPTURA.”—Esto no pasó —susurré, sintiendo náuseas.—Lo sabemos —dijo Verona—. El metraje fue generado por IA, pero está tan bien hecho que… yo misma dudé por un segundo.Dante apretó los dientes. E
La cabaña estaba escondida entre los pinos, en lo alto de un paso alpino donde la nieve caía con la lentitud de una cuenta regresiva. El techo era bajo, la madera crujía con el viento y el aire olía a leña húmeda y resina antigua. Verona había usado ese refugio antes, para esconder armas, aliados o recuerdos. Ahora nos escondía a nosotros.Adentro, el silencio era espeso. La única luz provenía del fuego en la chimenea, que pintaba las paredes con sombras temblorosas. Una radio antigua murmuraba jazz francés desde un rincón olvidado de la cocina. Sobre la mesa, aún humeaba una taza de café que Dante no había terminado. Había puesto la mesa para dos… y nunca llegamos a sentarnos.Dante sangraba.Y aun así, era él quien me sostenía. No con los brazos —el izquierdo lo tenía inmovilizado, el vendaje improvisado ya se había teñido de rojo oscuro—. Me sostenía con la mirada. Con ese instinto salvaje que nunca lo abandonaba. Era un hombre herido, pero aún letal. Una bestia enjaulada en un cue
Por primera vez, entendí lo que significaba el odio verdadero. No hacia Derek. No hacia mi madre. Sino hacia la mentira que me moldeó. La que se tatuó en mi piel como si fuera herencia. La que llevé como una segunda alma. Silenciosa. Venenosa.No quería morir. No quería rendirme. No quería ser la “clave”.Quería vivir. Libre. Rota. Furiosa. Pero mía.Derek hablaba aún. Su voz grave y limpia resonaba como una misa oscura desde los altavoces.—Entiéndelo, Zoe. Esto no es una decisión moral. Es un hecho biológico. Tú naciste para esto.Mi puño se cerró alrededor del collar. Aquel que debía protegerme. Aquel que debía detener el sistema. Lo miré por última vez. Y lo lancé contra la pantalla principal.El impacto fue seco. Brutal. Chispas. Cristales. Furia encarnada.—¡ZOE! —gritó Dante.Mi madre también gritó mi nombre. Pero ya no me pertenecía.Ya no era la Zoe moldeada por el pasado. Era el incendio que ellos mismos crearon.—¿Quieren la llave? —escupí— Pues ahora la llave no tiene ce
Búnker subterráneo — Núcleo central.Las pantallas se encendieron una por una, proyectando una única imagen:Mi rostro.Pero no el que ahora mostraba cicatrices, ira y resistencia. No. Era mi cara infantil. Una niña de cinco años dormida bajo luz blanca, conectada a monitores. Cables entrando por mi cráneo. Electrodos pegados a mi pecho. Ojos cerrados. Piel pálida.Y detrás… una figura con bata médica. Inconfundible.Derek.—¿Qué es esto? —pregunté, con un hilo de voz.No hacía falta respuesta. Mi pecho sabía lo que mi razón se negaba a aceptar. Desde los altavoces, su voz sonó como una profecía cumplida:—Es el día en que dejaste de ser una niña y comenzaste a ser el protocolo.Mi madre se volvió hacia mí. Lágrimas en los ojos. Un temblor apenas perceptible en sus labios.—No… —susurró, como quien aún cree que puede detener un tren con la palabra “alto”.—¿Qué quiso decir? —le pregunté, aunque la respuesta ya latía bajo mi piel.Derek siguió, implacable:—Tu nacimiento fue humano. T
Último capítulo