Mundo ficciónIniciar sesiónEn la ciudad que nunca duerme, existen dos mundos que jamás deberían cruzarse el de la luz que ciega y el de las sombras que consumen. Naia vive en el primero, o al menos lo intenta. Sus pies conocen el rigor del ballet clásico y la humillación del escenario de un club nocturno. Para ella, el baile no es arte, es una moneda de cambio; un sacrificio necesario para mantener con vida lo único que ama. Se mueve como un cisne en un lago de fango, ocultando tras una máscara la desesperación de quien ya no tiene nada que perder, salvo su propia alma. Artem Belov es el dueño de las sombras. Un magnate ruso cuya presencia gélida y acento profundo dictan las reglas del juego antes de que este siquiera comience. Acostumbrado a comprar imperios y a silenciar voluntades, Artem no busca amor, busca posesión. Para él, Naia no es una mujer, es una obsesión vestida de seda y diamantes; una belleza inalcanzable que ha decidido encerrar en una jaula de cristal. Un contrato. Un año. Una vida a cambio de otra. Esta no es una historia de amor convencional. Es el relato de una rendición. En el momento en que Naia aceptó el trato, el escenario cambió para siempre. Ahora, ella debe aprender que en el mundo de Artem Belov, la libertad es un lujo que no se puede costear, y que el precio de salvar a quien amas es pertenecer, en cuerpo y mente, al hombre de los ojos grises.
Leer másArtem
El aroma a cera para muebles costosos y a cuero nuevo todavía impregnaba el aire de mi despacho. Estados Unidos tenía un olor diferente al de Moscú aquí todo se sentía más ligero, casi artificial, pero el poder seguía teniendo el mismo peso me ajusté los puños de mi camisa hecha a medida, ocultando las marcas de tinta que subían por mis antebrazos, recuerdos de una vida que muchos aquí no podrían ni imaginar. La puerta se abrió tras un golpe seco. Ivan entró con la eficiencia silenciosa que lo caracterizaba. —Artem —dijo con su voz grave—. Todo está listo. Pero hay un cambio en la agenda. Dominik quiere que la reunión sea informal. Solté un suspiro frío, una pequeña nube de impaciencia. —No he venido a este país a socializar, Ivan he venido a sentar las bases, a marcar el territorio y a cumplir la misión que nos trajo aquí cuanto antes terminemos, antes podré regresar a casa. No me gusta este aire americano. —Lo sé —asintió Ivan, entregándome mi chaqueta—. Pero Dominik controla el corredor este. Si quieres mover el cargamento sin interferencias, necesitas que él te vea la cara. Es joven, heredó el imperio de su padre hace apenas un año. Necesita sentir que es importante. —Los que heredan tronos suelen ser los más peligrosos, no por inteligentes, sino por imprudentes —sentencié. Salimos del edificio. El sol de la tarde golpeaba el asfalto mientras caminábamos hacia el coche blindado durante el trayecto, Ivan me puso al tanto de los detalles de nuestro "anfitrión". Dominik era extravagante, ruidoso y le gustaba presumir todo lo que yo detestaba. —Es un club nocturno, Artem —añadió Ivan mientras el coche se detenía frente a una fachada de luces de neón y paredes negras—. Se llama The Velvet —Maravilloso —mascullé con sarcasmo—. Negocios entre música ensordecedora y alcohol barato. Bajamos del vehículo. Los gorilas en la puerta se tensaron al vernos, pero en cuanto mis ojos se cruzaron con los suyos, dieron un paso atrás. Mi apellido, Belov, adornaba hoteles de lujo en cinco continentes para el mundo, yo era un magnate de la hotelería, un hombre de éxito internacional para los que estaban en este club, yo era el hombre que podía hacerlos desaparecer si no abrían la puerta lo suficientemente rápido. Entramos sin que nadie se atreviera a pedirme una identificación. El interior era elegante, lo admito. Un hombre con pinganillo nos guio directamente a la zona VIP, una plataforma elevada que dominaba todo el lugar. Allí, rodeado de botellas de champán que costaban más de lo que ganaba un obrero en un año, estaba Dominik. —¡Artem Belov! —exclamó el joven, levantándose con una sonrisa demasiado blanca—. El hombre del que todos hablan. Bienvenido a mi humilde morada. —Dominik —respondí, estrechando su mano con la fuerza justa para que recordara quién mandaba—. Vayamos al grano no tengo toda la noche. Nos sentamos y el ruido del club se volvió un murmullo de fondo mientras hablábamos. Dominik quería acceso a mis rutas de distribución europeas. Yo quería su silencio y su logística en los puertos locales. —Puedo ofrecerte una alianza sólida, Artem —decía él, inclinándose hacia delante—. Mis hombres conocen cada rincón de esta costa. Si trabajamos juntos, seremos intocables. Justo cuando iba a responder para cerrar el trato, el mundo se detuvo. Las luces del club se apagaron por completo. Mi instinto se disparó; mi mano buscó instintivamente el arma oculta bajo mi chaqueta y Ivan se tensó a mi lado pero no hubo disparos. Solo un silencio expectante. De repente, un foco de luz blanca estalló sobre la tarima central. Y entonces la vi... Era una visión de contraste. El cabello rubio, largo y brillante como el oro bajo la luz, caía sobre sus hombros. Su cuerpo era una obra maestra de curvas y fuerza, una mezcla de sensualidad natural y una delicadeza que no encajaba en aquel lugar. Llevaba una máscara delicada, pero pude notar que no miraba a la multitud. Su lenguaje corporal gritaba una incomodidad que intentaba ocultar tras movimientos fluidos y expertos. —Increíble, ¿verdad? —la voz de Dominik me trajo de vuelta a la realidad No respondí. La observé bailar. Se movía con una flexibilidad que parecía desafiar los huesos. No era el baile vulgar que esperarías en un club había algo artístico, algo casi doloroso en su forma de evitar la mirada de los hombres que babeaban por ella.—¿Entonces? —insistió Dominik—. ¿Tenemos trato sobre la nueva entrega? —Lo tenemos —dije, sin apartar los ojos de la figura en el escenario—. Ivan tiene los contratos listos. Mañana enviaremos los detalles. Me levanté antes de que Dominik pudiera decir nada más. Ella estaba terminando su número vi cómo recogía los billetes que caían a sus pies con una rapidez mecánica, casi con asco, y huía del escenario antes de que el foco se apagara del todo.—Ivan —dije en un susurro gélido mientras caminábamos hacia la salida. —¿Sí, señor? —Quiero saber quién es ella. Todo. Nombre real, dónde vive, por qué está aquí. Mañana es tarde. —Entendido —respondió él, sin cuestionar mi orden. El aire frío de la noche me golpeó al salir, pero no logró enfriar la curiosidad que se había encendido en mi pecho. Subí al auto en silencio, ignorando las luces de la ciudad que pasaban a toda velocidad por la ventana. Al llegar al Penthouse, el lujo minimalista del lugar me recibió. Me quité la chaqueta y me desabroché los primeros botones de la camisa mientras caminaba hacia mi despacho. Apenas puse un pie en la habitación, Ivan entró detrás de mí. —Eres rápido —comenté, sentándome frente a mi computadora. —Sé que no te gusta esperar, Artem los datos solicitados acaban de ser enviados a tu correo personal. Encendí la pantalla. El brillo del monitor iluminó la penumbra del despacho allí estaba el correo tenía un archivo adjunto que abrí sin dudar, lo primero que apareció fue una fotografía de ella sin la máscara. Sentí una sonrisa extraña curvar mis labios, algo que no sucedía a menudo sin el antifaz, su belleza era casi insultante tenía unos rasgos finos, una piel que parecía de porcelana y, por fin, pude ver el color de sus ojos azules tan claros y profundos como el hielo siberiano, pero con una chispa de fuego oculta. Naia.... Leí su nombre una y otra vez. Naia suena tan delicado como ella, pensé. Me recosté en mi silla de cuero, observando la imagen en alta resolución. Había algo en su expresión, incluso en una foto, que me decía que ella no pertenecía a ese mundo de billetes sucios y miradas lascivas. —Encantadora —susurré en ruso, sintiendo el peso de mi propio acento resonar en la oficina vacía. Cerré la computadora, pero su imagen se quedó grabada en mis retinas en mi mundo, cuando un hombre como yo quería algo, simplemente lo tomaba y en ese momento, mientras el silencio del Penthouse me rodeaba, solo podía hacerme una pregunta. ¿Qué se sentiría tener a esa mujer, a ese ángel caído, bajo mis sábanas?NaiaEl tiempo en Grecia se ha vuelto algo difuso, una amalgama de cielos dorados, el olor a salitre y el sonido rítmico de las olas rompiendo contra el acantilado. No sé exactamente cuántas semanas han pasado desde que aterrizamos en este paraíso privado, huyendo de las sombras de Moscú y del eco de la muerte. Lo único que sé es que, de alguna manera, he vuelto a respirar.Mi avance ha sido lento, doloroso y, por momentos, frustrante los primeros días fueron un vacío absoluto, un desierto de silencio donde las palabras simplemente se negaban a formarse en mi garganta pero Artem... él ha sido una presencia constante y desconcertante. El hombre frío, autoritario e implacable que conocí en el club y en el penthouse parece haberse quedado atrás, o al menos, ha guardado esa faceta en algún lugar donde yo no pueda verla. Desde que llegamos a esta villa, ha sido diferente ha sido un hombre de paciencia infinita, de gestos suaves y de silencios compartidos que no exigen nada a cambio.
Artem Habían pasado tres días desde que aterrizamos en esta villa frente al mar Egeo, y cada segundo se sentía como una eternidad suspendida en el vacío. Tres días en los que el sol griego se burlaba de nosotros con su brillo incesante, mientras dentro de estas paredes el tiempo parecía haberse congelado Naia seguía sumida en un mutismo absoluto. No era un silencio de protesta, ni de odio era un silencio de ausencia ella estaba físicamente conmigo, pero su mente parecía estar vagando en algún lugar oscuro donde yo no podía alcanzarla.Casi no había comido cada vez que le llevaba una bandeja, ella apenas probaba un par de bocados para complacerme antes de dejar el cubierto de lado se estaba consumiendo, volviéndose translúcida frente a mis ojos, y la desesperación empezaba a carcomerme la paciencia yo no era un hombre diseñado para la espera, pero por ella estaba aprendiendo a ser un maldito santo.Me desperté antes del amanecer la habitación estaba bañada en ese azul grisáceo pr
Artem El zumbido constante de los motores del avión privado era el único sonido que llenaba la cabina. Miré hacia el asiento contiguo y sentí una opresión en el pecho que no lograba sacudirme. Naia estaba profundamente dormida o quizás, simplemente su cuerpo se había rendido ante el agotamiento extremo. Había pasado horas llorando en un silencio absoluto, aferrada a la vasija de mármol como si fuera lo único que la mantenía anclada a la tierra. Verla así, tan pequeña y frágil, era una tortura lenta la mujer que yo había deseado con una ferocidad casi animal, esa bailarina llena de fuego y desafíos, se estaba apagando frente a mis ojos.Me prometí a mí mismo mientras observaba el rastro de lágrimas secas en sus mejillas, que no dejaría que eso sucediera mo permitiría que la oscuridad se la tragara por completo, aunque tuviera que quemar el mundo entero para darle un poco de luz.Cuando aterrizamos en Grecia, el sol comenzaba a teñir el horizonte de tonos naranjas y violetas la to
NaiaDesperté en la penumbra por un segundo, el silencio de la habitación me engañó, haciéndome creer que todavía estaba en mi pequeño apartamento, que el despertador sonaría pronto y que tendría que ir a la clínica a llevarle flores a mi abuela pero el aire se sentía diferente. El olor a sándalo y lujo me recordó dónde estaba. Y entonces, como si el techo del búnker se desplomara sobre mis hombros, los recuerdos regresaron con una violencia física que me dejó sin aliento.Su corazón no resistió.Las palabras del doctor Miller resonaron en mi cabeza como un eco infinito. Me quedé inmóvil, mirando fijamente un punto en la pared tenía los ojos secos, ardientes, y el pecho tan apretado que cada inhalación era una lucha. Me sentía hueca, como si alguien hubiera vaciado mis órganos y solo quedara una cáscara de piel fría.La puerta de la habitación se abrió con un leve quejido Artem entró con pasos suaves, casi imperceptibles su figura imponente se recortaba contra la luz del pasillo,
ArtemEl silencio del hospital era una tortura de baja frecuencia que me taladraba los oídos me quedé de pie, apoyado contra la pared de la habitación, observando cómo Naia se despedía de su abuela. Vi el momento exacto en que sus labios rozaron la frente de la anciana fue un gesto cargado de una devoción tan pura que me hizo desviar la mirada por un segundo. La pureza siempre me había resultado incómoda, un recordatorio constante de todo lo que yo no era.Cuando las puertas del quirófano se tragaron la camilla, el aire pareció abandonar los pulmones de Naia se quedó allí, estática, como si su propia alma hubiera cruzado ese umbral junto a la mujer. Katia se acercó a ella de inmediato, pude ver la pena profunda en los ojos grises de mi hermana, un reflejo de su propia compasión, y la oscuridad total en los azules de Naia, era una escena que me apretaba el pecho de una forma que no sabía cómo gestionar.Katia la guio de regreso a la habitación y la obligó a sentarse en el sofá yo
NaiaEl hospital se sentía diferente esta noche. El olor a desinfectante era más punzante, el brillo de las luces fluorescentes más agresivo, y el silencio de los pasillos parecía pesar toneladas sobre mis hombros. Katia caminaba a mi lado con paso firme, pero yo sentía que mis pies apenas tocaban el suelo; era como si estuviera flotando en una pesadilla de la que no podía despertar.Llegamos al área de oncología y, en la recepción, el doctor Miller ya nos estaba esperando tenía una carpeta entre las manos y una expresión que me hizo querer darme la vuelta y huir no quería escuchar lo que sus labios estaban a punto de decir.—Doctor Miller —dije, extendiendo mi mano con un temblor que no pude ocultar—. Soy Naia dígame qué sucede, por favor.Él estrechó mi mano con suavidad, una calidez profesional que no logró calmarme nos guio hacia un rincón un poco más privado del pasillo.—Naia, seré directo porque no tenemos tiempo para adornar la realidad —comenzó el doctor, bajando la voz
Último capítulo