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Capítulo 5 Advertencias que nadie dice en voz alta

La mansión Salvatore tenía pasillos donde el silencio no era solo ausencia de sonido: era una presencia viva. Algo que susurraba verdades que nadie se atrevía a decir.

Y yo empezaba a escucharlas.

Después de aquella noche —la de la herida de la mano de Dante, la confesión a medias, su mirada sobre mi cuerpo— no hablamos de lo ocurrido. No se tocó el tema. Ni siquiera con una palabra.

Pero algo invisible se había instalado entre nosotros.

Un lazo.

Un pacto silencioso.

Una grieta compartida.

Esa mañana me vestí en mi habitaciòn sola, como siempre, la ropa que hizo que su asistente Verona comprara y colgara para mi, alli nada era yo, todo era decidido por Dante. El evento de la noche anterior había sido tenso, pero exitoso. La prensa nos llamaba “la nueva pareja de poder”. La imagen que proyectábamos era perfecta.

Mentira sobre mentira.

Bajé a desayunar. Dante ya no estaba.

En su lugar, encontré a Verona. Su asistente personal. Alta, elegante, con un rostro que no revelaba nada y unos ojos que lo veían todo. Su presencia siempre había sido distante, profesional. Pero esa mañana, su tono cambió.

—Señora Salvatore —dijo con una ligera inclinación de cabeza, enfatizando la última palabra como si fuera una espina en su lengua —. El señor Dante estará fuera por unos días.

—¿Negocios?

—Siempre. así es èl impermeable, insaciable.

No me gustó que hablara así de mi esposo, era obvio que estaba al tanto de nuestro acuerdo y no le gustaba nada. Me senté sin decir nada más. El café sabía amargo.

Verona dejó un sobre sobre la mesa.

—Esto es para usted. Instrucciones de seguridad. Rutinas. Códigos. Le sugiero que lo lea completo.

Tomé el sobre. La miré.

—¿Hay algo de lo que deba preocuparme?

Una pausa. Una tensión.

—Solo de no acostumbrarse demasiado rápido —dijo ella, y se marchó.

La advertencia fue más clara que cualquier grito. Era obvio que estaba enamorada de Dante. Que sorpresa, es una lastima que tenga que esperar que él se libere de mi para poder encajar el diente.

Pasé el resto del día recorriendo los jardines. No tenía permiso de recorrer a mis anchas aquella prisión elegante… pero tampoco prohibición. Todo en esa casa parecía abierto y cerrado a la vez. Como si Dante hubiera diseñado cada rincón para ofrecer confort sin jamás permitir intimidad. Tan èl.

Pero yo era curiosa por naturaleza. Y cada advertencia me empujaba más.

En el ala norte, encontré una sala cerrada con llave. No parecía importante, pero la puerta tenía una cerradura antigua, de esas que no se usan en lugares modernos.

Un candado donde nadie debería esconder nada.

Y fue entonces cuando escuché la voz.

—No deberías estar aquí.

Me giré.

Un hombre. Alto, moreno, corpulento, con tatuajes en los brazos, ojos claros, de unos cuarenta años y de aspecto grave. No lo había visto antes.

—¿Quién eres?

—Mateo. Jefe de seguridad. O eso dicen. Aunque nadie está realmente seguro de nada en este mundo, mi trabajo es mantenerla a salvo.

Sus ojos se clavaron en los míos. perspicaces. Claros. Como si me estuviera midiendo.

—¿Te envió Dante a que me mantuvieras vigilada? —-No pude ocultar el reproche de mi voz.

—Es mi trabajo señora Salvatore para eso me pagan —- añadió con sorna—Cuidado con eso. Aquí, hasta caminar puede meterte en problemas.

—¿Es una amenaza?

—No. Es un consejo.

Dio un paso hacia mí. Bajo. Tranquilo. Pero con una tensión que me hizo enderezar la espalda.

—Sé por qué estás aquí. Y también sé lo que no sabes.

—¿Y qué es eso?

—Que el hombre con el que te casaste no es el monstruo… pero tampoco es la víctima. Y si alguna vez llegas a estar en medio de esa diferencia… nadie podrá salvarte.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—¿Por qué me dices esto?

—Porque alguna vez quise advertirle a otra mujer. Y estaba tan enamorada que no llegué a tiempo. Espero no cometa el mismo error.

Silencio.

Quise preguntar más, pero Mateo ya se había alejado, fundiéndose con las sombras del pasillo.

Esa noche dormí poco. La puerta cerrada. El sobre con instrucciones. Las palabras de Verona. Las de Mateo.

¿A qué había entrado exactamente?

¿Era Dante el villano… o solo alguien que aprendió a volverse cruel para sobrevivir?

¿Y qué ocultaba detrás de tanta perfección silenciosa?

Al tercer día, Dante volvió.

Entró como siempre: sin aviso, sin ruido, sin disculpas.

Lo encontré en su estudio. Observando por el ventanal. El sol del atardecer le dibujaba sombras en el rostro.

—Te fuiste sin decir nada —le solté.

—No tengo que darte explicaciones Zoe, ambos sabemos que esto es solo un acuerdo. O es que ya te arrepientes.

—No. Pero si me vas a dejar aquí vigilada como una prisionera, dame algo con que entretenerme. Un teléfono por ejemplo, una laptop, un coche para poder salir.

Se giró. Estaba más guapo que nunca. Y quizás más tenso.

—Sabes que no puedes salir sola Zoe, eres la esposa de un Salvatore ahora y eso te convierte en un blanco fácil de aquí a Italia.

—Entonces así será mi vida por un año, invernando en este maldito lugar, como un fantasma vagando por estos pasillos.

La semilla de rebeldía que pensé que se gestaba lentamente dentro de mi, al parecer había germinado sin darme cuenta.

—Todo estaba muy claro en el acuerdo que firmaste Zoe, si te aburres con facilidad, entonces debiste haberlo pensado más antes de venderte a mi.

Una ira dormida, un impulso, una valentía, una frustración velada, hicieron que levantara la mano y golpeara el rostro perfecto de Dante Salvatore, no había sorpresa  en sus ojos, solo un brillo casi felino en ellos, peligroso, incitante. Y luego sus labios sobre los míos, con hambre, con pasión, sus manos recorrían cada rincòn de mi ansioso cuerpo, me tomo el cuello y me pego mas a él, y vaya que me gustaba esta faceta del hombre frío que creí que era. Pero cuando fue mi mano la que lo acaricio, se apartó bruscamente de mí, dándome la espalda y dejándome con una sensación de vacío que hasta ahora no había sentido. Mi cuerpo temblaba y no era de miedo de eso estaba segura. Pero luego él se dio la vuelta y volvió a su actitud fría. 

—¿Algo que deba saber?

Me tardé un poco en comprender lo que decía. Ah la conversación que había dejado antes. 

—¿Te refieres a la seguridad, a Verona o a la sala del ala norte?

Su expresión no cambió. Pero su silencio… fue una respuesta.

—Hay puertas cerradas por una razón, Zoe.

—Y hay personas que merecen saber qué se esconde tras ellas.

Él dio un paso hacia mí. Su estatura intimidaba. Pero me mantuve firme. Ya no me iba a dejar intimidar por un hombre, aunque ese hombre fuera tan terriblemente atractivo y me haya hecho temblar por su ardiente beso.

—No juegues a ser detective. No en esta casa. No conmigo Zoe.

—¿Y si ya estoy jugando?

Una pausa. Sus ojos me recorrieron con deseo, con reconocimiento. Me hubiera gustado tanto tener al menos más altura que el metro sesenta y ocho que tenía, delante de él parecía un gnomo. 

—Estás empezando a entender cómo funciona este mundo.

—Estoy empezando a entender… que todos aquí saben algo que yo no. Y que tú eres el que más calla.

Silencio.

Y entonces, por primera vez desde que firmamos ese maldito contrato, Dante bajó la guardia.

—La mujer que dormía en ese cuarto… —dijo con voz baja— murió hace años.

—¿Quién era?

—Alguien que creyó que podía cambiarme. Que podía amarme sin condiciones. Y que pagó el precio.

Sus palabras me dejaron sin aire. No eran confesión. Eran sentencia.

—¿La mataron?

—No con armas. Pero sí con promesas. Y yo fui parte de esa muerte.

Volvió al ventanal. Dándole la espalda al mundo. Y a mi.

—No me pidas más, Zoe. Porque si supieras todo… te irías esta misma noche.

Lo miré por un momento. Y lo supe con certeza:

No me estaba amenazando. Me estaba protegiendo.

Y eso… eso era mucho más perturbador.

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