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Capítulo 3 La mujer a la que no esperaban

Los tacones resonaban como un eco desafiante en los pasillos de mármol.

Mis piernas ya no eran las mismas que hace semanas me habían temblado frente a una traición. Pero hoy… caminaban con ritmo firme, marcando un compás que no dependía de nadie más.

El vestido era rojo. Intencional. Fuego puro. Escote justo, espalda descubierta, abertura alta. No era mi estilo, no lo había elegido yo… pero Dante lo había mandado a confeccionar para la ocasión.

Y yo lo usaba como una armadura.

—¿Lista? —dijo él desde la entrada, sin mirarme directamente.

Asentí. Él vestía un traje gris oscuro, con la camisa desabrochada lo justo para recordar que no le importaban las reglas.

Nos montamos en el auto como dos estatuas de mármol. Juntos. Perfectamente silenciosos.

—¿Qué esperan de mí esta noche? —pregunté cuando el chofer tomó la autopista.

—Sonrisas. Seguridad. Elegancia. Y una sola frase.

—¿Cuál?

Dante giró el rostro. Sus ojos eran hielo.

—Soy la mujer que él eligió.

Tragué saliva.

Ethan estaría ahí. Mi exmarido. El hombre que me destrozó y se rió mientras lo hacía. Y ahora me vería del brazo de su enemigo. Mi estómago giró abruptamente, pero mi rostro no cambió. Había aprendido que el dolor no debe mostrarse donde los buitres vuelan.

El evento era en el Hotel Montbrillant Genève de, cerca de la estación central de Ginebra. Salón: Salon Rousseau. Era un Hotel lujoso con salones subterráneos insonorizados, ideal para encuentros diplomáticos o clandestinos, con vistas de cristal y luces doradas. Una gala empresarial, repleta de ejecutivos, modelos sexys contratadas, reporteros hambrientos y champaña interminable. Cuando entramos al lobby, las cámaras voltearon como si hubieran olido sangre.

Dante me tomó del brazo. Firme. Pose controlada. Sin emoción.

—¿Lista para ser la mujer más observada de la noche?

—Siempre lo fui. Pero esta vez… no voy a agachar la cabeza.

Él soltó una media sonrisa. Casi imperceptible.

—Buena respuesta.

Las preguntas comenzaron incluso antes de llegar a la barra.

—¿Se casaron en secreto, señor Salvatore?

—¿Zoe ha abandonado el apellido Castelli?

—¿Cuánto tiempo llevan juntos realmente?

Dante no respondió. Solo me miró.

Era mi turno de hablar.

—Me casé con el único hombre que estoy segura que jamás me mentiría —dije, sin temblar—Y sí, ahora soy Zoe Salvatore. Es un nombre que… me queda mejor.

Los flashes fueron una ráfaga.

—¿Es cierto que fue por negocios? —insistió una reportera—. Se rumorea que…

—El único negocio aquí —interrumpí, sonriendo— fue que alguien subestimó a la mujer equivocada.

Silencio.

Un segundo de vacío.

Y luego… aplausos. Risas. Murmullos.

Zoe Knight estaba muerta.

Pero Zoe Salvatore acababa de nacer en público.

La vi después de una copa. A ella. La amante de mi ex. Mi ex mejor amiga.

Llevaba un vestido dorado, como si aún creyera que podía brillar más que el veneno en su sonrisa. Me miró de arriba abajo. Me escaneó como solía hacer en la universidad, cuando creía tener más belleza que yo, más presencia, más todo.

Pero esta vez, no pudo sostenerme la mirada.

—Zoe —dijo con una mueca fingida—. No esperaba verte tan… fuerte.

Deben ser las vitaminas del Sr. Salvatore, ¿no?

Me reí con dulzura.

—Y tú, ¿sigues comiendo las migajas de alguien más? O ya ascendiste a algo más que amante de segunda mano.

Sus mejillas se tensaron. Me encantó.

Pero antes de que pudiera responder, él se acercó. Ethan.

Hermoso como siempre. Arrogante. Enfurecido. Con su traje a la medida de alta costura, su cabello rubio peinado perfectamente hacia atrás y esos ojos verdes que antes me parecían los más encantadores, pero que ahora ya no me resultan tan atrayentes, Dante era mucho más alto, más guapo, y mucho más peligroso.

—¿Te diviertes, Zoe?

—Mucho. Sobre todo viendo las caras largas.

—Sabes que este matrimonio no te hace poderosa.

—No —dije—. Pero sí me hace peligrosa.

Se acercó más. Su perfume familiar. Su mirada de lobo herido.

—¿Y si él solo te está usando?

—Tal vez. Pero lo hace con más clase que tú. Y es mucho más hombre.

Dante llegó justo entonces. No dijo nada. Solo colocó su mano sobre mi cintura como si estuviera marcando su territorio.

Ethan lo miró con rabia contenida.

—Buen disfraz, Salvatore.

—No es un disfraz. Es una alianza. Y tú… ya no tienes vela en este entierro.

Dante se giró hacia mí, y por un segundo —un segundo apenas— posó sus labios sobre mi boca. No fue un beso real. Pero en mi cuerpo… se sintió como una victoria. Y las cámaras no dejaron de disparar sus flashes hacia nosotros, éramos la pareja del momento.

Volvimos al auto después de medianoche. El silencio volvió. Incómodo. Inevitable.

—Fuiste brillante —dijo Dante, por fin—. ¿Siempre tuviste esa lengua afilada y solo la escondías?

—Nunca necesité usarla antes. Creía que ser discreta me protegía.

—¿Y ahora?

Lo miré. El rostro firme. La mandíbula tensa. Las manos cruzadas.

—Ahora entiendo que el silencio también puede matar. Y que quien no habla… es fácil de aplastar.

Él asintió.

—Bienvenida al mundo real, Zoe Salvatore.

Y por primera vez, me llamó por mi nuevo nombre.

Y no me sonó falso.

Esa noche, al llegar a la mansión, no fui directo a mi habitación.

Me quedé en la biblioteca. Sentada en el sofá de cuero, rodeada de libros que no había leído, con la copa de vino que no terminé. Me miré en el reflejo de la ventana. No era la misma.

Pero tampoco sabía en qué me estaba convirtiendo.

El contrato estaba firmado. Las cámaras habían tomado las fotos. El escándalo había nacido.

Y el enemigo, Dante Salvatore… dormía al otro lado del pasillo. Pero lo más aterrador era que yo me sentía atraída por él. Ese beso de labios carnosos y suaves. A mis veintiséis años nunca me había atrevido a nada que Ethan no lo autorizará, ahora estoy de vuelta a una vida que odiaba, un adorno más en esta lujosa mansión  con un hombre que me promete seguridad. Pero a cambio de que.

Y eso podría ser el inicio de una nueva clase de caída.

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