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Casada Con El Enemigo De Mi Esposo
Casada Con El Enemigo De Mi Esposo
Por: Vale Mirez
Capítulo 1: La caída de una esposa perfecta

El vestido blanco ya no parecía tan puro ahora.

No después de verlo a él, mi esposo, el hombre que me había brindado seguridad y a quien le había abierto mi corazón , besando a otra mujer en medio de nuestra fiesta de aniversario.

Me quedé inmóvil en la escalera, con una copa de champaña temblando en mi mano, mirando cómo mi esposo, el hombre con el que llevaba casada tres años, le acariciaba el rostro a mi mejor amiga... y luego la besaba con la suavidad con la que solía besarme a mí, tocandola y acariciándole la espalda descubierta gracias al sexy vestido rojo que llevaba puesto y que no dejaba mucho a la imaginación.

Todo se detuvo.

El aire, los latidos, la lógica.

Mis piernas querían correr hasta donde estaban ellos y tirarles el líquido que aún quedaba en mi copa, pero mis ojos no podían dejar de mirar. Era como ver cómo se desmoronaba mi mundo, centímetro a centímetro, labio a labio, toque a toque.

—¿Estás disfrutando el espectáculo, Zoe? —dijo una voz venenosa a mis espaldas.

Mi cuñada, Amanda, apareció con una sonrisa satisfecha. Llevaba un vestido del mismo tono que el mío. Blanco. Como si fuese una burla deliberada.

—¿Qué haces aquí arriba? Te toca el brindis con el esposo fiel y perfecto.

Casi escupió esas palabras en mi cara y se que esperaba hace mucho tiempo que algo así me pasara, se que se alegraba de todo el mal que pasara, personas como ella nunca entenderán el significado de la pobreza y aun así siguen siendo infelices.

No respondí. Me tragué el nudo en la garganta, acomodé la falda de seda y bajé las escaleras con la cabeza erguida. No mostraría debilidad. No frente a ellos. No frente a ella. No frente a él.

Cuando llegué al último escalón, él ya me estaba mirando. Sonreía. Como si todo esto fuese un maldito chiste privado.

—Zoe —dijo, con voz alta, llamando la atención de los presentes—. Tengo un anuncio que hacer.

Todos lo rodearon. Eran inversionistas, socios, parásitos con corbata que reían con cualquier cosa que él dijera.

—Hoy, además de celebrar nuestro aniversario, quiero anunciar que esta será nuestra última fiesta juntos como pareja. Zoe y yo… vamos a divorciarnos.

Las risas se congelaron. Mi rostro también. Cómo podia humillarme así sin el menor asomo de culpa.

—No te preocupes, cariño —añadió él, girándose hacia mí—. Todo será muy civilizado. Ya preparé los papeles.

Una secretaria me entregó un sobre. Lo tomé con las manos heladas.

No entendía. No creía. Pero todos lo miraban a él como si fuera un héroe por librarse de su esposa trofeo.

—Espero que no lo tomes como algo personal —dijo, inclinándose a mi oído—. Es solo que tú ya no sirves para mis fines. Y, francamente, me aburriste, merezco algo mejor. Sé que lo entenderás cielo.

Me tomó todo el orgullo que aún me quedaba para no gritar y romper la copa contra el suelo.

Los invitados aplaudieron. No por que les interesara la noticia, sino por miedo. Todos le temían a mi ya casi ex esposo. Todos sabían que Ethan Castelli era un hombre peligroso. Y que yo ya no valía nada ni ahora ni nunca.

Dos semanas después.

 Estaba en la calle. Mi cuenta bancaria había sido vaciada por el abogado de Ethan, él se iba a encargar de que yo no obtuviera nada y saliera de ese matrimonio justo como llegue. No tenía familia. No tenía amigos. Porque la mayoría eran de él… o se habían ido cuando vieron que ya no podía pagar cenas de lujo, vestidos caros, coches de élite y sobre todo ya no podían codearse con los contactos poderosos de mi esposo.

Ahora vivía en un motel de paso, con olor a tabaco en las cortinas y moho en el baño. Mi único lujo era un café instantáneo cada mañana, y que pronto se acabaría.

Mi único pensamiento era: “¿cómo pasé de ser la esposa de un millonario a esto?”

Tal vez porque siempre fui solo un adorno. Algo que él podía exhibir… y luego desechar. Estaba tan cómoda aceptando las migajas como un perro callejero, que olvide lo que era sentir afecto realmente, solo me conforme en tener un techo sobre mi cabeza y un plato de comida caliente.

Ese día, llovía. La ciudad era un monstruo gris. Caminé sin rumbo, con el paraguas roto, los zapatos empapados y una carta de desalojo en el bolso.

Y fue entonces cuando lo vi.

O mejor dicho, “cuando él me vio a mí.”

Un hombre de traje negro carbon salió de un auto lujoso. Alto, imponente, guapo, de esos que con solo una palabra hacen que te mojen las bragas, del tipo peligroso, con los ojos más fríos que había visto nunca. No sonreía. No parpadeaba. No parecía de este mundo. Su aura tranquila y enigmática, si; definitivamente del tipo peligroso.

—Zoe Knight —dijo con voz profunda—. Estás más… destruida de lo que imaginé.

Me detuve. Mi nombre en su boca sonó como una sentencia.

—¿Quién eres?

—Alguien que quiere hacerte una oferta. Y por lo que veo, tu nuevo mejor amigo.

Lo miré con recelo. A pesar del frío y la lluvia, no tenía una gota fuera de lugar. Su elegancia era agresiva. Peligrosa.

—No vendo mi cuerpo —solté, harta de hombres con poder.

Él sonrió, sin calidez.

—No te estoy pidiendo eso. Quiero que te cases conmigo.

Soltó en calma como si fuera la cosa más normal del mundo. Me reí. Una carcajada amarga, casi histérica.

—¿Qué demonios dices?

—Un año. Solo uno, es solo que pido. Necesito una esposa. Tú necesitas… venganza.

Y dinero. —Sacó un sobre del interior de su abrigo—. Este es solo un adelanto.

Por un momento sentí urgencia en su voz, casi una súplica con un dejo de esperanza oculta, pero este adonis millonario podía tener muchas opciones y mejores porque me querría a mi precisamente, una reina caída y humillada.

Tomé el sobre. Billetes gruesos, nuevos. Más dinero del que había visto en semanas.

—¿Quién eres?

—Dante Salvatore —Se inclinó levemente—. El hombre que tu exesposo odia más que a nadie en el mundo.

“Y ahí estaba la propuesta.”

Humillada por Ethan. Destruida por el abandono. Y ahora... una oferta de matrimonio del enemigo más peligroso de mi pasado.

Un contrato frío. Un trato imposible.

¿Pero qué tenía yo que perder?

Mi dignidad ya estaba en el suelo. Mi corazón, hecho pedazos.

Y él… él parecía tener justo lo que yo necesitaba: poder, dinero y odio.

Quizá con eso… podía reconstruirme. Por ahora…

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