En la brillante y caótica ciudad-estado de Eldoria, donde la realeza convive con el pueblo en una mezcla explosiva de tradiciones antiguas y modernidad, la joven Isabella Valenor, una plebeya con sueños demasiado grandes para su humilde origen, termina enredada en una intriga palaciega cuando un inesperado matrimonio arreglado la une al rebelde y carismático príncipe Sebastián Arion. Sebastián, cansado de las reglas y la rigidez de la corte, es conocido tanto por sus escándalos como por su ingenio agudo y su sentido del humor irreverente. La relación entre Isabella y Sebastián comienza llena de malentendidos, peleas cómicas y desafíos constantes, pero también de momentos inesperados de ternura y aventura. Entre conspiraciones, fiestas fastuosas, carreras por las calles de Eldoria y secretos que podrían derribar al reino, Isabella y Sebastián deberán aprender a confiar el uno en el otro para sobrevivir a los peligros que acechan en su propia casa... y, quizás, a enamorarse en el proceso.
Ler maisDiez años despuésEl mercado de Eldoria había cambiado tanto que a veces Isabella tenía que detenerse un momento para reconocer el lugar donde había empezado todo. Donde antes había puesto de joyería modestos con toldos remendados, ahora se alzaban talleres de cristal donde los artesanos trabajaban a la vista de todos, sus manos transformando metal y gemas en obras de arte que rivalizaban con las de los maestros antiguos. El aroma a pan recién horneado se mezclaba con el perfume de flores exóticas que llegaban desde los reinos vecinos, y el sonido de martillos contra yunques había sido reemplazado por el murmullo constante de negociaciones, risas y la música de flautas que algunos mercaderes tocaban para atraer clientes."Mami, ¿por qué ese hombre tiene tantos colores en el pelo?" preguntó Lucía, su hija de cinco a&ntild
La Torre de los Vientos había sido construida por el rey Aldric III como un observatorio astronómico, pero con el paso de los siglos se había convertido en el refugio preferido de los monarcas que necesitaban perspectiva —literalmente— sobre sus reinos. Isabella subió los trescientos escalones de piedra gastada por primera vez como reina casada, con la falda de su vestido de viaje susurrando contra cada peldaño como una promesa de aventuras por venir.Sebastián ya estaba allí, recostado contra la balaustrada de mármol blanco con esa elegancia casual que solo los príncipes parecían dominar, incluso después de un día entero de reuniones del consejo. Sus ojos verdes se alzaron hacia ella con una sonrisa que seguía causándole mariposas en el estómago, a pesar de que ya llevaban tres días de casados."Pensé que te encontrarí
Isabella había planeado una boda sencilla. Realmente lo había intentado. Sus instrucciones habían sido claras: ceremonia en los jardines del palacio, vestido simple, flores locales, y que todo terminara antes del mediodía para no interrumpir demasiado las labores del reino. Lo que no había anticipado era la voluntad férrea de todo Eldoria de convertir la ocasión en algo que rivalizara con las celebraciones más grandiosas de la historia."Su Majestad," había dicho Lady Cordelia tres días antes, irrumpiendo en el estudio real con una expresión que sugería que el apocalipsis era inminente, "simplemente no puede casarse con el príncipe en una ceremonia 'sencilla'. El pueblo lo tomará como una ofensa personal."Isabella había alzado la vista de los informes de cosecha que estaba revisando, preguntándose cuándo exactamente había perdido
La cripta de los Valenor había permanecido oculta durante más de cincuenta años bajo los escombros del antiguo cementerio de San Agustín, enterrada no por el tiempo sino por la deliberada mano de quienes habían decidido que algunos secretos eran demasiado peligrosos para ver la luz del día. Isabella había seguido las pistas dejadas por su abuelo en el diario que Talia había rescatado de las llamas, cada página arrancada a la historia oficial de Eldoria como si fuera una herida infectada que finalmente podía drenar."Veinte pasos desde el ángel sin cabeza hacia el roble que creció torcido," murmuró Isabella, leyendo las instrucciones escritas en la letra temblorosa de Matthias Valenor. "Luego, seis pasos hacia el norte hasta encontrar la piedra que llora."Sebastián la siguió en silencio, sosteniendo la lámpara de aceite que proyectaba sombras da
El barrio de Los Telares había sido próspero en tiempos de la reina Isabelle II, cuando las manufacturas textiles de Eldoria competían con las mejores de los reinos vecinos. Ahora, mientras Isabella caminaba por sus calles empedradas bajo la luz grisácea del amanecer, podía ver los esqueletos de lo que una vez fueron talleres bulliciosos convertidos en viviendas hacinadas donde familias enteras compartían espacios que originalmente habían sido diseñados para albergar maquinaria.Las botas de cuero suave que había elegido para la ocasión —mucho más prácticas que los zapatos de seda que Lady Cordelia habría insistido en que usara— chapotearon en un charco que reflejaba su figura como una sombra distorsionada. A su lado, Sir Marcus mantenía una distancia respetuosa pero alerta, sus ojos escaneando constantemente las ventanas y callejones por donde podr&iacu
La corona de Eldoria pesaba menos de lo que Isabella había imaginado, pero su peso metafórico la mantenía despierta durante las noches como un recordatorio constante de las decisiones que cada amanecer traía consigo. Habían pasado dos semanas desde la coronación bajo la tormenta, y el reino se tambaleaba como un hombre ebrio tratando de encontrar su equilibrio en un mundo que había cambiado demasiado rápido.El Salón del Consejo Real había sido reconfigurado según las instrucciones de Isabella: la mesa circular había sido reemplazada por una herradura que permitía que los nuevos representantes del pueblo se sentaran junto a los nobles tradicionales, creando una mezcla que generaba más chispas que armonía. Esta mañana, las tensiones habían alcanzado un punto crítico que se manifestaba en el silencio tenso que precedía a las tormenta
Último capítulo