La corona de Eldoria pesaba menos de lo que Isabella había imaginado, pero su peso metafórico la mantenía despierta durante las noches como un recordatorio constante de las decisiones que cada amanecer traía consigo. Habían pasado dos semanas desde la coronación bajo la tormenta, y el reino se tambaleaba como un hombre ebrio tratando de encontrar su equilibrio en un mundo que había cambiado demasiado rápido.
El Salón del Consejo Real había sido reconfigurado según las instrucciones de Isabella: la mesa circular había sido reemplazada por una herradura que permitía que los nuevos representantes del pueblo se sentaran junto a los nobles tradicionales, creando una mezcla que generaba más chispas que armonía. Esta mañana, las tensiones habían alcanzado un punto crítico que se manifestaba en el silencio tenso que precedía a las tormenta