El mercado de Eldoria había cambiado tanto que a veces Isabella tenía que detenerse un momento para reconocer el lugar donde había empezado todo. Donde antes había puesto de joyería modestos con toldos remendados, ahora se alzaban talleres de cristal donde los artesanos trabajaban a la vista de todos, sus manos transformando metal y gemas en obras de arte que rivalizaban con las de los maestros antiguos. El aroma a pan recién horneado se mezclaba con el perfume de flores exóticas que llegaban desde los reinos vecinos, y el sonido de martillos contra yunques había sido reemplazado por el murmullo constante de negociaciones, risas y la música de flautas que algunos mercaderes tocaban para atraer clientes.
"Mami, ¿por qué ese hombre tiene tantos colores en el pelo?" preguntó Lucía, su hija de cinco a&ntild