Isabella se miró en el espejo de cuerpo entero y no reconoció a la mujer que le devolvía la mirada. El vestido de seda color esmeralda se ajustaba a su figura como si hubiera sido hecho por los dioses mismos, el escote era apropiadamente modesto pero insinuante, y las mangas largas terminaban en puños de encaje que probablemente habían tomado semanas en confeccionar. Su cabello castaño había sido transformado en una elaborada obra de arte, con mechones entrelazados con perlas diminutas que captaban la luz con cada movimiento.
"Está perfecta," declaró Lady Cordelia, ajustando un último detalle en el peinado. "Nadie podría adivinar que hace una semana estaba trabajando en un taller de artesanía."
Isabella no estaba segura de si eso era un cumplido o una observación cruelly práctica. "¿Y se supone que eso me hace sentir mejor?"
"Se supone que debe hacerla sentir preparada," Lady Cordelia le entregó un abanico de marfil con incrustaciones de diamantes. "Esta noche es el Baile de Primavera, el evento social más importante de la temporada. Toda la nobleza de Eldoria estará presente, así como dignatarios de reinos vecinos."
"¿Y mi trabajo es...?"
"Sonreír, ser encantadora, y convencer a todos de que es la elección perfecta para el príncipe Sebastián." Lady Cordelia la miró con una mezcla de esperanza y preocupación. "¿Recuerda todo lo que hemos practicado?"
Isabella asintió, aunque su estómago se revolvía con cada paso que daba hacia la puerta. Habían pasado tres días desde su recorrido por la ciudad, tres días de lecciones intensivas sobre protocolo, baile, conversación apropiada y la compleja jerarquía social de la corte. Su cabeza estaba llena de títulos nobiliarios, reglas sobre quién podía hablar primero con quién, y una serie desconcertante de reverencias diferentes para diferentes ocasiones.
"¿Y el príncipe Sebastián?" preguntó Isabella mientras caminaban por los pasillos hacia el Gran Salón de Baile.
"¿Qué pasa con él?"
"No lo he visto desde nuestro primer encuentro hace tres días."
Lady Cordelia evitó su mirada. "Su Alteza ha estado... ocupado con asuntos de estado."
Isabella sospechó que "ocupado con asuntos de estado" era un eufemismo elegante para "evitando a su futura esposa", pero decidió no presionar el tema. Tenía problemas suficientes esta noche sin añadir ansiedad sobre su prometido ausente.
El Gran Salón de Baile era una obra maestra de opulencia que hizo que Isabella se sintiera como si hubiera entrado en un cuento de hadas. Las columnas de mármol se alzaban hacia un techo pintado con escenas mitológicas, mientras que docenas de candelabros de cristal proyectaban luz dorada sobre los invitados que ya llenaban el espacio. El aire estaba perfumado con esencias de rosa y jazmín, y el sonido de la música de cuerdas se mezclaba con el murmullo de conversaciones elegantes.
"Recuerde," murmuró Lady Cordelia mientras se acercaban a la multitud, "usted es la invitada de honor. Todos la estarán observando."
'Perfecto', pensó Isabella, 'exactamente lo que necesitaba para calmar mis nervios.'
"Su Alteza, la Señorita Isabella Valenor, futura Princesa de Eldoria," anunció el maestro de ceremonias, y Isabella sintió como si todos los ojos del salón se volcaran sobre ella simultáneamente.
El murmullo de conversaciones se detuvo por un momento que se sintió como una eternidad. Isabella mantuvo la sonrisa que había estado practicando y comenzó a descender las escaleras de mármol que llevaban al centro del salón. Cada paso se sentía precario, como si pudiera tropezar y rodar hasta abajo en cualquier momento.
"Impresionante," una voz familiar murmuró cerca de su oído cuando llegó al final de las escaleras. "Definitivamente no pareces la misma mujer que me desafió en mi estudio hace tres días."
Isabella se volvió para encontrarse con los ojos azules de Sebastián, y tuvo que admitir que él también se veía considerablemente diferente. Vestía un traje negro con bordados dorados que realzaban su físico atlético, y su cabello rebelde había sido domado en un estilo que conseguía ser elegante sin perder completamente su aire de peligro.
"¿Eso es bueno o malo?" preguntó Isabella, manteniendo su sonrisa mientras notaba que varios grupos de nobles los observaban con interés apenas disimulado.
"Todavía no estoy seguro," respondió Sebastián, ofreciéndole su brazo. "¿Bailamos? Es lo que se espera de nosotros."
Isabella tomó su brazo, notando inmediatamente la fuerza en sus músculos. "¿Siempre hacemos lo que se espera de nosotros?"
"Esta noche sí," Sebastián la guió hacia el centro del salón donde otras parejas ya estaban bailando. "Después podemos volver a ser problemáticos."
El baile era un vals complejo que Isabella había practicado hasta la extenuación durante los últimos tres días. Afortunadamente, Sebastián era un bailarín excelente, guiándola a través de los pasos con una facilidad que hizo que se sintiera más competente de lo que realmente era.
"¿Ves al hombre del bigote exagerado junto a la columna?" murmuró Sebastián mientras giraban.
Isabella siguió su mirada sutilmente. "¿El que parece que se tragó algo amargo?"
"Ese es Lord Darius Velnar, consejero de mi madre y, según rumores, el hombre detrás de nuestro matrimonio arreglado."
Isabella frunció el ceño. "¿Por qué un consejero estaría interesado en con quién te casas?"
"Buena pregunta," Sebastián la hizo girar, y cuando volvió a tomarla, su expresión era más seria. "Darius ha estado presionando para que me case con Lady Vivienne Blackthorne, la hija de un duque muy rico y muy influente."
Isabella miró hacia donde una mujer joven de cabello rubio platinado y vestido azul cielo los observaba con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "¿Y en cambio aparezco yo?"
"En cambio apareces tú," Sebastián asintió. "Una plebeya sin conexiones políticas que no puede ofrecerle nada a sus planes."
"¿Qué planes?"
"Eso es exactamente lo que me gustaría saber."
La música se detuvo, y varios nobles se acercaron para ser presentados. Isabella se encontró en el centro de un remolino de nombres, títulos y conversaciones que requerían respuestas cuidadosamente medidas. Lady Cordelia había estado en lo cierto: todos la estaban evaluando.
"Señorita Valenor," Lord Darius Velnar se acercó con una sonrisa que Isabella instintivamente desconfió. "Qué placer finalmente conocer a la futura princesa."
"Lord Velnar," Isabella inclinó la cabeza con la precisión que había practicado. "El placer es mío."
"Debo admitir que su compromiso fue... una sorpresa para todos nosotros," sus ojos grises la estudiaron con una intensidad que la hizo sentir como un espécimen bajo un microscopio. "Tan poco convencional."
"A veces las mejores decisiones son las menos convencionales," respondió Isabella, notando cómo la mandíbula de Sebastián se tensaba ligeramente.
"Por supuesto," Lord Darius sonrió, pero había algo afilado en la expresión. "Aunque espero que comprenda la... responsabilidad que conlleva su nueva posición. No todos están preparados para las demandas de la vida real."
Isabella sintió que su temperatura subía. "¿Está sugiriendo que no estoy preparada, Lord Velnar?"
"No sugiero nada," respondió con una sonrisa que era pura condescendencia. "Simplemente observo que la transición puede ser... desafiante para alguien de su trasfondo."
"Mi trasfondo me ha enseñado el valor del trabajo duro y la honestidad," Isabella mantuvo su tono educado, pero había acero en sus palabras. "Cualidades que imagino son útiles en cualquier posición."
"Naturalmente," Lord Darius inclinó la cabeza, pero sus ojos seguían siendo fríos. "Aunque me pregunto si comprende completamente las... complejidades de la política real."
"Estoy segura de que las aprenderé," Isabella sintió la mano de Sebastián presionar suavemente su brazo, una advertencia sutil. "Después de todo, tengo excelentes maestros."
"Sin duda," Lord Darius se alejó con una reverencia que sintió más como una amenaza que como un gesto de respeto.
"Interesante," murmuró Sebastián cuando se quedaron solos. "Definitivamente no le caes bien."
"La sensación es mutua," Isabella tomó una copa de champán de una bandeja que pasaba. "¿Siempre es tan encantadoramente condescendiente?"
"Solo cuando se siente amenazado," Sebastián la miró con lo que podría haber sido admiración. "Y claramente, tú lo amenazas."
"¿Yo? Soy solo una artesana que se viste bien."
"No," Sebastián se acercó más, y Isabella pudo oler su colonia, una mezcla de cedro y algo indefiniblemente masculino. "Eres una mujer inteligente que no se deja intimidar por títulos o dinero. Eso lo hace nervioso."
"¿Y a ti?"
Sebastián sonrió, y por primera vez, la expresión llegó completamente a sus ojos. "A mí me parece fascinante."
Antes de que Isabella pudiera responder, la música comenzó nuevamente, y otras parejas empezaron a formar para el siguiente baile. Sebastián le ofreció su mano con una reverencia teatral.
"¿Otro baile, mi señora? Tengo la sensación de que esta noche va a ser más interesante de lo que cualquiera de nosotros esperaba."
Isabella tomó su mano, notando cómo sus dedos se entrelazaban naturalmente. "¿Eso es una promesa o una amenaza?"
"Con nosotros," Sebastián la guió hacia la pista de baile, "probablemente ambas."
Y mientras comenzaban a moverse al ritmo de la música, Isabella se dio cuenta de que por primera vez desde que había llegado al palacio, no se sentía como si estuviera actuando. Se sentía como si finalmente estuviera encontrando su lugar en este mundo extraño y complicado, un paso a la vez.