Isabella había aprendido muchas cosas en sus dos semanas en el palacio. Había aprendido que existían exactamente dieciséis tipos diferentes de tenedores para ocasiones específicas, que caminar con libros en la cabeza era una tortura inventada por sádicos disfrazados de maestros de protocolo, y que los príncipes, aparentemente, tenían el talento sobrenatural de aparecer en el momento menos oportuno.
Como ahora, por ejemplo.
"¿Qué diablos crees que estás haciendo?" rugió Sebastián, irrumpiendo en el jardín de rosas como una tormenta vestida de azul marino.
Isabella, que había estado disfrutando de un momento de paz perfecta alimentando a los peces dorados del estanque, se sobresaltó tanto que el puñado de migas que tenía en la mano salió volando en todas direcciones. Los peces, confundidos por esta lluvia inesperada de