El barrio de Los Telares había sido próspero en tiempos de la reina Isabelle II, cuando las manufacturas textiles de Eldoria competían con las mejores de los reinos vecinos. Ahora, mientras Isabella caminaba por sus calles empedradas bajo la luz grisácea del amanecer, podía ver los esqueletos de lo que una vez fueron talleres bulliciosos convertidos en viviendas hacinadas donde familias enteras compartían espacios que originalmente habían sido diseñados para albergar maquinaria.
Las botas de cuero suave que había elegido para la ocasión —mucho más prácticas que los zapatos de seda que Lady Cordelia habría insistido en que usara— chapotearon en un charco que reflejaba su figura como una sombra distorsionada. A su lado, Sir Marcus mantenía una distancia respetuosa pero alerta, sus ojos escaneando constantemente las ventanas y callejones por donde podr&iacu