Isabella despertó en una cama que era tres veces más grande que toda su habitación en casa, envuelta en sábanas de seda que probablemente costaban más que el ingreso mensual de su padre. Por un momento de confusión matutina, pensó que había sido todo un sueño extraño y elaborado. Luego vio el techo abovedado pintado con querubines dorados y la realidad cayó sobre ella como un balde de agua fría.
Estaba en el Palacio Real de Eldoria. Iba a casarse con el Príncipe Sebastián en menos de tres semanas. Y aparentemente, ahora tenía una dama de compañía que había aparecido en su habitación sin avisar, organizando vestidos en un armario que parecía más grande que el taller de su padre.
"Buenos días, señorita Valenor," dijo la mujer con una sonrisa que Isabella estaba empezando a reconocer como la expresión por defecto de todo el personal del palacio. "Soy Lady Cordelia Ashworth, y estaré encargada de su... transición."
"¿Transición?" Isabella se incorporó, intentando que las sábanas de seda no se deslizaran. "¿Eso es un eufemismo elegante para 'convertir a la plebeya en princesa'?"
Lady Cordelia, una mujer de unos cuarenta años con cabello rubio perfectamente peinado y la postura de alguien que había nacido con un manual de etiqueta bajo el brazo, no perdió la compostura. "Prefiero pensar en ello como un proceso educativo acelerado."
"Por supuesto," murmuró Isabella, saliendo de la cama y notando que incluso el camisón que llevaba puesto no era suyo. "¿Y cuándo exactamente me cambiaron de ropa?"
"Anoche, después de que se quedara dormida. Las doncellas son muy discretas," Lady Cordelia gesticuló hacia una selección de vestidos que hacían que el guardarropa de Isabella pareciera un trapo. "Hoy comenzaremos con lecciones de protocolo, pero primero, Su Alteza la Reina ha solicitado que se familiarice con la ciudad desde su nueva perspectiva."
Isabella frunció el ceño. "¿Mi nueva perspectiva?"
"Como futura princesa, necesita entender Eldoria no solo como ciudadana, sino como alguien que tendrá responsabilidades hacia ella."
Dos horas después, Isabella se encontraba vestida con un conjunto de terciopelo azul marino que costaba más que todo lo que había usado en su vida, montando en un carruaje dorado que gritaba "realeza" desde cada una de sus ruedas ornamentadas. Lady Cordelia iba sentada frente a ella, consultando una lista que parecía interminable.
"Primera parada, el Distrito Comercial," anunció, como si fuera una guía turística particularmente elegante. "Es importante que comprenda cómo funciona la economía de la ciudad."
Isabella miró por la ventana del carruaje y vio las calles de Eldoria desde una perspectiva completamente diferente. No era solo la altura adicional del carruaje; era la forma en que la gente se comportaba cuando los veían pasar. Algunos se quitaban los sombreros, otros simplemente se quedaban mirando, y algunos parecían deliberadamente ignorar su presencia.
"¿Siempre reaccionan así?" preguntó Isabella, notando cómo un grupo de niños corrían junto al carruaje, gritando y riendo.
"¿A qué se refiere?"
"A..." Isabella gesticuló hacia la ventana. "A todo esto. Al espectáculo."
Lady Cordelia siguió su mirada. "Los ciudadanos de Eldoria tienen diferentes... opiniones sobre la familia real. Algunos son devotos, otros son más... reservados en su entusiasmo."
El carruaje se detuvo en el corazón del Distrito Comercial, y Isabella sintió una punzada de nostalgia. Reconocía algunas de las tiendas, había comprado materiales para el taller de su padre en varias de ellas. Pero ahora, saliendo de un carruaje real, todo se sentía diferente.
"Señorita Valenor," Lady Cordelia la tomó del brazo con firmeza. "Recuerde caminar con la espalda recta, pasos pequeños y medidos. Sonríe, pero no demasiado. Sea amable, pero mantenga cierta distancia."
Isabella la miró con incredulidad. "¿Hay un manual para esto?"
"Varios, de hecho."
Su primera parada fue la tienda de especias de los Mercado, donde Isabella había comprado azafrán para su madre años atrás. La señora Mercado, una mujer robusta con manos manchadas de cúrcuma, salió de detrás del mostrador con una reverencia tan profunda que Isabella temió que se cayera.
"Su Alteza," dijo la mujer, y Isabella tardó un momento en darse cuenta de que se dirigía a ella. "¡Qué honor para nuestra humilde tienda!"
"Por favor, no hay necesidad de..." Isabella comenzó, pero se detuvo cuando vio la expresión de advertencia en los ojos de Lady Cordelia. "Es decir, gracias por recibirnos."
La conversación que siguió fue extraña y artificial. La señora Mercado, que Isabella recordaba como una mujer directa y sin pretensiones, ahora hablaba con un tono reverente que hacía que cada palabra sonara forzada. Isabella se encontró respondiendo con la misma artificialidad, como si estuviera interpretando un papel en una obra de teatro que no había ensayado.
"¿Cómo está su familia?" preguntó Isabella, intentando encontrar algo genuino en la conversación.
"Muy bien, Su Alteza. Mi hijo mayor ahora trabaja en los muelles, y el menor está aprendiendo el oficio de herrero."
Isabella recordaba al hijo mayor de la señora Mercado. Había sido su compañero de juegos en la infancia, antes de que las diferencias sociales se volvieran más marcadas. Se preguntó si él también la trataría con esta extraña reverencia formal.
Cuando salieron de la tienda, Isabella se sintió drenada. "¿Toda interacción va a ser así?"
"¿Cómo?" preguntó Lady Cordelia, genuinamente confundida.
"Falsa. Forzada. Como si estuviera hablando con estatuas en lugar de personas."
Lady Cordelia frunció el ceño. "Señorita Valenor, esas personas la estaban tratando con el respeto apropiado para su nueva posición. Es un honor para ellos."
"¿Un honor?" Isabella se detuvo en medio de la calle. "¿Cómo puede ser un honor no poder tener una conversación normal con alguien?"
"Porque usted ya no es 'alguien normal'," respondió Lady Cordelia con una paciencia que sonaba practicada. "Es la futura princesa de Eldoria. Eso conlleva ciertas... expectativas."
Su siguiente parada fue el barrio de los artesanos, y Isabella sintió que se le encogía el corazón al ver las calles familiares desde la ventana del carruaje. Aquí conocía cada piedra del pavimento, cada grieta en las paredes, cada rostro que veía. O al menos, los había conocido.
Salieron del carruaje frente al taller de herrería de Maestro Gareth, un hombre corpulento que había enseñado a Isabella los rudimentos del trabajo con metales cuando era niña. Pero cuando lo vio, su expresión se transformó de sorpresa a algo que Isabella no pudo identificar completamente. ¿Respeto? ¿Incomodidad? ¿Resentimiento?
"Isabella," dijo, y luego se corrigió rápidamente. "Su Alteza. Perdón, no sabía que..."
"Por favor," Isabella sintió que algo se rompía dentro de ella. "Soy yo. Isabella. La misma persona que solía venir aquí a aprender sobre fundición."
Maestro Gareth miró nerviosamente a Lady Cordelia, como si pidiera permiso para hablar. "Por supuesto, Su Alteza. Es solo que... las cosas son diferentes ahora."
"¿Diferentes cómo?"
"Bueno," Maestro Gareth se aclaró la garganta. "Una princesa no puede simplemente... ya sabe... venir a un taller sucio como este. No sería apropiado."
Isabella sintió como si le hubieran dado una bofetada. "¿No sería apropiado?"
"Lo que el Maestro Gareth quiere decir," intervino Lady Cordelia suavemente, "es que su nueva posición requiere que mantenga cierta dignidad. Los talleres, por muy respetables que sean, no son lugares apropiados para una princesa."
"Pero este lugar fue parte de mi educación," Isabella protestó, mirando alrededor del taller que había sido como un segundo hogar. "Aprendí tanto aquí..."
"Y eso es admirable," Lady Cordelia sonrió. "Pero ahora tiene responsabilidades diferentes. Más importantes."
Isabella miró a Maestro Gareth, buscando apoyo, pero él evitó sus ojos. La comprensión cayó sobre ella como una losa fría: no era solo que su vida había cambiado; era que había perdido el derecho a su vida anterior.
El resto del recorrido por el barrio de los artesanos fue una serie de encuentros similares. Personas que había conocido toda su vida tratándola como una extraña elevada, sonriendo con incomodidad, hablando con cuidado medido. Isabella se dio cuenta de que no era solo que ella había cambiado; el mundo a su alrededor había cambiado su percepción de ella.
Cuando finalmente regresaron al carruaje, Isabella se sintió más aislada que nunca. "¿Esto es lo que significa ser princesa?" preguntó, mirando por la ventana mientras se alejaban de las calles que habían sido su mundo. "¿Ser una extraña en tu propia ciudad?"
Lady Cordelia la estudió con una expresión que podría haber sido compasión. "Significa ser algo más grande que tú misma, señorita Valenor. Significa sacrificar la comodidad personal por el bien del reino."
"¿Y si no quiero ser algo más grande que yo misma?" Isabella se volvió hacia ella. "¿Y si quiero seguir siendo simplemente Isabella?"
"Entonces," Lady Cordelia suspiró, "me temo que va a ser un proceso muy difícil para ambas."
Mientras el carruaje se dirigía de vuelta al palacio, Isabella miró hacia las calles que se desvanecían y se preguntó si era posible morir de nostalgia por una vida que técnicamente aún no había terminado. Porque en ese momento, mirando Eldoria desde la ventana dorada de su nueva realidad, se sintió como si estuviera diciendo adiós a todo lo que había sido, sin estar segura de quién se suponía que debía convertirse.
Y lo más aterrador de todo era que comenzaba a entender que tal vez no tenía elección en el asunto.